Capítulo 1
Una artista frente al horror: Mayra Martell y el nuevo arte político.
El presente capítulo nos coloca sobre el terreno a estudiar: en este primer apartado, se expone tanto un esbozo de la historia de Ciudad Juárez, como de los problemas que enfrenta en lo relativo al feminicidio y a la desaparición de mujeres. El análisis histórico del Paso del Norte nos sitúa ante un problema de gran relevancia para la comprensión del presente vivido por sus habitantes: ¿de qué manera se relacionan los sucesos pasados con el presente? El segundo apartado bordea el tema de la deshumanización de las mujeres, patente en los crímenes cometidos en su contra; el análisis, fundamentado en el trabajo de Max Scheler, distingue cuatro formas de deshumanización: económica, sexual, vital y metodológica. La última sección presenta el trabajo de Mayra Martell, así como sus propias reflexiones con respecto a su obra y a la situación que enfrenta El Paso del Norte.
I.1. Feminicidios y desapariciones en Ciudad Juárez.
Tijuana, Tecate, Mexicali y Los Algodones, en Baja California; San Luis Río Colorado, Sonoita, Sásabe, Nogales, Naco y Agua Prieta, en Sonora; El Berrendo, Puerto Palomas, San Jerónimo, Juárez y Ojinaga, en Chihuahua; Acuña y Piedras Negras, en Coahuila; Colombia, en Nuevo León; Reynosa, Nuevo Laredo, Río Bravo, Nuevo Progreso y Matamoros, en Tamaulipas: ciudades enhebradas, como abalorios, en hilo de agua, cemento y malla; ciudades que son, todas ellas, puntos marcados por una aguja que se hunde sobre la carne de una nación que sangra de miseria, de violencia y de olvido. Frontera: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the First and bleeds” (Anzaldúa, 1987: 3). Y ahí Ciudad Juárez, Juaritos: la pesadilla de muchos para quienes el sueño americano se les escapó de las manos y, como “peor es nada”, se vieron obligados a trabajar en la pujante maquila juarense; pesadilla de aquellos que conocieron las níveas calles norteamericanas y, en su frenesí, se anclaron a la heroína o al crack; pesadilla de las jóvenes forzadas a venderse a gringos ebrios, de los jóvenes reclutados en las filas del sicariato, de los migrantes que aguardan en la noche el momento preciso para cruzar la frontera y de los deportados, regurgitados del paraíso -como en Tijuas: El Bordo, el cauce del río, donde cerca de dos mil personas aguardan la muerte, hundidos en los “pocitos” y en cocteles químicos. Desde los inmemoriales tiempos de “La Nacha”, Juaritos juega a Sodoma.
Ciudad Juárez fue fundada por misioneros franciscanos el 8 de diciembre de 1659 con el nombre de Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos de Paso del Norte; durante la Colonia, la Misión no fue más que un lugar de paso hacia el actual Nuevo México, entonces Santa Fe y, en tanto tal, su población residente fue mínima y constante. El siglo XIX representó un antes y un después para la ciudad: ya rebautizada como Paso del Norte desde 1826, la ciudad se sacudió tras la guerra contra los Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, con la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo: a partir de ese momento, el Paso del Norte adquirió la categoría geográfico-política que posee en nuestros días al transformarse en ciudad fronteriza, último bastión latinoamericano ante el territorio estadounidense.
Tras adquirir su nombre actual en 1888 (Barrios Rodríguez, 2014), Ciudad Juárez enfrentó una crisis económica
Alrededor de 1918 apareció la primera organización mexicana dedicada al trasiego de mariguana, cocaína y heroína a los Estados Unidos, liderada por Ignacia Jasso viuda de González, “La Nacha” (Páez Varela, 2009). El narcotráfico fue una respuesta a la crisis atravesada por Ciudad Juárez desde finales del siglo XIX.
Entre 1920 y 1933, la aplicación de la Ley Seca en Estados Unidos convirtió a Ciudad Juárez en un burdel para los habitantes de El Paso, Texas (García Pereyra, 2010).
En 1965, el Programa de Industrialización Fronteriza (PIF) permitió la entrada de la industria maquiladora a Ciudad Juárez. La maquila, sello característico del Capitalismo Mundial Integrado, es un sistema de producción que consiste en dividir el proceso de producción en plantas ubicadas en diferentes partes del mundo para su ulterior ensamblaje -plantas ubicadas, claro está, en los países del llamado “tercer mundo”. Lo anterior atrajo un buen número de inversionistas norteamericanos, quienes vieron en el PIF, según el estudio de Cirila Quintero Ramírez y María Eugenia de la O Martínez, la posibilidad de “reubicar los procesos productivos en un contexto de mano de obra barata, fiscalización preferencial, cercanía geográfica, nulo compromiso de permanencia y una posición negociadora favorable” (2003: 234). El éxito del PIF fue secundado, en años posteriores, por el Programa Nacional de Desarrollo de las Franjas Fronterizas y Zonas Libres y por el Programa de Desar rollo Fronterizo, en los periodos 1971 y 1977, y 1985-1988, respectivamente (Quintero Ramírez y De la O Martínez, 2003). En la actualidad, Ciudad Juárez cuenta con 321 plantas maquiladoras, las cuales emplean a 250,577 personas, según datos del INEGI reproducidos El Diario (Coronado, 6 de junio de 2016).
