Penélope se siente la niña más desgraciada del mundo. No conoce a nadie de su edad que haya perdido a su madre. Ella sabe que hay perros que se pierden porque no saben volver a casa y que hay gatos que eligen vivir con otros dueños. Pero nada de eso pasó con su mamá. La perdió para siempre porque del lugar a donde ella fue, no hay forma de volver.
¿Por qué a mí? Se dice cada noche antes de dormir. Y al otro día no puede levantarse de la cama.
Desesperado, su padre recurre a un brujo que, con un extraño aparato, la ayudará a averiguar qué pasa en su cabeza cuando duerme que no la deja despertarse a la mañana.
Así, a través de sus sueños, Penélope viajará a una época muy antigua donde enfrentará a cíclopes, sirenas y otros seres malignos mientras viaja por el mundo. Al mismo tiempo aunque durante el día, deberá desentrañar por qué sueña tales cosas, parecidas pero diferentes al libro preferido de su mamá: la Odisea, el antiguo texto que cuenta la historia del guerrero Ulises y su amada Penélope.
A medida que empiece a sacar a la luz sus sueños, dejará atrás la tristeza que la tenía postrada en la cama y se encontrará con otro desafío: hacer suyo el amor de su madre por contar historias.
Penélope recorre el mundo
Sonia Santoro
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea
largo,
lleno de aventuras, lleno de
experiencias”.
ÍTACA
Constantino Kavafis
Los sueños
De cómo Penélope se encuentra tan triste que no se puede despertar para ir a la escuela y de lo que ocurre por las noches en su cabeza.
1-
Penélope se sentía la más desgraciada del mundo. No conocía a nadie de su edad que hubiera perdido a su madre.
Ella sabía que había perros que se perdían porque no sabían volver a casa y que había gatos que elegían vivir con otros dueños. Pero nada de eso había pasado con su mamá.
La había perdido para siempre porque del lugar a donde ella había ido, no había forma de volver.
¿Por qué a mí? Se decía cada noche antes de dormir. Y al otro día no podía levantarse a la mañana. No tenía ganas, ni fuerzas para abrir los ojos.
Solo sus rulos parecían guardar algo de su carácter, el que tenía antes de que esa horrible enfermedad se llevara a su mamá. Sus bucles se mantenían firmes y rebeldes como siempre.
-Buen día dormilona –le decía el papá mientras prendía la luz de la pieza.
Penélope se sentaba en la cama, abría los ojos, estiraba los brazos y los rulos se levantaban como resortes. Su papá y sus dos hermanos se aguantaban de respirar, parados en media luna alrededor suyo. Y, cuando pensaban que lo habían logrado, Penélope se desparramaba en la cama tan abatida como hasta entonces.
-Es que tiene el sueño muy pesado –decía el papá, con cara de que el peso lo aplastaba a él.
-¿Qué tendrá en el sueño? ¿Piedras, camiones? –se preguntaba el hermano menor, que no entendía demasiado de nada.
-Esto cuando estaba mamá no pasaba –se lamentaba el mayor.
2-
La madre había muerto hacía unos meses y todos la extrañaban. Penélope, que era la hermana del medio, más que ninguno. Le faltaban las pequeñas historias que su mamá escribía y le leía antes de desayunar; añoraba cómo la miraba y le acariciaba la cabeza. La extrañaba entera.
Tal vez por eso se despertaba cuando se le ocurría. Nunca antes de las doce. Y se levantaba cansada, como si en vez de dormir hubiera andado corriendo por ahí. Un día hasta le preguntó al papá:
-¿Por qué no fui a la escuela?
El papá dio media vuelta y se fue para no acogotarla. No está bien acogotar a los hijos. Mientras caminaba se preguntó quién podría ayudarlo. Justo en ese momento, en la calle, un chico le entregó un volante que decía:
“Soluciones mágicas para problemas de sueño y penas profundas.
Tiresias, un brujo como los de antes.
Tel: 554-696”
El padre leyó, asombrado por la coincidencia, y llamó al tal Tiresias.
A la tarde, el brujo ya estaba en la casa. Llegó montado en un burro. Usaba unos anteojos redonditos.
-Es ciego –dijo el hermano mayor, espiando tras la ventana del comedor.
-¿¡Cómo puede manejar si no ve?! -le preguntó el menor, agachado a su lado.
-El que maneja es el burro, tonto. Además debe tener poderes.
-¿Qué clase de poderes?
-No sé, hace magia, ve el futuro, ¡qué sé yo!
En general, sus hermanos vivían ajenos a las preocupaciones de Penélope. Pero esta vez, mientras los escuchaba, ella también se preguntaba qué sería Tiresias: ¿Un brujo? ¿Un hechicero? ¿Un mago? No tenía idea de cuál era la diferencia entre los tres. Pero estaba segura de que el hombre era bastante extraño.
Tiresias ya estaba en el living.
-¿Dónde descansa el personaje? –preguntó.
-Penélope –dijo el papá. No le gustó mucho que llamara personaje a su hija pero tampoco le pareció peligroso. Peor era que viviera con tanta pena, o mejor dicho, que durmiera de tanto pesar. Lo llevó a la habitación de Penélope.
Tiresias traía un bonete de color dorado que parecía un cucurucho al revés y una paloma montada en un hombro (“para el reconocimiento”, había dicho).
Con el ave, de rostro malhumorado, recorrió la habitación de Penélope: un libro de cuentos abierto sobre la mesa de luz, la almohada, un perro de peluche marrón algo gastado. Luego dijo:
-Tráeme al personaje.
Miraba al frente con la espalda derecha como si le hablara al aire. Ya estaba anocheciendo.
El papá llamó a Penélope. Ella se asomó a su habitación un poco temerosa.
-Ven aquí –la invitó Tiresias.
La niña obedeció a desgano. Habla raro, se dijo. Tiresias la hizo sentar en su cama y se ubicó delante de ella. La miró un largo rato.
El brujo agarró el cucurucho con las dos manos y lo colocó en la cabeza de Penélope. Tardó un rato porque los rulos parecían resistirse. Pero al final le quedó perfecto, como un bonete alargado. De repente, el aparato se iluminó irradiando un aura dorada que lo hacía transparente. Los rulos de Penélope se movían inquietos.
El brujo la hizo acostar y le dijo con voz suave pero mandona:
-Ahora duérmete y no te lo saques por nada del mundo, aún si sientes que te quitan los cabellos.
-¡No! -Penélope se asustó un poco por tres cosas:
Una: no quería que nadie le arrancara sus rulos.
Dos: ¿cómo haría para rascarse si le picaba la cabeza?
Tres: la pieza se había puesto muy oscura.
Al ver su cara de susto, Tiresias decidió quedarse un rato más con ella.
-¿Por qué piensas que no te puedes despertar? –preguntó.
-Porque tengo sueños muy pesados, dice mi papá.
-¿Y tú qué crees?
-No sé. No me acuerdo nada de lo que pasa a la noche.
-Esto te ayudará –dijo finalmente el brujo, señalando el aparato, y se fue.
Más pronto de lo que imaginaba, Penélope se quedó dormida y soñó.
3-
Al día siguiente, el papá mandó a los hermanos a la escuela y esperó, comiéndose las uñas, que ella abriera los ojos.
-¡Papááááá! –Escuchó de repente y corrió, seguido con más calma por Tiresias, que se había quedado a dormir para estar en el momento en que la niña despertara.
Eran casi las doce, el mismo horario en que se despertaba últimamente Penélope. Pero algo había cambiado: la niña se sentía más liviana. Una telaraña de papeles enrollados, como sus propios bucles, rodeaban la cama.
Tiresias apartó al padre. Encontró la punta del papel que salía de una ranura en la mitad del aparato, y lo enrolló en una mano. Después le sacó el cono a Penélope y la mandó afuera. Ella se quejó porque tenía hambre y porque quería saber qué había en el misterioso rollo de papel, pero el padre le dijo que comiera alguna fruta y se dejara de hinchar.
Los dos hombres se sentaron en la cama y el padre leyó:
FFFFRRRTUTUCUTU
Los tres chanchitos
ffffffffarol y salió a la calle
-¿Para qué juntas dinero? –le preguntó un día su Casas debiluchas
En una hoja anotó: “Querida mamá 1’308410398181834
La cenicienta encontró al dueño de esa bota
billetes abollados y los metió en un bolsillo.
-Ufff … qué difícil que escribe esta máquina –dijo el padre, todo transpirado.
-No sea bruto, no es un lenguaje. Debo hacer algunos ajustes –dijo Tiresias.
Agarró el bonete de los dos costados, donde tenía unas manijitas. Las giró para atrás y para adelante. El aparato prendía y apagaba su luz dorada, haciendo un sonido de ventilador a punto de arrancar.
-Ya están –dijo al rato.
-¿Qué están?
-Los ajustes. Esto ordenará las cosas.
En ese momento, el aparato empezó a largar un nuevo rollo de papel con otras líneas inentendibles hasta salir totalmente blanco. Tiresias arrancó el papel, hizo un bollo con él y lo dejó a un costado.
-Ahhh –dijo el padre, como si entendiera.
-Esta noche volveré y continuaremos –dijo el brujo.
Cuando se fueron, Penélope entró a su habitación. Allí encontró el rollo de papel tirado en un rincón de la pieza. Lo estiró con sus manos contra la cama y leyó, intrigada.
Al ver esa cantidad de frases sin pies ni cabeza, se sintió confundida y más desgraciada aún. ¿Algo andaría mal en su cerebro?
Penélope estuvo todo el día inquieta. Quería que llegara la noche para saber un poco más de lo que pasaba cuando dormía pero también tenía miedo de que no fuera nada bueno.
Esa noche todo fue más o menos igual que la anterior. El brujo le puso el bonete y ella se durmió. Al día siguiente, Penélope se despertó a media mañana muy descansada y rodeada de papel otra vez.
No se animó a leer sola, entonces llamó a su papá, que volvió a entrar con el brujo y a mandarla afuera. Esto la enojó porque esperaba poder leer con él. ¿Cómo podía enterarse de lo que estaba pasando?
Entonces, el padre leyó:
Los tres chanchitos del bosque hacían sus casas cada vez más debiluchas. Lo que en realidad querían era irse a vivir a otro lugar muy lejano y esperaban que alguien se las derribara.
……………………………………………………..
Al final resultó que la cenicienta encontró al dueño de esa bota perdida en el palacio. Era un muchachito tímido que tenían de criado en una casa llena de muchachos malvados. Ella le pidió casamiento y él aceptó………………………………..
Estas historias yo las conozco pero no exactamente así, se dijo el padre. Luego, leyó lo que faltaba:
Hace algunos años nació una niña en un pueblito mínimo, en una montaña. La niña vivía con su mamá y su papá, y un perro de lana.
En el pueblo había una sola escuela, una sola iglesia, una sola plaza. Eso traía dos problemas:
Uno: la gente era siempre la misma en todos lados.
Dos: era muy aburrido.
La niña no podía dormir de tanto imaginar los reinos y seres misteriosos que habría en otros lugares. Soñaba despierta con recorrer el mundo.
Pronto empezó a ahorrar.
-¿Para qué juntas dinero? –le preguntó un día su mamá.
-Para viajar –dijo la niña con seriedad. Los adultos sonrieron y cuchichearon.
Pronto, la niña se sintió lista para partir. Sacó de la cajita unos billetes abollados y los metió en un bolsillo. Llenó un bolso con algunas ropas y con su viejo perrito de lana.
En una hoja anotó: “Querida mamá y querido papá: Me voy a viajar. Adiós. Penélope”
La niña dejó la nota sobre la mesa de la cocina. Como era de noche, tomó un farol y salió a la calle.
El papá se detuvo porque ahí terminaba el rollo.
-Parece que se arregló su aparato ¿pero qué es esto? –preguntó, mirando a Tiresias-. ¿Esa máquina escribió estas historias dadas vuelta? ¿Y la última? No me suena mucho.
El silencio de Tiresias lo ponía colorado.
-¿Mi hija está escribiendo cuentos a la noche? –el padre se acordó de la mamá de Penélope. Ella era escritora de cuentos infantiles y le encantaban las historias antiguas. Pero lo que más le gustaba era cambiar los finales y los personajes de los cuentos. ¿Le habría enseñado algo a Penélope?
Tiresias no dijo ni sí ni no. Dijo:
-Esta noche continuaremos.
4-
A la tercera noche se repitió todo. Penélope durmió con el aparato en la cabeza. Y el día después, otra vez se sintió aliviada al abrir los ojos. Ya no le dieron miedo los tirabuzones de papel. Lo que sí temía era que su papá no le contara lo que decían. Esta vez no me va a dejar afuera, se dijo. Entonces, venció el otro miedo: a descubrir si tenía algo malo en su cabeza. Y se puso a leerlos. Recorrió unas pocas líneas y empezó a reírse sola. Hacía mucho que no se reía con tantas ganas. ¡Era una historia! ¿Sería el sueño de esa noche? ¿Por eso al sacarlo se sentía más liviana?
Si bien a la historia le faltaba el comienzo, ahora tenía pies y cabeza, eso quería decir que no había nada mal con su cerebro. Además, la intrigaba saber cómo seguía.
Todo le pareció de lo más raro. Pero sacarse el sueño o lo que fuera de su mente la hacía sentirse mejor, así que no se preguntó más nada.
-¿Papá? –llamó.
El padre y el brujo estuvieron ahí muy rápido. Mandaron a Penélope afuera y el padre leyó:
Las calles del pueblo estaban más negras que de costumbre pero caminó sin miedo. La acompañaba su perrito de lana pero sobre todo una idea fija: conocer el mundo. Al amanecer se encontró con un viejo ciego que llevaba un par de anteojos redonditos y parecía sabio. Le dijo:
-Para llegar a las lejanas tierras, tendrás que atravesar puntudas montañas, campos gigantescos y el mar inmensamente grande.
Luego, el hombre le dio una bolsa mugrienta con algunas cosas adentro.
-¿Qué hay acá? –preguntó la niña.
-Cosas que te servirán.
-¿Para qué?
-Ya lo sabrás –dijo el viejo y le dio un consejo -: Recuerda que en tu casa siempre te esperarán tus seres queridos.
La niña no entendió ni jota y siguió su camino, con su bolso, la misteriosa bolsita que le había dado el viejo y su perro. Así se fue a recorrer el mundo.
Cuando terminaron de leer, el padre miró a Tiresias un poco agrandado: ¡su hija escribía cuentos dormida! Narrar historias no podía tener nada de malo. Al contrario, su esposa siempre le decía que leyendo podías viajar por el mundo sin moverte de tu casa.
-¡Es la continuación…! ¿Es Penélope la que escribe? –preguntó.
-Algo así, son sus sueños.
-Bueno, es lo mismo. ¿Pero cómo escribe? ¿Con los rulos? –siempre había sospechado de la rebeldía de ese pelo.
-No sea bruto. Como todo el mundo sabe, ningún cabello es capaz de escribir.
-Ah –dijo el padre, no le gustó que el brujo le dijera bruto por segunda vez, pero tampoco le pareció peligroso.
-Sin embargo, pueden funcionar como conductores de sueño.
-Oh.
-Como están conectados al cerebro, con este aparato pueden sacar los sueños hacia afuera.
-¡Ajá!
Luego, Tiresias le dijo:
-Ya sabes lo que querías, mi trabajo ha terminado. Los dioses así lo han querido.
-¿Pero cómo, qué dioses? ¿Y ahora qué hago?
Los tres días que había dormido con el extraño aparato, Penélope se había despertado a cualquier hora pero ya no estaba tan cansada como antes. Y además ahora su pesado sueño servía para algo. De su cabeza había salido una historia bastante interesante y ella era la protagonista. Pero ¿qué haría con eso? Tenía que conseguir esa máquina para saber cómo seguía. ¿Se compraría? ¿Podría pagarla en cuotas?
En ese momento, Penélope, que había escuchado detrás de la puerta, entró en la habitación a los tropezones. Sus hermanos atrás, empujándola.
-Papá, quisiera tener esa máquina –suplicó.
-¡Y yo! –dijo el hermano mayor.
-¡No, yo! –agregó el menor.
El padre se puso rojo en un instante y empezó a transpirar. Hacía varios meses que Penélope no se mostraba interesada por algo. Tenía que lograr quedarse con el bonete. ¿Cómo haría?
