Desde las últimas décadas, el arte ha perdido su carácter representacional para devenir acción:
¿Qué hace la nueva obra de arte político?
En la obra de Mayra Martell se hace patente un principio de negatividad -en sentido hegeliano- basado en la toma de posición: la artista toma posición con respecto a una serie de hechos aberrantes y los niega por medio de su obra; ésta, a su vez, se presenta positivamente ante una negatividad ulterior, la propia del espectador, quien toma una posición ante aquélla. Es necesario notar que, en los extremos del proceso, la obra se afianza a territorios ajenos al arte: surge a partir de los crímenes cometidos contra mujeres en Juárez, crímenes con raíces socioculturales y políticas, y tiene por fin el impacto en el espectador más allá de la mera contemplación de la obra: se espera, antes bien, su concientización sobre el problema.
La afirmación anterior enfrenta dos problemas: a) si esto es así, ¿cuáles serían los límites de lo artístico? Si se toma en cuenta la insistencia moderna en la autonomía del arte, ¿cuál sería, según nuestro análisis, la especificidad del arte?; Además, b) diversos especialistas en arte contemporáneo afirman que la obra de arte no es, de manera alguna, una forma de comunicación.
En un esotérico y engreído tweet, Luigi Amara afirmó: “Quienes insisten en que el arte contemporáneo no se entiende más bien no han entendido que el arte no se trata de una forma de comunicación” (2013). Dejemos de lado el problema de la comprensión del arte de nuestros días y concentrémonos en el remate de la frase: “el arte no se trata de una forma de comunicación”. Para desgracia de todos aquellos que no entendemos, Amara, quien sí entiende, no brinda pista alguna de en qué consistiría el arte, si no es una forma de comunicación.
¿Es posible pensar en una obra de arte sin receptor? Supongamos que un artista decide pintar un lienzo que ha
No podemos afirmar que el arte no es comunicación; en todo caso, no se reduce a la comunicación
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