viernes, 23 de abril de 2021

Guía para la primera evaluación de Pensamiento y Lenguaje


 

A nuestro amigo Juanín le gusta el futbol. ¡Vaya encuentros los que se llevan a cabo en Las Islas! Sudor, gritos y heroísmo son el pan nuestro de los atletas jipis que, cansados de tanto Husserl, se enfrentan tarde a tarde en unos partidazos épicos. Comparemos dos situaciones desarrolladas en el juego:

 

-Juanín corre por la banda derecha mientras su amigo Pepe avanza con pelota dominada por el centro. Juanín está solo y sabe que puede anotar, por ello, pega un grito para llamar la atención de su amigo: “¡Ey!”.

 

-Una vez que recibe el balón, Juanín se lanza a toda velocidad hacia la portería contraria. Nuestro amigo está seguro de que anotará –quien está seguro de que no será así es el defensa del equipo contrario, Pedrote, gorilón de la Facultad de Derecho que se barre artera y gandallamente por detrás de Juanín y le incrusta la suela del zapato en el tobillo. Juanín, ante el dolor provocado por el fregadazo, pega un sonoro “¡Ay!”.

 

¿Cuál es la diferencia entre el “¡Ey!” con el cual Juanín llama la atención de Pepe, y el “¡Ay!” que profiere al sentir el trancazo de Pedrote? Para Husserl, la diferencia fundamental entre ambos gritos es la voluntad que motiva al primero y que está ausente del segundo. Cuando Juanín llama la atención de Pepe con un “¡Ey!”, tiene la intención (no la intencionalidad) de comunicarse con su compañero y provocar en él un cierto acto –un pase. Por el contrario, cuando Juanín grita de dolor, el sonido que sale de sus labios retorcidos es meramente reactivo; en ese sentido, no existe en Juanín la intención de comunicar algo: sólo grita como reacción ante el dolor. A partir de lo anterior, lancemos un par de conceptos:

 

-Al grito reactivo y que carece de la voluntad de comunicar algo le llamaremos “indicación” y diremos que cumple una “función indicativa”.

 

-Al grito que tiene la intención de comunicar algo a alguien lo designaremos como “expresión”; la expresión se caracteriza por cumplir una “función significativa”.

 

La distinción anterior se hace aún más clara si comparamos el humo provocado por el incendio en un bosque solitario, y el humo que emana de una fogata encendida por Juanín, quien, perdido en el Ajusco, intenta llamar la atención del guardabosque. El primer caso sería un ejemplo de indicación; el segundo, de expresión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Según Husserl, la expresión no ocurre sólo cuando me comunico con los otros sino también “en la vida solitaria del alma”. Para clarificar lo anterior, te contaré un poco sobre mí.

 

1. Cuando era niño, me gustaba mucho visitar a mi bisabuela Catalina –a quien, de cariño, llamábamos “Catis”. Pues bien, Catis era una dulcísima viejecita de cabello blanco y ojos verdes que vivía en el piso superior de lo que alguna vez fueron unos baños públicos. Una vez que los baños dejaron de ser negocio, toda la planta baja sirvió como bodega de chucherías. A mí me gustaba mucho caminar por ese laberinto de baños abandonados: el aroma a encierro y la oscuridad, asaltada por pequeños rectángulos de luz que se colaban por las ventanas, convertían el lugar en algo mágico. Además de los besos, abrazos y pellizcos amorosos de cachetes que Catis me daba, recuerdo que cocinaba unos platillos deliciosos; en lo personal, me encantaban sus jericallas. La jericalla es un postre jalisciense, a medio camino entre la natilla y el flan, que se caracteriza por tener una especie de “costra” en la parte superior. Hay que decirlo: las jericallas que Catis preparaba no tenían –ni tienen, para mí- igual.

 

2. Muchos años atrás, tuve una amiga que conocí  mientras estudiábamos la preparatoria; dejé de verla hace unos siete años atrás, cuando yo tenía veinticinco; ella, entonces de veinticuatro, se casó con un novelista oaxaqueño. Hace algunos meses, mientras caminaba entre el gentío que inunda el Metro Bellas Artes, percibí un aroma: el mismo perfume que mi amiga usaba. El aroma fue la punta de un hilo enmarañado que, en ese momento y de golpe, se deshizo: vino hasta mí la imagen de su rostro y el sonido grave de su risa. Evoqué la imagen de una calle de Azcapotzalco, cercana a su casa, por donde solíamos caminar. Recordé que en cierta ocasión asistimos a una fiesta en la Colonia Industrial, a un lado del Metro Potrero; una vez que la fiesta concluyó, nos dijeron que no podíamos pasar la noche ahí. En aquellos años, la ciudad no era tan peligrosa como lo es ahora, así que dos adolescentes podían tomar decisiones verdaderamente estúpidas: tras sopesarlo, caminamos desde Potrero hasta la Central del Norte; una vez ahí, dormimos bajo los asientos de la zona de espera. Recuerdo esa extraña mezcla de miedo –el miedo a los peligros de la madrugada- y de alegría –la alegría de caminar con las manos enlazadas, diciendo tonterías y charlando de cosas que nos apasionaban a ambos: yo cursaba el último año de preparatoria y quería ser poeta; ella estaba a la mitad del CEDART y no se decidía si seguir hasta la Superior de Danza o entrar a La Esmeralda.

 

De los ejemplos anteriores, podemos resaltar algo: presento ante ti mis recuerdos en términos lingüísticos pero ellos, de suyo, no están hechos de lenguaje. El sabor de las jericallas de mi abuela, la sensación de sus pellizcos, la forma en que se veían los recovecos de la planta baja de su casa, el aroma del perfume de mi amiga, el sonido se su voz y el miedo y la alegría que sentí al caminar por la Ciudad de México a la madrugada son, todas ellas, imágenes y sensaciones asociadas a aquellas que no forman parte ya de la realidad efectiva; antes bien, son elementos sedimentados y constitutivos de mi sustrato de habitualidades que yo puedo re-presentarme, puedo traerlos hasta mí y mentarlos. A la vez que me es posible mentarlos como imágenes y sensaciones, también puedo convertirlos en discurso para mí o para los otros, como lo hice líneas arriba. Para Husserl, la presentación como imagen o sensación es anterior al lenguaje, esto es: nuestra vida mental no es exclusivamente lingüística; no es que pensemos con palabras, más bien vertimos en palabras una serie de contenidos que son de naturaleza múltiple.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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