Después de unos largos minutos de silencio y de pensar cómo resolverlo, Tiresias lo sacó del apuro. Decidió regalarle la máquina a Penélope para que pudiera recuperar sus sueños.
-Pero con una condición –dijo el misterioso brujo.
-¿Cuál? –preguntó el padre, temeroso de lo que pudiera pedirle.
-¡Deje en paz los rulos de la niña!
Todos se rieron de la ocurrencia de Tiresias.
Penélope se tocó automáticamente la cabeza y tuvo la sensación de que sus rulos estaban más espumosos que de costumbre.
Encuentro con Circe
De cómo Penélope vuelve a la escuela y conoce a Cirenia. Mientras en sus sueños se encuentra con Circe y su mágico palacio lleno de bestias.
1-
Después de mucho tiempo, Penélope fue a la escuela. Su padre había decidido pasar a todos al turno tarde para que el asuntito del sueño pesado no la hiciera faltar. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Ni él lo sabía. Es que de esas cosas se ocupaba su esposa y, como a Penélope, a él también le estaba costando mucho acostumbrarse a su ausencia.
¡Maestra nueva, compañeros nuevos! ¡Papá no entiende nada!, pensaba Penélope. Lo último que necesitaba era tener que esforzarse para caerle bien a la señorita y a sus nuevas compañeras.
A sus hermanos no les importaba porque mientras tuvieran una pelota o una play station eran capaces de jugar hasta con un extraterrestre (siempre que supiera patear o manejar un joistick, claro). Pero ella no. Penélope necesitaba tener amigas, hablar, contarse secretos.
En fin. La decisión ya estaba tomada. Se cambió a disgusto y caminó arrastrando los pies hacia lo que esperaba sería un nuevo calvario para ella. Pero las cosas no fueron tan malas como esperaba.
Por suerte, la señorita Vero parecía bastante buena.
-Hola Penélope, vení –la arrimó a su guardapolvos y la dio vuelta hacia los bancos. Penélope no veía nada, imaginaba que así era cuando los actores estaban en el teatro. No quería reconocer ninguna cara-. Chicos, esta es Penélope, la nueva compañera de la que les hablé. Mirá ahí tenés un lugar.
Era en el segundo banco, al lado de una chica que revoleaba los brazos y hacía morisquetas para llamar su atención.
-¡Penélope, hola! ¡Acá! Soy Cirenia.
-Ho.. ho.. la
-¡¡¡Hola!!! Sentate, poné acá tu mochi… después te presento a todos.
Durante la primera semana, Cirenia le pasó la tarea, le mostró sus rincones favoritos y la presentaó a los demás compañeros.
Además cada día Cirenia le traía algún regalito. El primero fueron chocolates, el segundo un gel perfumado para pasarse por las manos y colgar en la mochila. El tercero unas hebillas con mariposas que aleteaban.
Penélope no había tenido tiempo de sentirse desgraciada. Todo eso la hizo levantarse con ganas de ir a la escuela y olvidarse un poco del bonete con como cucurucho de Tiresias. Seguía sin recordar los sueños. Pero estaba tranquila porque sabía que cuando quisiera podía enterarse de lo que pasaba en su cabeza por las noches.
Recién el sábado le volvió la curiosidad. El padre le puso el bonete con algo de miedo porque no entendía cómo funcionaba. Pero apenas apoyó la base sobre la cabeza, el aparato aspiró el pelo y luego se iluminó.
-Todos afuera –dijo el padre.
2-
Penélope durmió sola con su máquina. Al otro día, se despertó y vio de nuevo el rollo de papel. Esta vez no llamó al padre. Sentada en la cama, leyó:
Penélope llegó a lo alto de la montaña. Sus rulos le habían decretado guerra a las hebillas y andaban sueltos disfrutando del aire y el sol. Vio un palacio con una torre altísima y escaleras por todos lados. Sintió que sus bucles se le hinchaban. Estaba contenta y se abrazó a Batata.
De repente él la empujó con su nariz. ¿Cómo? ¿Batata era ahora un perro de verdad? El peluche sacudió su pelo de lana y movió la cola. Lo más impresionante fue cuando sus ojos de vidrio miraron de un lado a otro. ¿Acá los peluches ladran y comen también?, se preguntó.
Bajó al gran palacio, atraída por una canción muy parecida a las que le cantaba su mamá antes de dormir.
Tan encantada estaba, que no se dio cuenta de que había perdido a Batata.
Empezó a llamarlo pero por más que gritó no aparecía.
Al final, este Batata es un papanatas, pensó. Ahora que aprendió a caminar, se pierde.
Estaba cansada y sola. Se sentó en unas escaleras frías a pensar. A veces hablaba en voz alta:
-Ya sé, ¿qué habrá en esta bolsita misteriosa?
Desató el nudo con impaciencia. Adentro encontró:
Un paquete con varios yuyos.
Una piedra celeste.
Un silbato viejo.
Un barquito de juguete que apenas estuvo afuera de la bolsita empezó a agrandarse a una velocidad increíble. ¡Guau! ¿Ahora esto también? Penélope no paraba de asombrarse. Pero lo guardó a empujones otra vez en la bolsa porque, hasta donde sabía, los barquitos no se comían y ella estaba muerta de hambre.
Decidió probar uno de los yuyos. Tenía la raíz negra y las hojas blancas. Le dio un mordisco. Mientras masticaba pensaba: Mmmm qué raro, un yuyo con gusto a leche. ¿A qué tendrá gusto la leche en este palacio?
En ese momento, un cerdito se le acercó a olisquearla. Era redondo y rosado. Pero tenía un olor a podrido tremendo.
-Shu, shu –Penélope lo espantó con las manos. -¡Fuera chancho asqueroso! - El animal dio un salto y quiso lamerle la cara.
En ese momento, una joven rubia, con un vestido largo hasta los pies se acercó.
-¡Fuera de aquí, bestia! –le gritó al cerdo –. No molestes a las visitas.
¿Visitas? ¿Dónde estaba toda la gente?
-Adelante forastera. He preparado un lugar para ti en mi palacio. Eres bienvenida –dijo con una reverencia.
¡Ah! Ella era la visita. Pero qué bien. Entraron por una puerta tan alta como una jirafa, o dos.
La chica le ofreció un té color rojo. Qué amable. Penélope tomó un trago grande porque estaba sedienta.
-Mmm, qué rico, ¿de qué es? –preguntó, dando otro trago.
-Es un secreto, ya verás.
3-
Así estuvieron en silencio unos minutos, hasta que la chica levantó sus cejas con asombro y le gritó, olvidando todos sus modales:
-¡¿Pero quién eres?! ¡Mi poción no te ha hecho nada! ¿Has comido algo antes de venir?
-…Un yuyito apenas… –dijo Penélope, con un poco de miedo por los gritos.
-Mmmm ya veo –la chica achinó los ojos y asintió con la cabeza.
-Soy Penélope.
Al escuchar su nombre, la muchacha aflojó la cara y sonrió.
-¡Oh Penélope, la trotamundos de cabellera indomable! Me han hablado de ti.
Penélope no entendía un par de cosas. La primera: qué quería decir trotamundos.
-¿Por qué no dirá viajera? –se dijo Penélope, sentada en su cama.
-¡Porque es de otra época! –contestó su hermano mayor con impaciencia.
Tan concentrada estaba leyendo que no se había dado cuenta de que sus hermanos la rodeaban y leían con ella.
-¡Fuera! –les gritó –¡Vayanse a jugar a la play!
Nunca la dejaban jugar con ellos. ¡Ahora quién los necesita!
Leyó:
La segunda cuestión que no entendía era cómo la conocían en ese palacio. Pero fue a lo importante:
-¿Y vos quién sos y qué le hiciste a mi perro? –le gritó.
-Yo soy Circe. Pero a quién le importan los perros… Seamos amigas, Penélope. Aquí podrás comer y beber todo lo que quieras -dijo ella.
Con el hambre que tenía, Penélope siguió a la chica. Ya se ocuparía de encontrar a Batata después.
4-
Aquí terminaba el rollo. ¡Guau, esa historia está en mi cabeza! ¡Y yo soy la protagonista! ¡Soy una heroína!
Ir a la escuela, hacer caso al padre y aguantar a los hermanos no tenía nada de sorprendente ni extraordinario. En cambio lo que le anunciaban los sueños era mucho más tentador.
Penélope, que durante el día se sentía presa de una vida triste y aburrida, deseó vivir por las noches tantas aventuras como las que le contaba su mamá.
Envolvió la tira de papel en una mano y la guardó en una vieja lata de bombones, donde había puesto las anteriores y la puso en el placard.
Después fue a desayunar, y se encontró con el peluche sentado a la punta de la mesa de la cocina.
-¿Cómo llegaste vos acá? -le dijo agarrándolo a upa. Estaba convencida de que había dormido con él en su cama. Seguro que se lo habría sacado alguno de sus hermanos.
-¿Quién fue? –Preguntó. Ellos se acercaron corriendo.
-¿Quién fue qué? –dijeron.
-El que agarró a mi peluche.
-Ay Penélope no puede dormir sin su peluche –la burló el mayor. Y el menor lo siguió:
-No puede sin su peluche, ja ja.
Penélope los miraba con odio.
-¿No será que camina solo? –siguió el mayor.
-El peluche camina solo, ja ja.
-¡Qué van a saber ustedes! –dijo Penélope enojada. Aunque se quedó pensando en eso.
-Tené cuidado a ver si se pierde –dijo el mayor y los dos se rieron a carcajadas.
Penélope ya no los escuchaba. Preparó su mochila y fue a la escuela caminando unos pasos delante de ellos.
Cirenia la esperaba con una bolsita decorada con moños y corazones. Adentro, estaba llena de chupetines: una paleta celeste y blanca grande como una cabeza, otra chiquita como un anillo, un pirulin verde y rojo y otro dorado.
-¡Y no compartas… son solo para vos! –la animó Cirenia.
Penélope no pudo resistirse. Entre los dos recreos, la bolsa quedó vacía. Después, Cirenia la invitó a su casa y se pasaron la tarde tiradas en su cama y charlando.
Cirenia le hizo prometer que sería su amiga para siempre.
-¡Claro! –dijo Penélope.
-Y las amigas se cuentan todo, toooodo -Cirenia le guiñó un ojo y sonrió. Pero Penélope sintió como si una mano le apretara el corazón.
-Claro.
-No como Florencia, que es tan sabelotodo que no tiene nunca nada interesante que contar.
Penélope sonrió con timidez.
-O Victoria que es una tonta, no se le puede contar algo porque enseguida se entera la persona equivocada.
Penélope se encogió de hombros.
-O Micaela, que es tan presumida que solo le importa su ombligo.
Cirenia se rió a carcajadas de su ocurrencia. Pero Penélope estaba muda.
-¡Y ahora tenés que hablar vos Penélope!
-Bueno, no sé, ¿qué querés que te cuente?
-Mmmm, lo que quieras… ¿por qué te pasaste al turno tarde?
-… -Penélope volvió a sentir que le apretujaban el corazón. No estaba lista para contar lo que le pasaba con sus sueños.
Por suerte su padre la vino a buscar en ese momento. Pero algún día tendría que responder esa pregunta.
5-
A la mañana siguiente, Penélope se levantó con dolor de panza. Se sentía como si hubiera comido un elefante. Demasiados dulces, se dijo. ¡Pero estaban tan ricos!
Leyó el rollo de papel que había salido esa noche, quería saber qué pasaba con Batata.
Penélope siguió a Circe por un pasillo largo. Mientras la muchacha caminaba, las puertas se iban abriendo y las luces se encendían solas.
Penélope iba detrás y aprovechaba para mirar por las puertas entreabiertas. No había nadie.
De pronto estuvieron frente a un portón altísimo que se abrió de par en par y Penélope vio una mesa enorme, tan larga como… dos jirafas acostadas. Y sin nada arriba, con el hambre que tenía.
Circe se acercó a la mesa y apuntándola, con un movimiento corto, hizo aparecer una cabeza de cerdo con un choclo en la boca y dos margaritas en las orejas.
-¿No es encantador? ¡Adoro los cerdos! ¡Más cuando me los voy a comer!
Con otro movimiento, sirvió una fuente con forma de cascada por la que caía un líquido de color violeta. Y con otro ¡Una pata de un animal prendida fuego!
-Ja, este es uno de mis mejores trucos.
Luego fue sembrando la mesa con un montón de otras comidas.
-¡Qué divertido! ¿Cómo se hace eso? –preguntó Penélope.
-Soy hechicera, Penélope, y puedo hacer aparecer y desaparecer lo que quiera. Dime lo que se te antoje y lo tendrás.
A Penélope se le atragantaron un montón de postres en la cabeza, hasta que dijo:
-Un flan gigante que parezca un volcán ¡y que de la punta salga chocolate!
Circe hizo dos o tres movimientos con su varita y allí estaba el flan, largando una lava marrón de aspecto delicioso.
-¡Bravo! -Penélope aplaudió, después de meter el dedo en su obra.
-¿Qué más quieres? ¿Te gustan las ferias de diversiones? –dijo Circe y en el patio junto al comedor hizo aparecer una calecita, una vuelta al mundo de madera y otros tantos juegos-. Jamás te aburrirás en mi palacio… Pero ahora comamos, porque debes estar hambrienta –dijo al fin la anfitriona, dio un par de palmadas y aparecieron unos mozos con cabeza de caballo y cuerpo humano.
Penélope agarró lo primero que le sirvieron y se lo metió en la boca entero. Masticó lento y en silencio. Se sentía un poco tonta, tónita… atónita, así decía su mamá cuando las palabras no le salían.
Circe empezó a hacer burbujas con la cascada de jugo. Penélope quiso hacer lo mismo con una bombilla y se volcó media cascada encima.
-¡Limpio! -gritó Circe apuntándola con la varita y su ropa quedó como antes. ¡Increíble!–. En este palacio no tendrás que preocuparte por nada.
Penélope se llenó tanto que de repente tuvo mucho sueño. Circe la acompañó a la cama. Los pasillos seguían vacíos, salvo por algunos animales algo monstruosos que parecían esconderse cuando ellas pasaban.
Cuando se retrasó un poco, una hormiga con cara de lagarto y casi tan alta como ella, la tironeó del brazo. Qué impresión. ¿Sería venenosa?
-¡Yo era su vecina! Mira en lo que me convirtió -llegó a decirle en un lamento antes de que Circe se diera vuelta.
-No te demores Penélope –la apuró la maga.
Penélope no entendía nada, ¡los mozos tenían cara de caballo y las hormigas de lagartos, y hablaban! En un rincón detrás de unas plantas vio unos sapos amontonados, estirando un brazo hacia ella como pidiéndole algo.
Penélope aceleró el paso para no perderse en ese laberinto de escaleras, pasillos y monstruos.
Por fin llegaron a su pieza. ¡Era gigante! Como todo ahí. Y al lado tenía un baño para ella sola.
-Estaré en la habitación de enfrente por si me necesitas –dijo Circe y se fue cantando con su voz dulce.
Antes de dormir, Penélope se metió en la bañadera. Se puso a hacer pompas de jabón con un muñeco con forma de payaso que abría la boca cada vez que se le llenaba con una burbuja. Hasta que un sapo grande y lleno de granos se acercó.
-¡¡Ayyyyy!!! –gritó ella.
El sapo le dijo shh, con la mano en la boca y habló muy bajito:
-Soy el viejo mayordomo del palacio.
-¡¡Qué!! ¿¿¿Los sapos también hablan acá???
-Shh, shh. Ten cuidado con la maga Circe. Si se levanta de mal humor te convierte en bestia.
-Pero si es divertidísima… -aunque tal vez a las hormigas no les divirtiera tener cara de lagarto.
-Sí, al principio todo es maravilloso pero en cuanto quieras irte, hará lo que sea para impedírtelo.
-¿Y por qué haría eso?
-No soporta que la abandonen.
-¿Y a usted que le pasó?
-Yo quise irme a trabajar a otro reino, harto de los maltratos de Circe y en cuanto lo supo me transformó en esto.
-Mmm ya veo.
-La gente sentiría asco y repulsión por mí, ya no puedo irme –el sapo parecía no haberla oído.
Ya lo creo que sí, pensó Penélope pero no lo dijo. Y justo en ese momento se oyó la voz cantarina de Circe, que la salvó de seguir hablando con el batracio.
Si lo que decía el sapo era verdad, estaba en problemas. Pero esa noche no lo resolvería.
6-
-¡Penélope! ¡A desayunar! –la llamó justo el papá.
