Hijito, ayer te recordé en tu etapa de juventud, a ti te encantaba escuchar tangos cuando eras un adolescente, tendrías alrededor de 17 años, edad en que el amor y el desamor se experimentan con la transparencia que nos da la ingenuidad.
El gusto por ese género musical seguramente lo adquiriste por herencia, mi padre gustaba mucho de ellos, a mí también me encantan. Pero tú fuiste más allá de los clásicos tangos de Carlos Gardel o Emilio Tuero.
Inicié el posgrado en 1998, tuve una compañera madura, jubilada, que cursaba la maestría para entretenerse, según nos comentó en el momento de la presentación. A ella también le gustaban los tangos y, al hablarle de ti, me llevó un engargolado grueso, contenía la letra de varios tangos y contenía el significado de modismos argentinos.
Recuerdo con cuánto placer lo recibiste, cómo lo leíste y aprendiste significados de palabras ajenas a nuestros vocablos.
Te diste a la gustosa tarea de escuchar y aprender letras diferentes, con diversos cantores.
Entre los títulos de canciones que más te gustaban figuran Sur, Por la vuelta y Vida mía.
Te recreo en mi mente, te imagino cuando las cantabas, cariño mío. Desde que partiste, hijito, el último título, Vida mía, la escucho con asiduidad y pienso en ti, porque a ti la dedico.