Qué inoportuno. Igual guardó rápido el papel porque no quería que empezara a gritarle para que se apurara.
Un retorcijón le hizo recordar sus dudas:
La primera: a ella y a la de sus sueños les dolía la panza, ¿es que los dolores viajarían por el bonete-cucurucho?
La segunda: Circe y Cirenia se parecían bastante ¿las dos serían tramposas?
En el desayuno nadie le dio importancia a su dolor de panza. Sus hermanos decían que se “estaba haciendo” para no ir a la escuela y su padre parecía creer lo mismo.
-Mirá que valiente sos en tus sueños, y acá no te animás a ir a la escuela –le dijo, provocando un retorcijón más fuerte en su maltrecha panza.
-¡No es cierto! –gritó Penélope furiosa.
Era verdad que le dolía la panza. No era un invento. Ni un sueño. Estaba tan enojada que se fue caminando sola al colegio.
Al llegar las cosas se pusieron peor. Se encontró con Bruno en la puerta. Era un pibe grandote de sexto, que estaba todo el día con una pelota entre las manos o haciendo bollitos con los papeles y jugando a embocarlos en los cestos de basura.
-¿A dónde vas, nueva? –le dijo entre risas, sin dejarla pasar.
Ella intentó por un costado. Él se corrió tapándole el paso. Probó por el otro, y él se volvió a correr.
-¿A dónde vas te dije, nueva?
Penélope se quedó muda, tonta, atónita. No quería quedar como una buchona contándole a la maestra. ¿Qué haría?
-No la molestes –oyó entonces y vio cómo Bruno se achicaba ante sus ojos, se corría a un costado y la dejaba pasar.
-¡Cirenia! Gracias –Primero Penélope se sintió aliviada pero después un poco molesta. ¿Es que no podía defenderse sola?
-Para qué están las amigas Peni –le dijo Cirenia con su mejor sonrisa.
Fueron al aula y Penélope estuvo un rato largo pensando qué hacer con Bruno la próxima vez que la molestara. Pensó tres cosas:
Primera: llamar a la maestra.
Segunda: darle un pisotón y correr antes de que la agarrara.
Tercera: no andar nunca sola.
La primera la descartó de entrada porque se ganaría más enemigos si llamaba a la maestra por todo. La segunda porque no se animaba. La tercera, la aceptó a regañadientes. Parecía la única posible. Por el momento.
Una vez resuelto eso, le agarró impaciencia por volver a casa y saber cómo seguía su sueño.
Apenas llegó, se encerró en su pieza a leer lo que quedaba del rollo:
Los días siguientes todo se repitió. Circe y Penélope comían y jugaban hasta hartarse. A la noche, Penélope se dormía escuchando los cantos de Circe. Antes le preguntaba por su perro Batata pero Circe siempre le contestaba con alguna excusa.
-¿Tu perro? Debe andar entretenido por ahí, mi palacio es muy grande y tentador para las bestias.
-Pero él no es una bestia y recién aprendió a caminar, no puede ir muy lejos.
-Todos son iguales Penélope, en cuanto le das confianza, se van por ahí.
-No creo que Batata haga eso. Está conmigo desde que nací.
-Eso no es garantía. En cuanto pudieron, mis padres me abandonaron.
-Oh, pobre Circe. Qué crueldad.
-La gente es cruel Penélope. Por eso este palacio encierra todos los placeres que puedas imaginarte. Acá adentro nada malo podrá pasarte. Y me tendrás siempre a mí. ¿Amigas?
-¡Amigas!
Así pasaron las semanas y los meses y Penélope no tenía una sola pista de donde podía estar su perrito.
Un día se levantó con un dolor de panza tremendo de comer tanto y recordó la advertencia del viejo sapo. Tendría que volver a verlo.
-Señor sapo, necesito sus consejos - susurró a unas plantas, donde solían esconderse.
El sapo estiró una mano con un papel que decía: “En el baño, acá es peligroso.”
Se metió en su cuarto, fue al baño, y al rato él estaba adentro.
-Señor sapo, ¿cómo hago para recuperar a mi perro?
-¿Tu perro? Ah, pensé que ya te habías olvidado.
-¿Cómo me voy a olvidar?
-Como te das la gran fiesta con Circe.
-No hable así, ella es buena conmigo. Lo que no entiendo es por qué no hay gente en este palacio.
-Es que nadie aguanta sus caprichos y en cuanto se quieren ir, los transforma en bestias.
-Sí, eso ya me lo dijo pero ¿qué hizo con mi perro?
-Ay Penélope, no entiendes nada. ¡Tu perro debe ser una de esas bestias deformes!
-¡¡¡Nooo!!!. ¿Por qué a Batata?
-Porque mientras sigas buscándolo, no pensarás en irte de aquí.
-Nooo…, qué mala. Pobre Batata. ¿Y es cierto que sus padres la abandonaron?
-No, su madre murió cuando ella nació y su padre se enfermó tiempo después. Circe sufrió tanto que estuvo varios meses sin levantarse de su cama. Cuando finalmente lo hizo era otra, como si el dolor la hubiera hecho mala. Inventó la historia del abandono y empezó a usar sus poderes para transformar a la gente en bestia. Nadie puede huir de su palacio mientras esté bajo los poderes de sus hechizos.
-¿Siii? Noooo… ¿pero por qué en animales?
-¡Porque le gusta! –dijo el sapo encogiéndose de hombros-. Deberías escapar mientras puedas.
Fue entonces que Penélope se acordó para qué se había ido de su casa. No era para pasarse la vida en un palacio sino para conocer el mundo.
-¿Y cómo hago para irme?
El sapo le dio tres consejos:
Primero: Come el yuyo protector.
Segundo: Dile a todo que sí.
Y si eso no funciona:
Tercero: Amenázala con la furia de los dioses.
-¿Cómo?
7-
-¿Cómo?
El sapo ya se había ido sin darle más detalles. Penélope oyó unos pasos que se acercaban y corrió a agarrar su bolsita misteriosa. Ahora o nunca, se dijo. Comió el yuyo con gusto a leche, que era el único que conocía.
-¿No puedes dormir Penélope?
-No... es que… Circe, estaba pensando que me gustaría conocer las tierras que rodean tu hermoso palacio.
-¿Y para qué?
-Podría recoger unas flores para agradecerte tus atenciones.
-No es necesario Penélope, las verdaderas amigas no necesitan regalos.
-O tal vez podría conocer esos lagos de los que me hablaste o visitar algún pueblo cercano.
-¿Quieres ver un lago? Mañana lo tendrás en el patio central del palacio. ¿Pero un pueblo? ¡¿con la gente chismosa metiéndose donde nadie la llama?!
-No todos son chismosos. Necesitamos conocer gente. Te haría muy bien también.
-Contigo me basta Penélope. Nunca nadie fue tan importante para mí. Eres mi mejor amiga.
-Bueno, la única.
-¿Y qué importa Penélope? ¿No te gustaría vivir aquí para siempre? Hasta podrías convertirte en maga como yo -dijo con ojos pícaros.
-Eres mi mejor amiga – repitió Circe, entregándole un anillo de diamantes.
-Gracias, ¡¡es hermoso!! –Penélope lo miró con cuidado y vio unos destellos extraños en la piedra. Ya no confiaba en Circe, así que decidió no ponérselo. – Lo guardaré en mi bolsito, tengo miedo de perderlo. Pero si tanto me quieres, libera a mi perro.
-Otra vez con lo mismo –dijo Circe y se le borró la sonrisa de la cara.
-Sí porque desde que llegué, desapareció.
-Oh Penélope, mantendré con vida a tu perro. Pero prométeme que te quedarás conmigo para siempre.
Penélope sintió crecer en su garganta una mezcla de bronca y … más bronca. Se había divertido mucho con Circe pero ella había embrujado a su perrito. Y además la había engañado tentándola con toda esa comida rica. Ahora no dejaba que se fuera. ¡Bruja! El pecho le dio un sacudón de odio.
-¡Si no haces aparecer a Batata, los dioses te castigarán!
Circe largó unas carcajadas de bruja.
–A quién le importan los dioses –dijo, aunque su boca le tembló un poco.
-Los dioses destruirán a quien se interponga en mi viaje –se envalentonó Penélope.
-Está bien, te devolveré a tu perro y te dejaré ir, si me prometes que volverás a verme cada año.
Qué manía con las promesas. Pero Penélope recordó que debía decir a todo que sí.
-Claro –Penélope ya estaba saboreando su libertad.
No imaginaba que Circe no se la haría nada fácil.
8-
Circe le dio la espalda por un instante y al volverse, Penélope la vio apuntar con sus dos varitas hacia el techo.
-¡¡¿Quieres un perro?!! ¡Ya verás! –Empezó a lanzar hechizos a su alrededor –. ¿Quién te crees que eres Penélope? ¡Nadie deja este palacio sin que yo lo disponga!
Penélope se asustó y corrió. Se escondió detrás de unas macetas. Circe la vio y con un hechizo convirtió a los sapos que allí se escondían en perros galgos con cabeza de buldogs, que apenas podían sostener con sus cuerpos flaquísimos.
-Oh, disculpen –les dijo Penélope, apenada pero sin dejar de correr.
Circe la perseguía. Entonces Penélope se tiró debajo de un mueble donde llegó una maldición que convirtió a unas cucarachas en perros policía con trompa de caniches, que empezaron a ladrar finito sin parar.
-Sh, sh –intentó callarlos Penélope, conteniendo la risa. Y corrió por un pasillo probando todas las puertas, hasta que llegó a una escalera que subía y subía hasta la torre del palacio. Al final había una celda pequeña. Penélope empujó la puerta con furia y logró abrirla. Allí se encontró con la cara de susto de un cerdo rosado y se escondió rápido tras la puerta. Yo a este cerdo lo conozco, se dijo. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar.
El terrible hechizo que le lanzó la maga esta vez hizo vibrar a todo el cuarto y ella se desmayó del miedo. Entonces el cerdo se le tiró encima, salvándola del siguiente embrujo, que dio directo al lomo rosado del animal.
-¡Perro, ahora! –había gritado la maga y en un instante lo había convertido en ¡Batata!
-¡No puede ser! Estúpido animal –gritó Circe, mientras se preguntaba cómo no se había dado cuenta de que el hechizo iba a desarmar la maldición que tenía convertido a Batata en un cerdo.
La maga miró sus varitas y las sacudió una y otra vez pero no salía nada. Se había gastado los hechizos de un año entero en esa tarde y ya no tuvo más poderes para retener a Penélope.
-¡Batata!!!... ¿qué te ha hecho? –preguntó Penélope con cariño, saliendo de su desmayo-. ¡¡Papanatas!!
A lo lejos se escuchaban multitudes de ladridos. Los perros, algunos deformes y otros no tanto, estaban en los pasillos, muebles, macetas y por todos lados porque Circe se había vuelto loca de furia apuntando contra todo bicho que caminaba.
Penélope se paró dando algunos tropezones y salió de la celda con Batata a upa. Circe quedó tirada en el piso, transpirada y despeinada, luchando todavía con sus varitas. Penélope la miró, ya sin miedo:
-Ahora me doy cuenta, nunca fuiste mi amiga. No se puede obligar a los amigos a que nos quieran.
-Tienes razón Penélope, pero no creas que no te he querido de verdad. Como muestra de mi amistad, te daré un consejo. Vuelve a tu casa pronto, allí te espera el amoroso Ulises.
¡Qué Ulises ni perdices! Se dijo Penélope aunque asintió con la cabeza, no fuera cosa que la bruja Circe se saliera con alguna otra cosa rara.
Desde la ventana de la torre, Circe vio a Penélope y a Batata alejarse abrazados. La rodeaban sus absurdos perros, que la oyeron murmurar:
-Te maldigo Penélope. Los dioses se ocuparán de que nada sea fácil para ti en tu travesía.
Viviendo con un cíclope
De cómo Penélope descubre quién es Cirenia mientras en sus sueños llega a la cueva de un cíclope.
1-
¿Quién sería Ulises? Tirada en su cama, Penélope se acordó de que cuando estaba en salita de cinco le había preguntado a su mamá por qué se llamaba Penélope. Ella había sonreído y le había contado que hacía muchos años alguien había escrito un libro sobre un guerrero famoso llamado Ulises. Penélope era su esposa.
¿Tendría algo que ver lo que le contó su mamá con lo que estaba soñando?
Su pregunta la acompañó hasta el colegio.
Desde que se había pasado al turno tarde, no hacía nada sin Cirenia. Se sentaban juntas, caminaban agarradas del brazo, se visitaban en sus casas. Era raro caminar sin ella. Pero ese día, en el recreo largo, fue sola a la biblioteca.
-Después te alcanzo –le dijo Cirenia. Se había quedado en el aula terminando una tarea. Y Penélope corrió, no sabía por qué. En la puerta de la biblioteca, un chico de frente ancha y pelo ondeado, la agarró del brazo. Miró para todos lados antes de hablar y le dijo:
-Tené cuidado con Cirenia.
Eso le sonaba de algún lado. ¿Sería un deja vu, como cuando estás viviendo algo que ya pasó?
-¿Por qué? –preguntó. Pero él ya estaba en su mesa leyendo.
-¿Qué te dijo ese bobo de séptimo?
Cirenia había llegado.
-Na..da, nada.
-Lo que sea, no le hagas caso. Es uno nuevo. Se llama Uriel, Huberto, no sé, algo anticuado con U… y es tan sabelotodo que no podría tener nada jugoso que contar.
-¿Jugoso? ¿Cómo jugoso? ¿Cómo un churrasquito rojo? –Penélope estaba molesta con los comentarios de Cirenia y quiso fastidiarla también.
-No, Peni.
-¿Cómo una naranja para jugo?
-No, Penélope.
-¿Cómo qué?
-Como saber quién gusta de mí o de vos, ¡o de toda el aula! O…
Cirenia revoleó los ojos con picardía.
-¿O qué?
-O por qué te cambiaste al turno tarde a esta altura del año.
Otra vez con lo mismo. No podía decir por qué pero le hartaba que Cirenia le preguntara eso. Y también que quisiera saber todo de todos y todas.
-Por el trabajo de mi papá –le dijo al fin.
-¿En serio? Contáme.
-Eso, no hay mucho más.
-Siempre hay más Penélope. ¿Tu papá cambió de trabajo? ¿Lo echaron? ¿Por qué?
-¿Eh? No entendés nada, Cirenia.
Penélope se fue y, por segunda vez, fue ella quien dejó sola a Cirenia.
Aunque no entró a la biblioteca, no se había olvidado para qué había ido hasta allí.
2-
Esa noche, Penélope se acostó temprano. Todavía tenía algunas molestias en su panza y en su corazón. No le gustaba que Cirenia fuera tan metida. ¿Pero por qué tendría que tener cuidado con ella como le había dicho ese chico?
Capaz los sueños me ayuden a entender lo que me pasa, pensó.
Se puso la máquina en la cabeza, ya había aprendido a hacerlo sola, y cerró los ojos. Como otras veces, le pareció que no se dormiría más porque no dejaba de pensar en lo que le había pasado durante el día. Pero esa noche también durmió profundamente y al día siguiente, apenas abrió los ojos, se sentó a leer:
Penélope dejó el Palacio de Circe con una pregunta: ¿Ulises sería su amigo del pueblo? ¿Por qué la esperaría si se habían peleado porque no quería que ella se fuera?
Anduvo como treinta días hasta que apareció un gran bosque ante sus ojos. Había leído algunas historias donde los bosques encerraban muchos peligros. Podía haber:
Uno: pantanos.
Dos: brujas horribles.
Tres: lobos feroces.
Por un instante recordó su casa y extrañó a sus padres. Pero Batata movía la colita y le dio ánimos. Decidió entrar. Caminó despacio y hacia el atardecer se encontró frente a una gruta gigante. Tenía frío. Entró para abrigarse y pasar la noche.
La gruta estaba llena de ovejas con sus ovejitas. Batata empezó a ladrarles pero como no le daban bolilla, se cansó. Una de ellas se acercó a Penélope y la miró con cara triste.
-¿Qué te pasa ovejita? –le dijo ella mientras le tocaba los rulos. Parecían una esponja aplastada, como los suyos.
Un ruido estruendoso que movió la gruta entera asustó a Penélope y a todo el rebaño. Había llegado el dueño de casa. Era un ser gigantesco, tan largo como tres jirafas. ¡Tenía un solo ojo, redondo y negro! Unos hilitos de sangre se dibujaban en la parte blanca. Ese ojo horrible la miraba con furia.
-¿Quién eres y qué haces aquí? ¿Estás perdida o andas en aventura? –le gritó, con un vozarrón, después de haber cerrado la entrada con una piedra.
-Soy Penélope, solo quiero que me deje pasar la noche en su casa –dijo ella, haciéndose la que no tenía miedo.
-¡Oh! ¿Tú eres Penélope, la de los rizos al viento? –rió a carcajadas y su cuerpo se sacudió entero. Penélope no se sorprendió de que la conociera, ya le había pasado algo parecido con el viejo ciego y con Circe. -¡Oh niña tonta, el mundo está lleno de peligro! ¿Sabes quién soy yo?
-No. ¿Quién eres?
-Claro, si no eres más que una niña tonta. Si adivinas, te dejaré ir –dijo el monstruo mirándola distraído, mientras trataba de manotear una oveja que estaba cerca.
-Bueno… eres un ser muy grande y muy fuerte –dijo ella, tratando de agradarle.
-Eso es evidente. ¿Pero quién soy? ¡Te doy otra oportunidad! –vociferó, arrojando contra la pared una oveja.
-Vidente… ¡con ese ojo puedes ver el más allá!
-¡No me hagas perder la paciencia! ¡Ultima oportunidad!
Penélope pensó cómo salir de esta situación tan complicada. Batata estaba a sus espaldas temblando de miedo. Tenía dos opciones para sobrevivir:
Una: Escapar de ahí lo antes posible.
Dos: Esconderse entre las ovejas.
Dijo:
-Bueno, señor, si no somos bienvenidos, nos vamos.
-¡Ja ja ja! ¡Perdiste niña tonta! ¡Soy un cíclope! –Y levantando la mandíbula y un brazo hacia el techo de la caverna gritó-: ¡Somos fuertes, crueles y desobedientes!
Penélope no tuvo más remedio que correr a esconderse.
El
cíclope, contento con su triunfo, la dejó ocultarse, encendió un fuego y
después de unas horas se durmió.
3-
Penélope dejó de leer. Le dio miedo lo que podía suceder de ahí en más. No quería que le pasaran cosas malas en el sueño.
Ese cíclope le hizo acordar a alguien… ¿a quién? A… ¡Bruno! ¡Claro! El que se apoyaba en la puerta del aula y no quería dejarla pasar, diciéndole cosas bobas y sin gracia. Hacía días que trataba de pensar cómo enfrentar al bruto de Bruno. Le pidió ayuda a sus hermanos, que se ofrecieron a pegarle entre varios o a contarle su secreto.
-Si el bestia de Bruno piensa que tenés poderes, te va a tener miedo –dijo el mayor.
-¡Sí! ¡Como una bruja! ¡Como Tiresias! –lo siguió el menor.
Pero esa idea no la convenció.
Esa tarde, al llegar a la escuela, Bruno no la esperaba en la entrada. Qué alivio. Atravesó el patio rumbo a su aula, acelerando el paso para llegar antes de que se le ocurriera aparecerse. Pero un cosquilleo en la espalda la hizo detenerse. Se dio vuelta. Y ahí estaba Bruno con su cara de siempre! Cejas gruesas, nariz ancha, pelo peinado hacia atrás. Le sonrió burlonamente.
-Hola, nueva.
Ella siguió de largo. Entró a su aula y se sentó. Cirenia llegó atrás suyo.
-¿Y esto? –le dio un tirón a su espalda y despegó un cartel que decía en letras desprolijas, escritas con marcador negro: NUEVA.
Penélope enrojeció de vergüenza. ¿Cuánto habría caminado con ese cartel? Seguro había sido Bruno.
-No es nada Peni, es un idiota -Cirenia la abrazó.
Pero no hubo consuelo para Penélope. Se quedó triste todo el día y de a poco fue creciendo en su pecho algo parecido a la bronca. Pensó en el asuntito Bruno sin parar. Se le ocurrieron tres opciones para neutralizarlo:
Primera: Conseguir su teléfono y llamar a los padres.
Segunda: Decirle a la maestra, a la directora, a todo el colegio.
Tercera: Denunciarlo a la policía, a los bomberos ¡y a la presidenta!
Las descartó a todas. No sin repasarlas en la cabeza todo el día.
Tenía que resolver el problema sola. O tal vez era que necesitaba otro tipo de ayuda. En esos momentos era cuando más extrañaba a su mamá.
Al llegar la noche, se encontró sola en casa. Su papá había llevado a los chicos a futbol y volvería en un rato. Después de mucho tiempo se animó a entrar al estudio en el que su mamá solía escribir.
Las cosas estaban tal como cuando ella vivía, aunque un poco más polvorientas. Había una biblioteca que ocupaba toda una pared y estaba llena de libros. Contra la ventana, un pequeño escritorio.
Se sentó. Estaba oscuro y no se veía demasiado hacia afuera, salvo lo que la luz de la luna dejaba ver. La canchita de fútbol de enfrente, la calle vacía.
Estuvo un rato sentada, pensando en lo lindo que sería que su mamá estuviera ahí. Tanto lo deseaba que por unos instantes sintió que ella de alguna manera acompañaba. Se quedó muy quieta para que no se rompiera el hechizo y después de un rato se fue a dormir; ahora más tranquila.
4-
La noche siguiente Penélope volvió al estudio de su madre y se sentó a mirar por la ventana. Cuando se cansó, bajó la vista y encontró un libro sobre el escritorio. Era amarillo y tenía unas letras antiguas que decían Odisea, de Homero. Le dio curiosidad. Era raro porque el día anterior no parecía haber estado ahí. Pensó en preguntarle a su papá si sabía algo pero temió que la retara por meterse con las cosas de su mamá.
Se puso a hojear el libro. Estaba lleno de nombres rarísimos: Menelao, Calypso, Atenea, ¡Ulises! Después de un rato se dio cuenta que contaba la historia de Ulises, el que tenía una esposa llamada Penélope, como le había dicho su mamá. Ulises viajaba por el mundo y Penélope esperaba que volviera, mientras tejía y destejía una manta.
En el sueño, Circe le había dicho a Penélope que Ulises la esperaba. Pero en el libro era distinto. Ya parecía estar escuchando a su padre:
-Ay Penélope, ¡siempre queriendo saber todo!
Pero ella no podía dejar de preguntarse cosas. Tampoco podía controlar sus sueños. Se dormía y lo que ahí pasaba tenía vida propia. Solo gracias al bonete podía enterarse de todo.
¿O sí, podría elegir qué soñar?
El asunto se había complicado un poco. Repasó las ideas:
Una: en el libro, el guerrero Ulises viaja por el mundo queriendo volver a su casa, donde lo espera Penélope.
Dos: en sus sueños, Penélope quiere conocer el mundo y es Ulises quien la espera en su casa.
Tres: o sea, es la misma historia contada al revés.
¿Y yo qué tengo que ver con todo esto?
¿El libro me dice cómo siguen mis sueños?
¿Puede un libro que se escribió hace miles de años aparecer en mis sueños?
Su corazón se aceleró y la hizo correr a la cama.
Tardó un rato en dormirse con el libro agarrado sobre el pecho. Lo último que pensó fue: “Esta noche voy a soñar que escapo del cíclope”.
5-
Al día siguiente, se despertó agitada. Le costó darse cuenta que estaba en su habitación. Miró para todos lados, agarró a Batata y lo apretujó contra su pecho. Luego vio el libro Odisea a un costado de la cama y recordó todo.
La pregunta todavía le daba vueltas. ¿Sus ganas de salvar a Penélope podrían llegar hasta sus sueños? ¿O necesitaría hacer otra cosa?
El bonete sacaba sus sueños al papel ¿habría una forma de que funcionara al revés? Lo puso sobre sus piernas. Lo miró de arriba abajo. Intentó mover las dos perillas que tenía a los costados, con las que Tiresias lo había ajustado el primer día pero fue imposible. Solo le quedaba intentar por la ranura por donde salía el rollo. ¿Y si le mandaba algún mensaje por ahí?
Agarró su agenda y arrancó una hoja. Escribió: “escapáte Penélope”. Lo dobló en cuatro y lo metió. Pero se arrepintió al instante. Era obvio que tenía que escaparse. El asunto era cómo. Tendría que pensar en alguna idea salvadora.
Fue al estudio de la madre para pensar mejor. Abrió allí la Odisea y encontró un capítulo que se llamaba Ciclopea.
Ciclopea-cíclope. ¡Sí! Fue a la página indicada y empezó a leer las aventuras de Ulises tratando de sobrevivir a los cíclopes, que eran tan malos y tan grandes como el cíclope de los sueños.
Eran unas cuantas páginas, y con unas palabras muy difíciles. Le costaba mucho leerlo.
-Penélope ¿qué hacés ahí? Tenemos que ir al colegio. Y no te metas con las cosas de tu madre.
Su papá la había descubierto. Dejó el libro con suavidad, como pidiendo perdón.
Se tuvo que ir sin enterarse qué había pasado con Ulises.
Ese día, en la escuela, las cosas no fueron mejor. Al llegar, encontró a Cirenia hablando con Bruno en un rincón del patio, tras una columna. Se acercó despacio y trató de escuchar la conversación desde unos metros de distancia.
Cirenia le entregó un sobre a Bruno.
-Seguí así –le dijo.
-Si vos lo decís –Bruno abrió el sobre y Penélope pudo ver algunos papeles de colores. Eran figuritas de fútbol.
-Uh, ¡esta no la tenía! –dijo él entusiasmado.
Cirenia lo miraba con impaciencia.
-Lo que nunca me dijiste es por qué querés que la moleste –preguntó él.
Penélope sintió la boca seca y los cachetes calientes.
-Cosas mías.
-¿No es tu amiga?
-Obvio.
-¿Entonces?
-Si vos la molestas y yo la salvo, va a ser mi amiga para siempre.
-¡Con razón no tenés amigas!
-¡No entendés nada!
Penélope se dejó caer en el piso, desilusionada. Cirenia era una impostora, como Circe. ¿Qué haría? ¿La enfrentaría?
6-
Penélope estuvo tan aturdida todo el día que casi no habló. Apenas le dijo a Cirenia que se sentía mal para que no insistiera con sus dulces y su charla, y no mucho más.
Cuando llegó a su casa, comió algo y decidió ir a su cuarto. Al pasar frente al escritorio de su madre, encontró la puerta abierta. Se asomó y vio a su papá con la Odisea en el pecho, mirando por la ventana.
-¿Papá?
-Ay, hola Penélope, pensé que ibas a lo de tu amiga hoy –dijo, dándose vuelta, mientras intentaba ocultar el libro a sus espaldas.
-No… hubo un cambio de planes. ¿Y vos? ¿No tenías que estar trabajando?
-Cambio de planes –dijo él, guiñándole un ojo.
La invitó a sentarse.
-¿Papá? ¿pero qué haces acá? Siempre decís que no nos metamos con las cosas de mamá.
-Bueno, a veces vengo, agarro un libro, lo leo. -¿Era él entonces el que ponía y sacaba el libro de lugar?
-¿Cómo la Odisea?
-Este especialmente, era su preferido –dijo el padre, poniéndolo sobre la mesa y pasando una mano por la tapa-. ¿Sabías que por este libro te llamamos Penélope?
-Algo.
-Mamá te lo leía cuando estabas en su panza.
-¿En serio? Eso no lo sabía… ¿Te puedo decir algo sin que te enojes?
-Claro. ¿Tan cascarrabias soy?
-Un poco… Creo que mis sueños tienen que ver con ese libro.
- Me parecía…
-Pero es al revés. ¿Por qué será?
-Bueno, a tu mamá no le gustaba mucho eso de que Penélope solo tejiera y destejiera una manta esperando a su esposo. Entonces empezó a cambiarlo un poquito por aquí y otro por allá pero especialmente puso a Penélope a viajar… así que en vez de leerte la Odisea, inventó una Odisea a tu medida –dijo el padre, despeinándole sus rulos y levantándose–. Pero vamos, tengo que cocinar.
-¿Pero puedo quedarme con el libro?
-Está bien, pero cuidálo.
Penélope se quedó con ganas de hacerle más preguntas. ¿Sería él también el que llevaba a Batata de acá para allá? Había sido el primer peluche de Penélope, y se lo había regalado su mamá al nacer. Parecía que su papá extrañaba a su mamá más de lo que decía.
Esa noche se acostaron temprano. Y en su cama volvió a pensar cómo escapar del cíclope en los sueños. ¿Qué habría inventado su mamá sobre eso?
Ay si pudiera acordarme.
Agarró otra vez la Odisea para ayudarse un poco. Se enteró de que Ulises había escapado emborrachando y clavándole una estaca en el ojo a un cíclope.
¡Qué asco!
¡Qué valiente!
¡Qué buena idea!
Escribió todo eso en un papel y lo metió por la ranura del cucurucho.
Se durmió con otra duda: Ulises era un guerrero fuerte e inteligente. ¿Podría una nena hacer lo mismo? ¿Sería Penélope capaz de vencer al cíclope?
Al otro día, el rollo que apareció era bastante largo y más enrulado que de costumbre. Leyó:
Penélope se sentó en un rincón de la gruta y abrió la bolsita que le había dado el viejo sabio, donde había una piedra celeste, una rama de árbol, el barquito inflable y algunas cosas más a las que no les encontró utilidad. Agarró la rama y se quedó mirándola. ¡La rama tenía apenas el tamaño de un dedo del monstruo! No se le ocurrió qué hacer. Por las dudas, también se guardó la piedra.
El cíclope sacaba todos los días a las ovejas a comer. Luego volvía y se ponía a practicar un macabro deporte. Elegía a la oveja más asustada, le daba forma de pelota y la hacía rebotar. La cueva retumbaba con cada golpe y los gemidos de las ovejitas. Solo las más fuertes lograban sobrevivir a sus entrenamientos. Después comía y se dormía.
Esa tarde, en la gruta del cíclope, por primera vez Penélope le ganó a Batata en una competencia de lanzamiento de piñas de pino.
La ovejita que los había recibido el primer día, les daba la señal de inicio. Se habían hecho amigos y Penélope la llamó Euriclea, como su abuela, porque tenía los mismos rulos blancos y su paciencia.
A la noche, el monstruo llegó y empezó a saltar la soga, haciendo el ruido de veinte elefantes al caer.
-¡Somos fuertes, crueles y desobedientes! –gritaba a cada rato.
En un momento, se paró de repente y miró hacia donde estaban las ovejas. Ninguna lo miraba, como si de esa forma evitaran ser la próxima víctima.
Él dijo:
-Hoy voy a probar con este perro inútil.
Batata empezó a temblar y se escondió detrás de Penélope, pero el cíclope lo agarró de las dos orejas y lo sacó.
-¡Noooo! –gritó Penélope tan alto como pudo y le tiró la piedra celeste, con tanta mala suerte que erró el golpe y pegó contra la gruta, destrozándose.
-Sigues tan tonta como siempre, ricitos de oro –se burló el cíclope.
Penélope pensó que el cíclope era un papanatas. Sus rulos no eran de oro, eran de pelo, y marrón. ¡Mucha fuerza y poca cabeza!
El monstruo había hecho un bollo con Batata, que intentaba cubrirse la cabeza con las orejas y las manos. Sin dejar de mirarla, se pasó el bollo de una mano a otra. Penélope cerró los ojos, no podía seguir viendo. Oyó un golpe seco contra el piso y los quejidos del perrito. Después otro más. Segundos más tarde, silencio. ¿Se habría muerto?
7-
¿Estaría vivo Batata?
-Ni para rebotar sirve tu perro, niña tonta –dijo el cíclope, largando a Batata, que salió corriendo a los tumbos -.
En ese instante, Penélope decidió que era momento de huir. Y para eso debía ser fuerte: contener las lágrimas y ponerse en marcha. Fue a un rincón, abrió la bolsita misteriosa y encontró otra vez la ramita, pero afilada.
¡La rama seguía tan ramita y el cíclope seguía tan enorme!
Tenía solo una opción para acabar con el monstruo:
Pincharle un dedo gordo y salir corriendo.
¡Imposible! ¿Cómo llegaría hasta ahí arriba?
Además estaba el ojo. Desde allí el cíclope controlaba todo lo que pasaba en su gruta. Tendría que hacer algo con eso… O convertirse en la próxima cena del cíclope.
Volvió a meter la mano en la bolsita misteriosa y sacó un botellón enorme con un líquido color uva. Sacó también dos piedras unidas por un cordón. ¡Una boleadora!
Se le ocurrió una idea.
Le propuso al cíclope un juego. Ya había notado que le gustaban.
-Si tiro más lejos que usted estas boleadoras, me dejará libre.
-Ja ja niña tonta. ¿Y si no lo haces?
-Me quedaré aquí para siempre.
Batata y Euriclea se espantaron y trataron de persuadirla para que no compitiera.
-¡Acepto! –dijo el cíclope. –¿Cuándo empezamos?
-Primero brindemos por este trato.
Penélope trajo su botellón y llenó la jarra del cíclope. Él no pudo aguantarse y le dio un trago larguísimo hasta vaciarla.
-Ahhh, uy, no brindamos, es que tenía mucha sed.
Penélope volvió a llenar la jarra y el cíclope otra vez hizo lo mismo.
-¡Otra vez! ¡Qué modales! Ahora me llenaré mi vaso primero -Penélope hizo como que se ponía un poco en su vaso, y volvió a llenar la jarra del monstruo.
Así estuvieron un largo rato hasta que el botellón quedó vacío y la panza del cíclope llena.
-Bueno, ahora sí ¿estamos listos? –dijo Penélope.
-Claro –dijo el cíclope, un poco mareado.
-Empiezo yo primero que soy la invitada. Párese lejos para medir la distancia, señor cíclope.
Allá fue el cíclope, a la otra punta de la cueva.
Batata y Euriclea seguían temblando de miedo, aunque un poco más tranquilos. El cíclope no parecía tan fuerte ahora que había tomado todo ese botellón.
Penélope empezó a revolear la boleadora haciendo círculos y a la cuenta de tres, con toda la fuerza que pudo, la lanzó.
El tiro salió tan fuerte y alto que rebotó en el techo de la cueva, muy cerquita de ella.
-Uy, otra oportunidad –rogó, asustada. Si no lo convencía, estaba lista.
Pero tuvo suerte. El cíclope estaba tan confiado en que ganaría, que la dejó volver a intentar.
-Tengo toda la noche –dijo, entre risas.
Esta vez Penélope se aseguró de que su tiro saliera derecho. Apuntó a la cabeza del monstruo y hacia allá fue lanzada la boleadora. Las piedras llevaban tanta fuerza que le pegaron en el ojo y el cordón se le enredó en el cuello.
-Ahhh ¡qué haces! –el cíclope se tambaleó mientras daba manotazos tratando de sacarse la boleadora. Dio uno, dos, tres tumbos y ¡al suelo!
Cayó desmayado, boca arriba. El pecho se le inflaba y desinflaba. Despedía un olor horrendo de su boca. Penélope, entonces, agarró su rama y se paró frente al cíclope. Se puso a caballito de la pierna izquierda y haciendo fuerza con las dos manos, levantó la rama en el aire, respiró profundo, y de un envión se la clavó en el dedo gordo. El cíclope dio un alarido tremendo.
Penélope, el perrito y la oveja corrieron a esconderse entre el rebaño. El monstruo se agarró el dedo con una mano y, con la otra, el ojo, que había quedado atrapado con la boleadora.
Unos minutos más tarde, logró pararse y empezó a manotear para todos lados. No podía ver.
Tambaleante, sacó la gran piedra que tapaba la gruta y se sentó ahí a gritar y pedir ayuda a otros cíclopes. Con su mano iba tocando todo lo que pasaba por la salida. Penélope volvió a tomar coraje. Miró a Batata y a Euriclea.
-¡Ahora! –dijo. Y corrieron los tres juntos, esquivando los manotazos del cíclope. No era nada fácil. Penélope tenía que arrastrar a Batata, todavía estaba dolorido por los golpes del día anterior. En un momento, el dedo meñique del cíclope volteó a Penélope.
No puedo tener tanta mala suerte, pensó ella. Se quedó quieta y el monstruo tanteó su cabeza unos instantes, que le parecieron como todo un día.
8-
Después de varios minutos de tocar la cabeza de Penélope, el cíclope habló:
-Córrete de mi camino, oveja inútil.
Gracias a sus rulos apelmazados, la había confundido con un animal.
Los tres suspiraron aliviados. Ya era la madrugada. El sol estaba saliendo. Corrieron y corrieron hasta alejarse del monstruo, escuchando sus gritos, toda una palabrería incomprensible:
-¡Oh dioses! Me habías dicho que me sacaría la vista un varón muy alto y de mucha fuerza. Pero al final fue una niña pequeña quien me cegó el ojo. ¡Te desprecio Penélope!
El bosque empezó a retumbar terriblemente. Otros cíclopes habían corrido al encuentro del monstruo herido.
-¡Qué es todo este griterío Polifemo! –se escuchó. La voz era finita pero mucho más potente que la del monstruo. – ¡Y con la ropa toda manchada! Te he dicho que dejes de hacer escándalo. Después andan diciendo que los cíclopes no tenemos modales.
-Pero madre… -se quejó el monstruo.
Al otro lado del bosque, Penélope sonrió. ¿Así que eran fuertes, crueles y desobedientes?
Luego, una voz poderosa como un trueno llenó todo el bosque y le quitó la sonrisa:
-¡Nadie se entromete con mis hijos! Yo me ocuparé de vengarte Polifemo.
Penélope miró a sus compañeros de ruta. Ahora eran tres y ya estaban en camino hacia otras tierras desconocidas. Los tres se preguntaron quién sería el dueño de esa voz tan poderosa.
Pronto lo sabrían.
Uffff. ¡Lo logré, lo logré! Penélope estaba feliz.
En los sueños era valiente y fuerte, había podido escapar de un monstruo gigante. Y desde su vida real ella la había ayudado en eso. Bueno, había recibido un poco de refuerzo. Pero se sentía fuerte también. ¡Qué bueno haber encontrado ese libro!
Ese día tomó la decisión de enfrentar a Bruno. Si lo que había escuchado era cierto, Bruno se dejaba mandonear por Cirenia, no tenía nada especial contra ella.
Cuando llegó al colegio, él la estaba esperando como siempre, con su cara burlona, para no dejarla entrar al aula. Picaba su pelota con la mano derecha al ritmo de su respiración.
-Hoooola nueva.
Penélope esta vez no lo esquivó, tomó coraje. Lo miró a los ojos y le dijo:
-Hola Bruno, ya no soy nueva… y soy Penélope.
-O sea, que la nueva hablaba.
Penélope lo miró con furia.
-Veo que te cuesta aprender.
-¿Qué querés, nueva?
-Debería darte vergüenza…Cobrar por molestarme.
Bruno se quedó duro. Las cejas se le subieron hasta el pelo lleno de gel y sus ojos miraron el cielo como buscando que alguien lo salvara. Penélope aprovechó el desconcierto. Se estiró un poco y le pegó con su dedo índice en la frente, imaginando que le pegaba al ojo del cíclope, mientras decía:
-¡Vergüenza debería darte, vergüenza!
Alrededor se había juntado un grupo de chicos y chicas que miraban a Penélope por primera vez. Ella se envalentonó.
-¡Y no me molestes más!
El más fue acompañado de un golpe tan fuerte que Bruno se bamboleó un poco, en cámara lenta para un lado y para el otro y, al final, cayó al piso, con los ojos asustados.
¡Bruno no llamó a su mamá pero le faltó poco! Penélope miró su dedo porque ni ella sabía de dónde había salido su fuerza. Estuvo tentada de morderlo para comprobar que le dolía y era suyo. Tenía una sonrisa radiante que enseguida contuvo. No quería lastimar a Bruno ni a nadie. Cuando comprobó que no le había pasado nada, se dejó rodear por las compañeras que se habían acercado a felicitarla. Ya había dejado de ser la nueva. Ahora era la que había enfrentado al bestia de Bruno.
Cirenia la miraba desde lejos con una sonrisa temblorosa. No se sabía si estaba a punto de largar una carcajada o un llanto.
Las sirenas
De cómo Penélope conoce a Ulises y en los sueños visita la tierra de las sirenas.
1-
El día que Penélope le dio el empujón a Bruno, trazó un antes y un después en la escuela. Porque había logrado que Bruno la respetara y no la molestara más. Y porque ese acto parecía haberla hecho visible. Salvo Cirenia, hasta entonces el resto del grado no le daba bolilla.
Al otro día, Cirenia hizo como si nada hubiera pasado. La rodeaban dos nenas de tercero, eran como ella miniatura.
-Hola Peni, ¿cómo estás? –dijo entregándole un paquete de golosinas.
-No gracias, no me hacen bien los dulces.
-Ji ji, no le caen bien los dulces –dijo una.
-Ni los postres, ni los helados… -agregó la otra.
-Y sí, yo no te lo quería decir, pero se te están inflando los cachetes –dijo Cirenia, guiñándole un ojo a sus nuevas amigas.
Penélope enrojeció. Las palabras se le atravesaron en la garganta y no lograron salir a tiempo.
-Qué decís, nena –largó por fin. Pero Cirenia ya se había ido, riéndose con sus seguidoras.
Ese día Penélope se sentó sola y notó que al alejarse de Cirenia, varias compañeras empezaron a hablarle. Igual, lo que le había dicho, le dio vueltas en su cabeza toda la tarde.
Cuando salió de la escuela, se soltó el pelo y se cubrió los cachetes con sus rulos.
Apenas entró a su casa, corrió a su habitación y se largó a llorar tirada en la cama. Después se paró frente a un espejo. Miró sus mejillas.
No estaban más gordas. ¿O sí?
Miró su cintura. No era la de una princesa, pero tampoco estaba tan mal. ¿O sí? ¡Ay, a quién podría preguntarle!
-¡¿Mamá, por qué no estás?! –Gritó, otra vez tirada en su cama, ahogando el sonido con su almohada.
Otro grito la sobresaltó:
-Penélope, te buscan –la llamaba su papá.
-¡No estoy!
-Dale Penélope, traen algo tuyo.
Penélope salió de su pieza bufando. Y por segunda vez en el día enrojeció, esta vez por ver a un chico en la puerta.
-Creo que esto es tuyo –dijo él, mostrando en su mano una colita y una vincha. La había visto tirarlas cuando volvía de la escuela.
-Uy, sí.
¿Este era el chico que le había advertido de Cirenia en la biblioteca? ¿Uriel, Huberto…?
-Las encontré en la vereda –dijo él.
-Se me deben haber caído.
Penélope las agarró y empezó a peinarse con las manos. No sabía dónde meterse.
-Así está mejor –dijo él. –Bueno, me voy.
-Penélope invítalo a tomar la leche, ¿te querés quedar? ¿Cómo te llamás? –dijo el papá.
-Bueno… Ulises, nos mudamos hace un mes pero todavía estamos guardando cosas… ¿No tendrán una caja que les sobre?
-Claro –dijo el padre y se fue hacia la despensa.
Penélope estaba estupefacta. Efectivamente, era el chico de la biblioteca. El “bobo nuevo de séptimo”, según Cirenia, su ex amiga desde ese mismo día.
Pero no era eso lo que la sorprendía.
-¿Uuuuulises?
-Sí, Ulises. ¿No voy a saber cómo me llamo?
-Pero en serio, ¿Ulises?
-Sí, ya sé que no hay muchos…
-¿Cómo el de la Odisea?
-Ah, ¿la conocés? Sí. Mi mamá es fanática de los héroes griegos.
-Porque yo me llamo Penélope.
-Ah, noooo. Pará, pará, pará ¿Penélope como la de la Odisea, o como la de Los Autos locos?
-¿Autos qué?
-Penélope Glamour, la de Los autos locos –dijo el papá detrás de unas cuantas cajas que tenía sobre su pecho –. Era un dibujito de nuestra época.
-¿Qué época? ¿La de la Odisea? –Penélope estaba embarullada.
-No, hija, ¡no soy tan viejo!
-Entonces ¿te llamás Penélope por la Odisea o por la del dibujito?
-Por la Odisea –dijo ella, orgullosa.
-¿Odisea? ¿Es un jueguito nuevo? No lo conozco –gritó el hermano menor de Penélope metiéndose entre los dos.
-Una odisea va a ser que vos agarres un libro –dijo el mayor, atrás de él.
Esta vez a Penélope no le molestó que se metieran.
Qué fácil era hablar con Ulises.
-Pará, pará, pará… Esto sí que no me pasó nunca –dijo él.
-Penélope y Ulises. ¡Qué nombres se consiguieron! –dijo el papá.
-Podría ser peor. Mirá si nos ponían Medusa y Hades. Olvidate de hacerte amigos –dijo Ulises.
-¿Por qué? –preguntaron los dos hermanos.
-Medusa te paralizaba con la mirada…
-¿Y Hades?
-¡Es el dios de los muertos!
Ulises sabía un montón de cosas.
Y esa noche, Penélope se sintió contenta de que viviera tan cerca.
2-
Penélope empezó a pasar más tiempo en el cuarto de su mamá leyendo Odisea.
En el libro, Ulises viajaba en un barco por distintos lugares. Penélope, que no conocía el mar, empezó a sentir ganas de visitarlo.
Una mañana, se despertó y se vio rodeada de rollos de papel que contaban una nueva aventura.
Cuando llegaron a la orilla de un mar azul profundo, a Penélope la sorprendió el viento. Había imaginado ese momento. Sabía que el mar era mucho más grande que una montaña gigante, pero no imaginó que tantos remolinos lo agitaran. ¿Dónde terminaría? ¿Qué misterios encerraría? Batata le dio un lengüetazo a la espuma que se amontonaba en la orilla y arrugó la nariz. Disfrutó de mojarse las patitas. La oveja Euriclea no estaba muy entusiasmada, parecía preocupada por algo.
Penélope se sentó en la arena amarilla. Y, como otras veces en que no sabía cómo seguir, decidió abrir el bolso misterioso. Revolvió hasta que sacó el barco que se agrandaba solo. Tenía un mástil azul y una cabina naranja con ventanas redondas. Lo puso en el agua. El barquito fue aumentando de tamaño hasta hacerse tan grande como para llevar a los tres. Ellos, como si tal cosa, saltaron encima y zarparon.
Era una tripulación sin experiencia. El único que sabía nadar era Batata, como todo perro. Pero Penélope y Euriclea jamás habían intentado siquiera flotar. Ni ropa adecuada tenían.
Penélope disfrutaba de tomar sol. Aunque tenía algunas preocupaciones. En el mar podía haber tantos peligros o más que en el bosque. Al menos podía encontrarse con tres cosas:
Una: Tormentas furiosas que rompen barcos.
Dos: Tiburones que comen personas.
Tres: Sirenas que embrujan gente.
Entonces, se preparó para lo que pudiera venir. Revisó la bolsita y encontró una soga larga, con la que podría enlazar un tiburón; y una cinta ancha, con la que arreglaría el barco si una tormenta lo rompía.
Una mañana vieron una isla. Los vientos pararon de soplar y, sospechosamente, el mar se quedó quieto.
Alrededor del barco aparecieron unos seres de cola larga y cara de mujer. Nadaban con gracia como acariciando el agua. Empezaron a hablar todos a la vez produciendo un murmullo suave. Con el cansancio, el hambre y la sed que tenían, los tres navegantes se dejaron acunar por ese sonido.
-¡Ea, gloriosa Penélope! Acércate y detén la nave.
Sus rulos se le hincharon. Todo el mundo la conocía. ¡Era célebre!
-¡Penélope! Debes estar cansada de andar en el mar, por qué no bajas. Has llegado a la isla de las sirenas –dijeron a coro.
3-
¿Sirenas? Penélope estaba segura de haber visto algo sobre las sirenas en la Odisea. Corrió a la habitación de su mamá y abrió el libro. Había un capítulo sobre ellas. Lo leyó apurada. Tenía que ser precavida. Seguramente no serían tontas y enamoradizas, como las que había visto en alguna película. En la Odisea decía que encantaban con su voz a todo el que pasaba cerca y lo encerraban en su isla. ¡No! Esto no podía pasarle a ella. No terminó de leer el capítulo, apurada por ver qué más había soñado.
Agarró otra vez el rollo y leyó:
Penélope se miró en el reflejo del agua. Por un instante se desconoció. Estaba distinta. No solo porque su frente estaba más ancha y su pelo más largo. De pronto no le divirtieron las monerías de Batata.
Su mamá estaba lejos y no podía aconsejarla. ¿Tal vez las sirenas lo harían?
Corrió a buscar la soga que había encontrado en su bolsita y le pidió a sus acompañantes que la ataran contra el mástil.
- Penélope ¿te gustaría saber comportarte como una verdadera señorita? –dijo una sirena que parecía la mayor.
Una de las más jóvenes la interrumpió:
-¿Señorita? No. ¡Una princesa, princesa, princesa!
Sus grititos eran tan agudos que la mayor sacudió la cabeza como tratando de callarlos y aceptó a regañadientes:
-Está bien, una princesa.
-No lo había pensado. Nunca logré mantener un vestido limpio por mucho tiempo –dijo Penélope.
-Eso se aprende. Te enseñaremos a llevar vestidos largos y guantes blancos –dijo la mayor.
-No, ¡coronita de brillantes y collar de perlas! –dijo la menor.
-Bueno, coronita… Y todos querrán disfrutar de tu compañía y elegancia –siguió la mayor.
-¡No! ¡Morirán por adorarte y te llenarán de obsequios! ¡Obsequios, obsequios!
-Bueno, ¡basta! Me están mareando –gritó Penélope.
Las dos sirenas se miraron, se dijeron palabrotas con la boca fruncida y rogaron, con la voz más dulce que se haya oído jamás:
-Penélope, baja por favor.
Mmm... Por un instante Penélope quiso tener el anillo que le había regalado Circe, lo único brillante que había visto en mucho tiempo.
-Eres hermosa Penélope, pero lo ocultas tras esas ropas andrajosas y esos rulos –dijo la mayor.
-Hermooosa, hermooooosa… –suspiró la menor.
Penélope miró a sus costados. De un lado, vio a Batata un poco embobado. Del otro, Euriclea seguía con la cara seria y la mirada lastimosa.
4-
Penélope estaba un poco incómoda. Durante el día también le aparecían las mismas dudas que en sus sueños y no tenía con quien aclararlas. Su papá no entendía sus preocupaciones y sus hermanos menos. Con Cirenia tampoco podía contar y no se había hecho una amiga nueva todavía.
Enrolló el papel, como a tantos otros y lo guardó en la lata.
Mientras, trató de pensar algo lindo, como le decía su mamá cuando la veía asustada.
Por lo menos en la escuela algunas cosas habían mejorado. Bruno ya no la molestaba. Penélope seguía pensando que era un tonto. Pero un tonto bueno, no como el cíclope de sus sueños.
Además estaba el vecino nuevo, que le caía muy bien. En la escuela no se hablaban mucho pero a veces volvían caminando juntos.
Esa noche volvió a ponerse el bonete en la cabeza y al día siguiente leyó:
Penélope se decidió. Ya era hora de parar, descansar, y aprender a ser como las sirenas. ¡Eran tan hermosas!
Miró a su perro, lo zamarreó un poco y le pidió que la desatara. Batata obedeció. Empezó a morderle la soga para soltarla y nadar hacia la costa.
-Mmmeeee, mmmmeeee –gritaba Euriclea. Estaba desesperada. Corría de un lado al otro del barco y daba saltos en el aire.
Pronto las sirenas se abalanzaron sobre ellos. Una llegó a agarrarle las manos a Penélope. Pero justo en ese momento, ella sintió un tirón que la disparó hacia atrás. Euriclea le había tirado un lazo y corriendo alrededor del mástil la iba enrollando para llevarla al barquito.
– ¿Pero qué haces Euriclea? –la retó Penélope. -¡Te has vuelto loca!
Las sirenas habían perdido toda la delicadeza y empezaron a tironear de Penélope.
El forcejeo duró unos cuantos minutos.
En un momento Penélope se asustó de las caras furiosas de las sirenas, que empezaban a largar espuma por la boca. Entonces, Batata reaccionó y empezó a gruñir y morderlas.
Así lograron que los dejaran ir. Cuando Euriclea tuvo a los dos otra vez en el barquito, los ató al mástil azul.
Uff. Qué alivio. Penélope corrió a leer la Odisea, allí Ulises había escapado cubriendo sus orejas con una cera que lo protegió del sonido encantador de las sirenas. Claro, pensó, Euriclea se había resistido a las sirenas gracias a dos cosas:
Primera: como era hembra, no se dejaba embaucar como los hombres por los cantos de las sirenas.
Segunda: como nunca se bañaba, tenía mucha cera en las orejas (ya tenía una buena excusa para cuando tuviera fiaca de ducharse).
Después volvió a leer su sueño:
Penélope pensó que era verdad, estaba más grande. ¿Pero por qué al crecer tendría que cambiar tanto?
-¡No quiero ser como ustedes! –les gritó, al fin. Después, le dijo a Euriclea que los despegara del mástil y ordenó a sus compañeros-: ¡Remen, remen!
-¡Odiosa e indomable Penélope! –gritaron las sirenas-. Te maldecimos para siempre: ¡No conocerás el amor!
-Ay, qué pena, las sirenas no saben que Ulises me espera –se burló Penélope, casi sorprendida de lo que había dicho. Era la primera vez que tomaba en serio lo de Ulises.
Las sirenas se veían ahora como pajarracos desplumados.
-¡Al otro lado del mundo! –gritó Penélope.
-Al Inframundo querrás decir –murmuraron las sirenas.
Viaje al pasado y al futuro
De cómo Penélope empieza a recordar sin el bonete y en los sueños recibe un mensaje muy importante.
1-
¿Inframundo? Se preguntó Penélope al terminar de leer el rollo de papel. Seguro que Ulises sabe qué es eso. Ojalá lo vea hoy, se dijo y lo deseó con mucha fuerza en el desayuno, en el almuerzo, en la clase de matemáticas y en la de lengua.
Y al final, esa tarde, su deseo se cumplió.
Ulises venía bastante seguido a su casa. Pedía una taza de azúcar, una cinta, un pedazo de trapo viejo. Todavía no se organizaban en la casa nueva.
Pero esta vez fue Penélope la que pidió. Cuando lo vio caminar hacia su casa lo miró unos minutos. Su nariz derecha como una escuadra y la frente ancha elevada al cielo, le daban un aire de otra época. Corrió y lo alcanzó.
-Hola –dijo ella.
-Hola –dijo él, con una sonrisa.
-Tengo que preguntarte algo.
-Dale.
-No, mejor en casa.
-Bueno, le aviso a mi mamá y voy.
Y al rato Ulises tocaba timbre.
Tomaron la merienda y Penélope lo invitó a su cuarto. Se sentaron en la cama, uno al lado del otro, mirando hacia la puerta. Después se enfrentaron, para verse la cara, pero eso los puso más incómodos y volvieron a girar hacia la puerta. La posición los obligó a doblar el cuello cada vez que querían decir algo, pero les permitía volver a mirar hacia adelante cuando les daba demasiada vergüenza hablarse desde tan cerca.
-Bueno, estoy intrigado. Preguntá –empezó Ulises.
-¿Sabés qué es el Inframundo?
-Ah, ¿era eso? –dijo con desilusión en su voz.
-Sí, ¿qué creías? –preguntó ella.
-Nada, nada. ¿Te acordás cuando te hablé de Hades?
Ninguno de los dos lo había olvidado. Fue el día en que se conocieron y charlaron sobre sus nombres.
-El dios de los muertos… -lo siguió Penélope.
-Sí. Al lugar donde vive él se lo llama Inframundo.
-¿Y por qué infra?
-Porque es de abajo –dijo él, mirando el piso.
-¿Y abajo están los muertos? –ella también bajó la vista.
-Sí. ¿no leíste la Odisea?
-No, sí… bueh… algo –Penélope se puso colorada de vergüenza y miró la puerta. Pero Ulises pareció no darse cuenta y siguió hablando:
-Bueno, antes de volver a casa, Ulises tiene que bajar al Mundo de los Muertos.
-¡Ah, claro! –se entusiasmó ahora Penélope. Eso quería decir que en sus sueños estaba bien encaminada.
-¿Ah, claro qué?
-Nada, nada –Penélope ahora empezaba a replegarse en sus pensamientos.
-Pará, pará, pará… -Pero Ulises ya había tomado coraje.
-¿Qué?
-Yo te dije lo que querías saber, ahora vos tenés que contestarme a mí –dijo él.
Penélope se miró los pies. Estiró las piernas. ¿Y si le cuento a Ulises que sueño con la Odisea? Después las bajó. No, mejor no.
Ulises seguía sus movimientos con la cabeza.
Penélope se ató el pelo. Es fácil hablar con él, ya somos bastante amigos.
Se soltó el pelo. ¿Pero tanto como para contarle del bonete y todo lo demás?
Ulises siguió sus manos con los ojos, que por un momento le quedaron viscos.
Penélope se levantó como para sacar el bonete. Sí, él conoce la Odisea como nadie. Me puede ayudar a salvarme en los sueños.
Y, al final, se desinfló sobre la cama. ¡Es muy complicado!
-¡Pará! Ya estoy mareado –dijo Ulises, bajando la cabeza.
-Otro día –dijo ella, después de ese largo minuto de pensamientos.
-Está bien. Pero mirá que yo no me olvido, eh.
Ulises no se la haría tan fácil.
-Te lo prometo –dijo ella.
2-
A la noche Penélope se acostó y estuvo unos minutos mirando el techo. Pensó en la promesa que le hizo a Ulises. Eso la llenaba de nervios. ¿Qué pensará si le digo que sueño con la Odisea, pero al revés? ¿Y si le hablo del bonete, dirá que soy rara?
Se levantó de la cama. Agarró el cucurucho con las dos manos, le gritó:
-¡Vos tenés la culpa de todo! -Y lo tiró al piso.
Al instante se arrepintió. Lo levantó rápido y lo guardó junto con los rollos de papel, en el placard.
-¿Qué pasa Penélope? –gritó el padre desde abajo.
-Naaada –Penélope se metió en la cama y se tapó hasta la nariz.
Así estuvo varios días, como oculta detrás de una manta, sin querer abrir el placard. Como si tener el bonete encerrado la hiciera ser una chica como cualquier otra. Una Penélope común. Para nada especial. Sin aparatos extraños que la conectaran con otros mundos, sin sueños de libros, sin problemas para dejar de soñar.
Dejar de usar el bonete tuvo algo bueno. Descubrió que ya podía despertarse temprano y sola. Eso era todo un logro.
La segunda cosa que supo, la agarró de sorpresa.
-¿Y por dónde anda la Penélope de los sueños? –le preguntó una mañana el papá.
-Sigue viajando en el mar. Y… recibe un mensaje –dijo Penélope, sin saber exactamente cómo lo sabía.
-¿Cómo un mensaje, de quién?
-No sé, no me acuerdo.
-¿No la leíste?
-No, no me puse el bonete…
-Mmm qué interesante –dijo el padre, y se levantó de la mesa como si tuviera una urgencia.
Penélope se dio cuenta entonces que podía recordar algo de sus sueños aunque no tuviera el bonete. ¡Guau! Eso le provocó unas cosquillas en el pecho.
El problema era que recordaba poco, no sabía los detalles. Ahora estaba intrigada con ese mensaje que recibía en los sueños. ¿Me estaré pareciendo a la chusma Cirenia?
Así que esa noche abrió el placard y rescató el bonete. Lo acarició, como si fuera un peluche. Lo revisó todo. Estaba sano y salvo. Tenía atorado un poco de papel. Tiró del rollo y lo desabolló hasta que quedó lisito. Después se acomodó el aparato en la cabeza y se acostó a dormir.
3-
Al día siguiente, otra vez amaneció rodeada de rollos de papel. Había desarrollado unas reglas propias para leer:
Una: Jamás sacar el rollo de la habitación.
Dos: Leerlo sentada en su cama.
Tres: No hablar con nadie ni leer otra cosa antes de hacerlo.
Las cumplió a todas y leyó:
Una mañana en que el mar estaba más movedizo que de costumbre, una paloma llegó volando al barquito de Penélope. ¿Una paloma en el medio del mar? ¿Estarían llegando al otro lado del mundo?
Era una paloma mensajera: tenía un sombrero negro con visera, llevaba una carterita atravesada en el pecho y un rollo de papel entre sus patas.
A Penélope le dio asco porque el papel estaba sucio con caca de paloma, pero lo agarró y leyó: “Querida Penélope: Si te encuentras leyendo estas palabras es que mi palomo ha llegado a destino. Eso quiere decir que las cosas están saliendo como los dioses han dispuesto”.
Y dale con los dioses, bufó Penélope, levantando la cabeza.
El palomo la miró con odio, carraspeó como una persona, y golpeteó con una patita el borde del barco.
-¿Así que tú eres la famosa Penélope? Esperaba otra cosa. En fin, tienes que leerla –le dijo, impaciente y un poco burlón.
-Después –contestó Penélope, disimulando su sorpresa. ¿Las palomas también hablaban?
-No me la haga difícil, Penélope. Soy el mensajero Hermes, mis amigos me llaman Hermy. Pero no es el caso… No me puedo ir hasta que la lea y ya se viene la tormenta.
Todo era muy raro. Penélope miró a Batata y a Euriclea. Su perrito movió muy rápido la cola. La oveja empezó a dar unos saltitos de impaciencia. Todos estaban intrigados.
Como Penélope no se decidía, el palomo le sacó la hoja de un picotazo y leyó:
“Has viajado mucho y aprendido que las apariencias engañan y que la amistad no se compra.
Has enfrentado a monstruos temibles como el cíclope y otros ingeniosos como las sirenas.
Has conocido reinos, animales y personas distintas.
Ya es hora de volver a casa…”
-¡No quiero volver a casa! –gritó Penélope.
-No me interrumpa, Penélope –la retó el palomo y siguió leyendo:
“Seguramente pienses que todavía no es tiempo de volver pero créeme que deberás hacerlo”
-¿Por qué?
-Le dije que no me interrumpa – repitió el palomo, cada vez más enojado. Retomó la lectura:
“… por varios motivos. El principal es que hay seres queridos que te necesitan”.
Penélope estuvo a punto de protestar pero se frenó. Pensó en su padre, en su madre, incluso en su amigo Ulises.
El palomo leyó: “Pero antes, deberás bajar al Inframundo.”
-¿El qué?
-No está entre mis tareas explicar nada –dijo el palomo y terminó la carta: “No temas, Penélope. Adiós. Tiresias”
¿Tiresias? No supo por qué pero Penélope se acordó del viejo que le había dado la bolsita misteriosa cuando se fue de su casa, levantó la vista del papel y miró al palomo, que asentía orgulloso, con la cabeza.
El viejo la había ayudado sin conocerla, así que confiaba en él. Aunque lo había visto una sola vez en su vida, sentía que lo conocía desde hacía mucho tiempo.
-¿Temer? –Se preguntó Penélope- Yo no tenía miedo, hasta ahora…
-Seguirás recibiendo noticias de Tiresias –anunció Hermes al final y se fue volando, tan misterioso como había llegado.
A Penélope no le gustó lo que había soñado. Este asunto de los muertos no le agradaba nada.
Esa tarde, cuando se cruzó con Ulises a la salida de la escuela, seguía preocupada.
-No quiero ir al Mundo de los Muertos –le dijo, como saludo, a su vecino.
-¡Pará! ¡¿Qué no querés ir al Inframundo?!
-Yo no, la otra Penélope; o sea, yo pero en los sueños.
-¡Pará pará…! ¿En tus sueños vos sos la Penélope…?
-…de la Odisea –completó ella.
-Ahhhh, pero ella no va al Inframundo, va Ulises.
-Pero yo lo sueño un poco distinto.
-¡Pará, para, pará…! ¿Cómo un poco distinto?
-La que viaja es Penélope…
-¡Pará, pará…! ¿Y Ulises?
-La espera.
-Ah, eso no me gusta tanto… Ulises es un héroe, ¿cómo que la espera?
-Bueno, es un sueño ¿no?
Penélope le habló de sus peripecias en los sueños hasta llegar al punto donde estaba ahora.
-¡Pará! Si ya enfrentaste a Circe, a los cíclopes y a las sirenas, vas a tener que pasar por el Inframundo –dijo Ulises.
-Pero si me muero… ¿qué voy a hacer?
-Bueno, es un sueño ¿no? -Dijo Ulises, guiñándole un ojo.
Pero para Penélope ya no era solo eso. Estaba encariñada con la Penélope que era en sus sueños. Es más, ya no podía imaginar su vida sin ella, sin soñar, sin el bonete.
Habían llegado a la puerta de su casa y decidió que por hoy había confesado demasiado.
Lo que todavía no se animaba a decirle a Ulises es cómo se enteraba con tanto detalle de sus sueños. O sea, no le habló de Tiresias ni del bonete con forma de cucurucho ni de su perro Batata cobrando vida en los sueños.
A la noche, se acostó y, como venía haciendo los últimos días, miró el techo un rato largo. Estaba contenta de compartir su secreto con alguien. Aunque fuera un pedacito. Además, con Ulises la pasaba taaaan bien.
Suspiró y se puso el cucurucho en la cabeza.
La morada de Hades
De cómo Penélope le cuenta su secreto a Ulises y, en los sueños, baja al Inframundo y se encuentra con alguien del pasado.
1-
Al otro día, Penélope abrió los ojos en su cama y se vio envuelta otra vez por largos rollos de papel. Desde que había tirado el bonete al piso, el aparato no funcionaba muy bien. En los rollos había lugares en blanco y faltaban pedazos, como si un perro los hubiera mordido. Así y todo, pudo arreglarlo y leer cómo seguía la historia de sus sueños:
El palomo Hermes dejó a Penélope con dudas.
Sus rulos volaban por los aires, agitados por un viento muy fuerte. El cielo se había puesto gris oscuro. Unas gotas gruesas empezaron a caerles encima.
La tormenta había llegado.
Una ola alta como una torre destrozó la cubierta del barco y lanzó a Penélope al agua.
-¡Ayy, uyy, noooooo! –gritó antes de hundirse. ¿¿¿Por qué no me enseñaron a nadar???
Estuvo unos largos segundos sumergida, hasta que pudo aferrarse a un trozo de madera. Allí soportó la tormenta sin dejar de mirar a su alrededor, buscando a sus amigos.
-¡Euriclea! ¡Batata! –Gritaba.
Pero solo vientos feroces se oían a su alrededor.
-¿Por qué a mí? ¿Qué hice de malo para sufrir esto? –se lamentó cuando se cansó de gritar, como si alguien pudiera escucharla.
Por suerte la bolsita misteriosa seguía atravesada sobre su pecho. Con mucho esfuerzo, logró sacar una tela roja toda arrugada, sin soltarse del madero. Era una capa. Esta capita tan fina no puede protegerme de esta tormenta, se dijo. Desilusionada y sin esperanzas, perdió las pocas fuerzas que le quedaban y se dejó vencer por el sueño, sobre la tabla.
Se despertó en tierra firme. No sabía cuánto tiempo había pasado. La niebla flotaba por todos lados y sus rulos se habían enredado con algas y espuma marina. Estaba agotada pero ¡se había salvado! Sintió alivio y, casi al mismo tiempo, terror. ¡Todavía no encontraba a Batata ni a Euriclea por ningún lado!
Sacó ánimos de dónde pudo, no se iba a dejar vencer tan fácilmente. Se levantó y caminó por ese lugar tan feo. A medida que avanzaba, el cielo se ponía más negro, la niebla más espesa y el frío se le iba metiendo muy adentro.
Tampoco había árboles, ni bichos, ni ruidos en ese oscuro desierto.
A Penélope no le gustó nada ese sueño que se parecía bastante a una pesadilla. Aunque en los sueños –y en la vida real- ya había pasado por situaciones difíciles, esto parecía diferente.
El miedo que sentía en sus sueños se le colaba a través del bonete y la seguía aún despierta. Por qué tendría que bajar al Mundo de los Muertos. ¿No habría otro camino para volver a casa? Tenía que averiguarlo.
-Papá, necesito hablar con Tiresias –dijo esa misma mañana, en el desayuno.
-¿Tiresias? –respondió el padre, sorprendido.
-Sí, el brujo, papá.
-Ahh, claro… hace mucho que no lo vemos.
-¿Lo podés llamar?
-¿Yo?
-Sí, vos.
El padre estaba un poco lento ese día.
-Es que perdí el teléfono.
-¡Comprá otro, papá!
-Nooo, perdí el número.
-¿Cómo?
-No lo tengo, se esfumó, no sé… ¿por qué querés hablar con él?
-Porque… me parece que el bonete no anda bien –dijo Penélope, una verdad a medias.
-Ah… no te preocupes, él dijo que cuando lo necesites, va a volver.
-Ay papá, ¿y cómo se supone que se va a enterar que lo necesito?
-Es brujo ¿no?
Con esa respuesta, el padre cerró la charla. Ay mamá cómo te necesito, pensó Penélope, como casi todos los días desde que ya no estaba. Pero no lo dijo. Sabía que, a su modo, a su papá le pasaba lo mismo. Varias veces ella lo había descubierto en situaciones sospechosas. Salía del estudio de la madre con ojos rojos, diciendo que estaba ventilándolo. O se quedaba mudo, de repente, mirando el aire cuando aparecía un pañuelo o cualquier cosa que recordara la vida familiar cuando en esa casa no faltaba nadie.
O sea que no podía contar con él pero tampoco iba a esperar a que Tiresias apareciera mágicamente.
3-
¿Cómo no lo había pensado antes?
Penélope no tardó mucho en darse cuenta de que tenía muy cerca a la persona adecuada para ayudarla a resolver sus problemas.
¡¡Ulises!!
Esa misma tarde habló con su vecino y lo invitó, como otras veces, a merendar, y luego a su cuarto.
Ahora o nunca, se dijo Penélope apenas entraron. Él la miraba intrigado. Ella abrió el placard. Dos peluches cayeron al piso.
-¿Qué haces acá? –le preguntó a Batata.
Después, levantó una oveja blanca:
-¿Y vos quién sos? – Era la primera vez que la veía. ¿Cómo habría llegado ahí?
-Ah bueno, ¿no conocés a tus muñecos? –dijo Ulises.
-No es eso… no importa, sigamos.
Penélope dejó la oveja. Después corrió la manta que cubría los rollos de papel y el bonete, haciendo una reverencia de maga.
-¡Cha cha cha chán! –canturreó.
UIises se paró de un salto y se tiró sobre las latas.
-¡Recontra chan! Pará, pará ¿vos escribiste todo esto? –dijo, revisando los rollos con los dedos. Después agarró el cucurucho-. ¿Y esto, sos bruja? -No paraba de moverse y de inspeccionarlo.
-Algo así. Esos son mis sueños, lo que te conté el otro día. Cuando me acuesto, me pongo ese bonete y, cuando me despierto, lo que sueño aparece escrito.
-Pará, pará… ¿todo esto soñaste? -Ulises se ajustó el bonete en la cabeza y se acostó en la cama, cerró los ojos como si durmiera pero obviamente no pasó nada. Se volvió a parar-. ¿Cómo funciona? ¿Por qué no salió nada?
-Se enciende cuando me duermo y vos no te dormiste…
-Ahh.
-Además no sé si funciona con cualquiera.
-Mmmm… - Ulises la miraba con cara de asombro -¿Y sentís algo? ¿Como una aspiradora en la cabeza o algo así?
-No. Solo que duermo.
-¡Ajá…! –Ulises miró a Penélope. Parecía que había descubierto algo muy importante.
-¿Ajá, qué?
–¡No sé si sos bruja, pero sos una escritora!
Penélope se puso colorada. Le dio vergüenza que la llamara así. Su mamá era la escritora. Ella, en cambio, no estaba escribiendo nada.
-Si sale de tu cabeza es tuyo, ¡qué importa si lo escribís con un lápiz, una computadora o un cucurucho! –siguió Ulises.
Los dos rieron.
-Pero son solo sueños… -dijo ella.
-¿Estás loca? ¿¿¿Quién sueña así???
Penélope se quedó pensando. ¿O sea que ella también podía escribir?
Ulises ya devoraba con la lectura los rollos de papel, sin seguir ningún orden y salteándose algunos. Estaba entusiasmadísimo. Cuando terminó, dijo:
-¡Esto más que un sueño es una historia de aventuras! ¿Cómo sigue?
-Bueno, por eso quería hablar con vos. ¿En serio no hay otra forma de volver a casa sin pasar por el Inframundo?
-No. Además es importante porque a Ulises le traen noticias del futuro…¿por qué tenés tanto miedo? Ulises lo pasó y sobrevivió, así que vos también lo pasarás. ¡Además no hay zombies, brrrr! ¿O si?
Los dos soltaron una carcajada. Penélope odiaba los zombies y Ulises también. Había tantos por la tele, en los dibujitos y en los juegos de video, que se habían hartado de ellos.
-Está bien, pero…
-Pero nada, si querés te acompaño cuando tengas que leer lo que soñaste.
-Eso sería genial.
4-
Ulises era genial. Penélope suspiró al verlo caminar hacia su casa, desde la puerta. Y pensó: Él lo dice muy fácil “hay que bajar al Inframundo y listo”, como si se tratara de bajar una escalera o descargar un jueguito en el teléfono. ¡Ay! Un chucho de frío le atravesó el cuerpo y le erizó los rulos.
Esa noche se puso el bonete deseando que el sueño pasara rápido para saber lo que había vivido en los sueños, y para estar cerca de Ulises (esto, por supuesto, lo negaría ante cualquiera).
Se despertó rodeada de papel. Acomodó todo. Se vistió y le mandó un mensaje a Ulises para que viniera. Él llegó tan rápido que no le dio tiempo a chusmear la historia antes. ¡Era tan lindo que la acompañara!
Se prepararon una chocolatada en la cocina, esquivando las miradas preguntonas de su padre y sus hermanos, y fueron a tomarla a la pieza.
La historia siguió así:
Caminando entre la niebla, Penélope se encontró con un viejo conocido.
-¡Tramposa Penélope! ¿Qué haces aquí? -dijo el cíclope Polifemo.
Ella quiso salir corriendo pero estaba demasiado cansada.
-Me trajo una terrible tormenta –contestó, no le quedaba más que ser amable.
-Ya veo, te protegió el velo.
-¿Esta capita?
-¿Esta capita, esta capita? –la burló el cíclope – no sé cómo la has conseguido pero es un velo muy poderoso que te protege.
Algo bueno, por fin, pensó Penélope y aunque no confiaba mucho en el cíclope, aprovechó para sacarse algunas dudas.
-¿Qué es este lugar?
-Sigues siendo un poco tonta. Esta es la tierra de las almas de los muertos. Aquí me mandaron los odiosos lestrigones.
-¿Tierra de muertos, difuntos, cadáveres de verdad? –Penélope estaba aterrada. Miró para todos lados. Aquel lugar estaba lleno de seres fantasmales, casi transparentes. Era la peor de sus pesadillas. ¡Rodeada de espíritus! Trató de concentrarse en lo que le decía el cíclope (que por cierto, también se veía un poco nuboso). Tal vez podría entender cómo salir de ahí -. ¿Y usted cómo llegó? La última vez que lo vi estaba muy vivo.
-Después de que cegaste mi ojo, los lestrigones aprovecharon y quisieron robarme mis ovejas. Nos atacaron con piedras gigantescas y me quitaron la vida.
-¿A usted, que es tan enorme?
-Los lestrigones son seres más gigantescos que yo, niña.
-¿O sea que está muerto de verdad? ¿Y cómo es que habla?
-Las almas de los muertos pueden hablarte si tú se lo permites.
-¿Y por qué me dice todo esto? ¿Ya no está enojado conmigo por lo que pasó?
-Yo no, pero mi padre sí.
-¿Lo conozco?
-¡Ay Penélope! No creo, porque hay muchas cosas que desconoces. Es Poseidón, el dios de los mares. Él te ha mandado aquí, con las grandes olas que rompieron tu nave.
-¡Oh, no! ¿Y ahora qué haré?
-Muy pocos mortales pueden abandonar este reino una vez que han entrado. Busca al adivino Tiresias, él te ayudará.
-Gracias, señor cíclope –dijo ella, escabulléndose, para tratar de entender lo que había dicho Polifemo.- Y perdón por lo que le hice… tenía que seguir viajando.
Mientras se alejaba, miraba para todos lados buscando a sus amigos, pero seguían sin aparecer. ¿Estarían detrás de esas lomadas rocosas o de aquellas torres de piedras?
El lugar seguía siendo como un desierto, con mucha arena y con esa niebla semitransparente que lo cubría todo. Encima escuchaba unos arrullos que le hacían acordar al parloteo malévolo de las sirenas y otros que se parecían a los cantos de Circe.
Temía que intentaran embrujarla, cuando a lo lejos vio aparecer a una mujer mayor. Parecía inofensiva, así que decidió acercarse. Necesitaba más información para poder escapar.
-Niña, por favor, ¿me ayudarías a cruzar? –le dijo la viejita, cuando estuvo al lado.
Penélope vio entonces que un río pequeño pero burbujeante pasaba por un costado.
La tomó apenas de un brazo y cruzaron muy despacio.
-Gracias niña, quién sabe dónde nos llevaría ese río tenebroso.
La viejita levantó la cabeza y la miró a los ojos.
-Yo a ti te conozco –le dijo. Penélope no recordaba a nadie tan viejo. Sus rulos se retorcían al pensar quién podía ser-. ¿Eres Penélope? ¿Mi Penélope? ¿La que dejó su pueblo para viajar por el mundo? ¿No me reconoces? Soy tu abuela Euriclea.
Penélope sabía que su abuela había enfermado y había muerto cuando ella era pequeña, aunque sus padres le habían dicho que había hecho un largo viaje.
-No, no… -dijo Penélope, tomándose su tiempo para pensar.
Recordaba a su abuela mucho más alta. Esta señora era diminuta pero tenía la cabeza espumosa llena de rulos blancos como su abuela y como la ovejita Euriclea. Claro, por ella había llamado así a su compañera de viaje. Pero qué hacía en ese lugar.
La viejita, que no veía bien, fue tanteando con sus manos los hombros, la cara, y al final la cabeza de Penélope. Al llegar allí se detuvo, revolviendo su mata de rulos enredado, y ya no tuvo más dudas:
-¡Sí que eres Penélope!... ¿por qué lo niegas?
Penélope sintió una mezcla de tristeza y alegría que la hicieron llorar. Hacía tanto que se había ido de su casa que había olvidado lo lindo que era encontrarse con alguien que te quiere.
Le dieron ganas de abrazar a su abuela pero lo intentó tres veces y ella se escabulló de sus brazos como una sombra.
-Abuela, ¿por qué no te quedas cuando deseo abrazarte? ¿Acaso me engañas enviada por Poseidón?
-¡Ay de mí, nieta mía! No te engaño. Cuando uno muere, el alma anda revoloteando como un sueño sin agarrarse ya del cuerpo.
Penélope entendió entonces que todo lo que está vivo tiene que morir, como las flores o los animales y supo el tipo de viaje que había hecho su abuela. Ese camino terminaba ahí, como el de todos. Se consoló pensando que su abuela seguiría viviendo en su memoria mientras ella la recordara.
-Dirígete rápidamente a la luz del día –dijo la abuela-. Pero antes dime: ¿Cómo te has atrevido a descender a Hades, donde habitan los que carecen de cuerpo, los fantasmas de los mortales que han fallecido?
-Me mandó Poseidón, está enojado por lo que le hice al cíclope.
-¡Oh no! Enfureciste al bravo Poseidón. Los dioses se apiaden de ti.
Penélope tuvo, una vez más, ganas de llorar. Pero se contuvo al ver otra aparición.
6-
Penélope levantó la cabeza. Tenía los ojos rojos y húmedos. Y sus rulos le cubrían la cara, enmarañados. Ulises se los acomodó detrás de la oreja y la abrazó. Pero se soltaron rápido. Los dos se sintieron un poco incómodos.
-¿Por qué llorás? Penélope está bien.
-Sí pero… me trajo algunos recuerdos.
-¿Tu mamá?
-¿Vos como sabés? –dijo Penélope, ya sin poder contener las lágrimas.
Lloró un rato largo apoyándose apenas en el hombro de Ulises.
-¡Pará que no traje la capa de la inmortalidad! –dijo él, cuando creyó que ella no tenía más lágrimas guardadas por ningún lado.
Los dos sonrieron.
-No llores más, sabés lo contenta que hubiera estado tu mamá con las historias que estás escribiendo.
-No sé… sí… no… -Penélope no había pensado en eso.
-¡Decidíte!
-Está bien.
Penélope se secó las lágrimas. Tal vez Ulises tenía razón. Podría escribir esos sueños sin ayuda del aparato si quisiera y a su mamá le hubiera gustado verla escribir.
Una vez más, como cada día que lo veía, se sintió contenta de haber encontrado a Ulises. La entendía ¡y encima era tan divertido!
Le dijo que viniera al día siguiente para enterarse de cómo lograba salir Penélope de los sueños del Mundo de Abajo.
Cuando él se fue, entró al estudio de la madre. Buscó la Odisea, acarició y repasó las letras de la tapa con su dedo índice. La abrió y se detuvo en la primera página.
El libro estaba dedicado a su madre. Qué raro, era la primera vez que veía eso.
Decía: “La vida sigue”. ¿Y lo firmaba? La primera letra era una E, de eso estaba segura. Le costó un rato descifrar el nombre:
Es…ter.
¿Ester?
Claro, la abu Ester.
Penélope no la había conocido pero su mamá le hablaba mucho de ella.
La invadió una sensación nueva. Sintió que ya no estaba sola.
Como había aprendido en el sueño, todo lo que vive tiene que morir. Pero sigue vivo en nuestros recuerdos.
-Ellas están conmigo.
Vuelta a casa
De cómo Tiresias vuelve a llevarse lo que es suyo y Penélope regresa a su casa y descubre lo que aprendió en el viaje.
1-
Esa extraña sensación de sentirse acompañada la abrazó todo el día en la escuela. Penélope creía que todos la miraban raro, que podían darse cuenta de lo que le había pasado y que en cualquier momento le preguntarían algo. Cirenia, que tenía algo de hechicera, lo percibió:
-Hola Peni, ¿y a qué viene tu cara de felicidad?
-¿Qué, no puedo estar contenta? –sus rulos se pusieron en guardia.
-Es que no me puedo imaginar el motivo: tus cachetes y tu cintura siguen tan redondos como siempre… -enumeró Cirenia, con una sonrisa maligna en su boca. Dos nenas más chicas que la acompañaban se rieron de la ocurrencia. Les faltó que movieran las aletas para parecerse a las sirenas. Mientras Penélope pensaba qué contestarle, apareció Bruno.
-¿No te cansás de molestar a Penélope, Cirenia? –dijo él -Dejála en paz.
-No te gastes, Bruno, a Penélope no le gustan los musculosos, parece que prefiere los sabelotodo. ¿O no Peni? ¿No que te gusta ese sabelo de séptimo? ¿Cómo se llamaba chicas?
-¡¡¡Ulises!!! –gritaron las dos nenas.
Los gritos fueron tan fuertes que medio colegio escuchó el nombre y Ulises, que estaba al otro lado del patio, también.
Bruno se había quedado mudo.
Penélope, en cambio, se puso roja, bordó, naranja y roja otra vez. Estaba furiosa con Cirenia y sus sirenitas. Por qué siempre lograba enojarla.
-¡No me gusta Ulises! –gritó.
-¿Ah, no?
-No, lo que pasa es que vos no entendés lo que es tener amigos.
-¿Amigos nada más?
Penélope se detuvo un instante antes de contestar. Se dio cuenta de que Cirenia no pararía más. Lo único que le importaba era conseguir información para repartir por acá y por allá. Supo, además, que si había algo que detestaba era que la dejaran con la palabra en la boca.
-Vamos, Bruno –dijo, tomando al chico de un brazo y sacándolo de ahí.
Mientras caminaba, pensó en Ulises. ¿Habría escuchado? ¿Ahora la estaría viendo del brazo con Bruno? No quería que pensara que le gustaba otro.
A Bruno también lo incomodaba la situación. Se soltó a los pocos pasos.
-No necesito que me salves, Penélope –dijo estirándose la ropa.
-No, ya sé, te devolví el favor.
-Ah, ok.
-¿Amigos? –propuso entonces Penélope, ofreciéndole el puño cerrado para hacer un choque.
-Amigos –dijo él, sin creérsela demasiado.
Cirenia, que los había seguido con la mirada, sintió algo raro en el corazón. Tal vez había ido demasiado lejos…
-¿¿¿Los seguimos, Cirenia, los seguimos??? –le preguntaron las sirenitas, ansiosas.
Cirenia las miró y ya no le parecieron tan simpáticas. Desvió la vista y trató de sonar tan mandona como siempre:
-No, ahora no.
Algo había cambiado dentro suyo.
2-
Pasó la tarde, pasó otra noche. Pasaron muchas cosas entre el bonete y la cabeza de Penélope y, a la mañana, ella despertó.
Esperó que Ulises viniera, como habían quedado, pero él no apareció. ¿Estaría enojado por lo de ayer?
Le mandó un mensajito. Nada.
Lo llamó por teléfono, no atendió nadie.
Pensó tres cosas más:
Primera: ¿Le habrá pasado algo?
Segunda: ¿Cómo puede ser que me deje plantada?
Tercera: ¡Es un papanatas!
Decidió leer sola.
Para su sorpresa, el rollo estaba otra vez roto y tenía más partes en blanco que escritas. Era imposible arreglarlo. Lo que me faltaba. ¿Y ahora? Por un momento hizo el ademán de buscar la bolsita misteriosa. Pero se frenó a tiempo, ella no tenía bolsita y no estaba soñando. Aunque le estaban pasando tantas cosas raras que por momentos la hacían dudar.
Volvió a mirar el rollo intentando entender pero no encontró ninguna respuesta. Hizo un bollo y lo tiró con furia contra la puerta.
Luego, salió de su cuarto, caminó por el pasillo, entró en el estudio de la madre, se sentó en su escritorio, miró por la ventana, agarró una libreta que estaba encima de la mesa, un lápiz, y empezó a escribir, tratando de recordar lo que había soñado.
La aparición anunciada en medio de ese desierto oscuro y frío era el viejo ciego que al salir de su pueblo le había regalado la bolsita misteriosa. Venía montado en su burro y se detuvo delante de ella.
-¿Tiresias? –preguntó Penélope. Su pelo se le alborotó.
-Querida Penélope. Has llegado al Inframundo… -dijo el brujo con pesar.
-¿Por qué estoy acá? ¿Estoy muerta?
-Tranquila. Agárrate de mi cetro y te diré lo que quieras saber –Tiresias alargó una vara con una piedra color violeta en la punta. Cuando ella la tomó, se iluminó y el brujo le habló:
-Estas aquí para aprender. No ha llegado tu hora todavía.
- Pero este lugar es horrible, solo veo tinieblas y gente muerta. Además no encuentro a mis amigos.
-Viajas por el mundo buscando algo que ya tienes –El brujo no parecía haberla escuchado-. Debes pensar en eso.
-¿Y cómo están en mi pueblo? ¿No están enojados conmigo por haberme ido?
-No Penélope, en tu familia siempre tendrás tu lugar, aunque sean distintos y a ti te guste viajar por el mundo mientras a ellos no. Además, un vecino nuevo se mudó al lado de tu casa y pregunta por ti.
-¿Un vecino?
-Se llama Ulises y dice que te conoce desde hace mucho.
-Claro, Ulises. Cuando decidí emprender este viaje, él tuvo miedo y no se atrevió a viajar conmigo.
-Ahora debes irte. No sé por cuánto tiempo más el velo de la inmortalidad te protegerá de Hades.
-¿Quién es Hades? Pensé que me tenía que cuidar de Poseidón –cada cosa que decía el viejo la llenaba de más dudas.
-Osaste despertar la ira de los dioses, Penélope. Hace tiempo, ellos se repartieron el mundo. Poseidón domina los mares, Hades el mundo de abajo y el tercer hermano, Zeus, los cielos. Los tres controlan la tierra y son temibles cuando se enojan. Así que vuelve a casa y prométeme que serás agradecida con lo que los dioses hayan pensado para ti –diciendo esto, Tiresias se alejó en su burro.
-Pero… llévame contigo –rogó Penélope.
-Debes salir sola de aquí.
-¿Por qué?
-Es el destino de la Penélope viajera, así lo han decidido los dioses.
Ay Tiresias. Mientras Penélope intentaba entender lo que había dicho el brujo, volvió a escuchar los cantos y arrullos tenebrosos. Varias figuras humanas fantasmales, que flotaban a su alrededor, le cerraron el paso.
-¡Son las almas de los muertos, niña tonta! –le advirtió Polifemo.
-¡Corre, Penélope! –gritó su abuela.
Ella sacudió sus rulos, que se inflaron como tomando fuerza y empezó a correr. De repente, cuando creía que no volvería a verlos jamás, aparecieron Batata y Euriclea desde la tiniebla más espesa y se sumaron a la carrera.
-¡¿Y ustedes donde se habían metido?! –Tenía ganas de acogotarlos, de mentira; además de que no está bien acogotar a los amigos, estaba feliz de encontrarlos vivos-. ¡¡Papanatas!!
Sus rulos se retorcían de los nervios. No supo qué hacer hasta que recordó que llevaba puesta la capa de la inmortalidad. Alzó a Batata y a Euriclea, se la ajustó bien fuerte y se arrojó hacia el cerco de almas. Sintió que atravesaba una gelatina que quería retenerla.
-¡Ah! Eres astuta Penélope… –dijo el cíclope, con admiración.
En la carrera, Penélope recordó lo que le había dicho Tiresias: estaba ahí para aprender y lo que estaba buscando ya lo tenía. ¿Con qué contaba?
Primero: con sus dos amigos viajeros, una familia que la quería y su viejo amigo Ulises que la esperaba.
Segundo: con un viejo sabio que la había guiado en ese viaje.
Tercero: con el coraje necesario para viajar, aprender y saber cuándo regresar.
¿Qué más podía pedir?
Penélope corrió y corrió. No paró hasta que las tinieblas empezaron a hacerse más livianas y la luz del sol le calentó la espalda.
Ya era hora de volver a casa.
Cuando terminó de escribir, Penélope sintió que había escalado una montaña. Se había esforzado tanto, que sus manos estaban húmedas y se le había endurecido la derecha. La sacudió con fuerza. Se paró y se dio cuenta que las piernas también le dolían.
A pesar del cansancio, empezó a saltar a los gritos:
-¡Lo hice! ¡Lo hice!
Estaba tan contenta que no se sentía ella. Como en sus sueños, sentía que había escapado de un mundo de oscuridad.
Hizo su propia lista, que resultó ser bastante parecida. Contaba con:
Primero: un amigo y una familia que me quieren.
Segundo: un viejo sabio que me guió.
Tercero: el coraje necesario para seguir el camino de mamá.
Penélope no supo en qué momento había entrado Ulises pero estaba en la habitación.
-¿Hiciste qué? –preguntó él, como todo saludo.
Ella no se acordó que estaba enojada con Ulises ni que lo había estado esperando. Le mostró la libreta con lo que había escrito.
Él leyó rápidísimo.
Cuando terminó, se miraron con esa sonrisa que ya se estaba convirtiendo en una marca registrada entre ambos. Justo en ese momento, el entrometido bonete hizo un ruido que los despabiló. Sonó como una máquina que se apaga; y se puso oscuro.
La historia había llegado al final. Los dos lo supieron.
-¡Penélope, esta historia está buenísima! ¿Pensaste qué vas a hacer?
-No sé, la voy a guardar…
-Pará, pará. ¿Y que nadie se entere? - Ulises estaba a los gritos, emocionado como si la hubiera escrito él. Caminaba de un lado a otro de la habitación con su frente en alto imaginando cosas. -¡Ya sé, esto es un libro, como la Odisea!
-Bueno, en realidad, es bastante distinto –se excusó Penélope.
-Bueno, sí y no… ¡como los libros que escribía tu mamá!
Penélope estaba atontada, no sabía qué hacer ni que decir. Pero Ulises había puesto en palabras lo que ella no se atrevía a imaginar. ¡Su Odisea contaría los viajes de Penélope! Sus viajes.
Ulises la tenía agarrada por los hombros y la sacudía, impaciente, esperando que hablara.
-Está bien –dijo al fin Penélope –. No sé si voy a hacer un libro. Pero en la escuela la seño dijo que vamos a escribir una obra de teatro y creo que yo ya tengo la tarea hecha.
-Y yo ya tengo el nombre de tu “ta-re-a” –dijo él, haciendo con sus dedos el gesto de las comillas-: ¡Penelopeas! O... Los viajes de Penélope.
-Bueno, eso ya lo veremos. Primero lo primero. Estoy pensando en los actores: Cirenia será Circe, obvio; sus amiguitas nuevas, las sirenas; Bruno hará del cíclope… también tengo a Ulises y a Penélope –dijo, sonriente.
-¿¿Y yo, y yo?? –gritaron sus hermanos, que se habían metido de prepo en la habitación.
-Ustedes van a ser… -Penélope pensó un poco-. ¡ya sé!, alguna bestia de Circe. ¡Cerdos!
En ese momento, golpearon la puerta entreabierta.
-Ahora que me acuerdo, me demoré porque había visitas que me explicaron algunas cosas. Deben ser ellos –dijo Ulises.
-Pasen –Penélope estaba intrigada.
-¿Dónde está mi personaje?
Allí estaba, como un aparecido, el brujo Tiresias. Hacía tanto que Penélope lo había visto que si no fuera por sus sueños, no lo hubiera reconocido. Otra vez llevaba un pájaro con cara gruñona en el hombro y Penélope lo reconoció. ¿Hermes? Los acompañaba su papá.
-Querida, es hora de que me lleve lo que es mío –dijo Tiresias, agarrando la máquina con forma de cucurucho.
-¡Era hora! –chilló el pájaro–. Hay otra gente que lo necesita.
-Pero… -Penélope se asustó, sentía que le estaban arrancando un brazo ¡o sus rulos! - ¿qué voy a hacer sin mi bonete?
-¡No interrumpa! ¡Y no es su bonete! Tengo una lista de espera, una niña que sueña con Las mil y una noches, un niño con Blancanieves… –la retó el palomo, repiqueteando con su patita en el hombro de Tiresias.
-Basta, Hermy –ahora lo retaban a él- ¿En serio que no lo sabes? –preguntó el brujo a Penélope.
-Le dije que era dura para entender… -murmuró el pájaro por lo bajo.
-Sh, sh –lo calló Tiresias.
Los hermanos de Penélope por primera vez en mucho tiempo se quedaron mudos. Era tan extraño ver a un palomo hablar, que no podían pronunciar ni una palabra.
Penélope seguía dudando sobre sus posibilidades de vivir sin el bonete:
-No… sí… No estoy segura.
-Deberías estarlo. El cucurucho te mostró lo que estaba dentro de ti –dijo Tiresias.
-Mis sueños.
-No solo eso Penélope. Ahora podrás escribir lo que quieras, lo que sientas, lo que tu imaginación te dicte. Ya sabes que puedes hacerlo.
-Pero solo lo hice una vez.
-Es como andar en burro, una vez que aprendes, no te olvidas más.
Penélope nunca había andado en burro así que no le quedó otra que darle la razón.
El brujo hizo una reverencia con su cabeza y se fue. El pájaro lo imitó pero antes dijo unas últimas malas palabras de despedida:
-Espero no tener que volver a verte, Penélope. Pero si llega a suceder, ya puedes llamarme Hermy.
-¡Chau Hermy! –lo saludó Penélope, divertida.
Ulises y Penélope se miraron otra vez con esa sonrisa hipnotizada en los labios.
-Ejem, ejem –carraspeó el padre, agachándose a levantar la oveja de peluche–. ¿Y vos qué hacés acá?
-¿La conocías? –preguntó Penélope.
-¿No te acordás? Fue una de las primeras que tuviste, compañera de Batata. Pensé que se había perdido, hasta que el otro día apareció, mientras limpiaba el estudio de mamá – contó el padre.
-¿Lo limpiaste?
-Sí, está listo para volver a usarse... ¿Vos estás lista?
Penélope apretó los labios para contener el nudo que se había atado en su garganta. Su papá se acercó y la abrazó tan fuerte que la obligó a abrir la boca y fue como si hubiera liberado una compuerta que contenía un mar de lágrimas.
Penélope seguía teniendo muchas palabras –preguntas, dudas, ideas- amontonadas en la boca, en la cabeza y en el corazón. Pero en vez de hacer una lista mental con ellas, pensó que ya había encontrado otra forma de sacárselas de encima.
El padre la separó de su pecho tomándola por los hombros, la miró a los ojos, soltó su pelo, tiró su vincha hacia el techo y le revolvió los rulos, que quedaron despeinados y felices. Tanto que, junto a la sal que habían dejado las lágrimas en sus cachetes, hacían creer que Penélope acababa de llegar de un largo viaje por el mar.
FIN
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