Al considerar los diversos fenómenos sociales que conforman la historia de Ciudad Juárez, es inevitable traer a colación un problema fundamental para el devenir humano:
¿De qué manera injiere el pasado en el presente? La pregunta es de primera importancia por dos motivos
Hegel propone un dinamismo de figuras y de subsunciones –de relevos, según la lectura derrideana del Aufheben- a partir del cual hay saltos a primera vista cuantitativos que incorporan en una figura determinada los momentos superados. Este esquema no sólo explica la historia mundial sino también el desarrollo de la conciencia, la cual avanza desde la experiencia del ser en bruto que, como el “hay” levinasiano, constata lo existente sin hacer particiones ni distinguir objetos, hasta la aparición de la libertad, momento descrito por Louis Althusser, con un derroche de belleza lit neraria, como aquel en el cual “el concepto se hace al fin visible a cielo descubierto, presente en persona ante nosotros, tangible en su existencia sensible, donde este pan, este cuerpo, este rostro y este hombre son el Espíritu mismo” (Althusser, 2006: 21).
Atendiendo a la lectura althusseriana de Hegel, esta imagen de complejidad, empero, no es sino mera apariencia: detrás de ella se esconde una contradicción simple, dicotómica en el sentido de que sólo opera, en cada figura, a partir de dos elementos contrapuestos. ¿En qué consistiría, entonces, el Aufheben, ese superar un momento determinado pero llevándose consigo algo, como los corredores de relevos olímpicos? Althusser responde: es la “complejidad de una interiorización acumulativa” (Althusser, 2011: 82), esto es: los momentos superados son, en efecto, incorporados a la conciencia o al momento histórico pero no actúan de manera efectiva en un presente determinado; en palabras de Althusser: “no afectan jamás la conciencia presente como determinaciones efectivas diferentes de ella misma” (Althusser, 2011: 82). Y no actúan de manera efectiva precisamente por haber sido incorporados; no es que las figuras anteriores repercutan por sí mismas en el momento ulterior; éstas, antes bien, se presuponen en la conciencia presente; para concluir con la figura del corredor de relevos: es como si la estafeta se fundiera a la piel para sostener sobre su superficie una nueva contradicción. Sin embargo, la simplicidad –o, como algunos filósofos analíticos bien intencionados la llaman: “la elegancia”- puede que sea un ideal en la matemática y la lógica; en los estudios sociales, empero, no puede devenir en otra cosa que en simpleza. Las sociedades y sus transformaciones históricas, sus procesos políticos y económicos y el rol de sus diversos actores hacen que cada momento focal de un grupo determinado sea único e involucre una cantidad sorprendente de variables. ¿Cómo dar cuenta, entonces, de una complejidad semejante? Marx –o, si se quiere, el Marx de Althusser- responde a esta interrogante: haciendo justicia a todos los elementos contradictorios involucrados pero sin olvidar que, en últimas instancia, la economía juega un papel determinante.
El dinamismo marxiano rompe definitivamente con las “robinsonadas” –según expresión del propio Marx- propias del pensamiento ilustrado e interpreta el devenir histórico en función de la gran cantidad de elementos que intervienen en su desarrollo. Un ejemplo claro de ello es su refutación de la “acumulación originaria”, en la cual Marx enfrenta el auge de la lana, la expulsión de siervos de los feudos, el nacimiento de las ciudades y la usura, contra la teoría smithiana del carácter de los hombres para explicar el origen del capital primario (Marx, 2010).
Como se mencionó en párrafos anteriores, la contradicción entendida por Hegel es, según Althusser, una contradicción simple en la cual los momentos superados, ya sea por la consciencia o por la historia, se subsumen pero no actúan de manera efectiva en las figuras ulteriores; este esquema, a su vez, que involucra dos y sólo dos elementos contrapuestos, se repite a lo largo de todo el desenvolvimiento, el cual descansa en la autoconsciencia, manifestada por la filosofía o la religión –esto es, según la óptica marxista, por la ideología. El proceder marxista, tal y como intentará mostrar Althusser, no consiste en la mera inversión del modelo anterior –sustituyendo, por ejemplo, la ideología por la economía-, sino en algo mucho más radical: la sobredeterminación. Veamos cuál es el cuadro presentado por el filósofo francés y, a partir de éste, expliquemos:
[…] la “contradicción” es inseparable de la estructura del cuerpo social todo entero, en el que ella actúa, inseparable de las condiciones formales de su existencia y de las instancias mismas que gobierna; que ella es ella misma afectada, en lo más profundo de su ser, por dichas instancias, determinante pero también determinada en un solo y mismo movimiento, y determinada por los diversos niveles y las diversas instancias de la formación social que ella anima; podríamos decir: sobredeterminada en su principio (Althusser, 2011, pág. 81).
En tanto Hegel se sirve de una contradicción simple, en el sentido de que un elemento confronta a otro elemento, negándolo, Marx entiende que cada momento histórico está caracterizado por un sinfín de contradicciones, las cuales no son actualizaciones de un movimiento a priori, sino que forman parte de la sociedad completa –así, no son trascendentes con respecto a la sociedad. En este sentido, una sociedad dada es lo que es porque en sí misma y por sí misma, existen una buena cantidad de contradicciones propias de diversas instancias –contradicciones en los ámbitos económico, político, jurídico e ideológico-cultural. La pregunta inmediata es: ¿esta sobredeterminación, no rompería con el esquema, propio del marxismo clásico, de la relación condicional entre estructura y superestructura? Si una sociedad dada está determinada por una buena cantidad de contradicciones, las cuales repercuten unas sobre otras, ¿cuál sería el papel asignado a la economía?
En una carta a Walther Borgius, Engels echa luz sobre el “en última instancia” de la economía; escribe el filósofo alemán:
Nosotros vemos en las condiciones económicas lo que condiciona en última instancia el desarrollo histórico […] El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia (Marx y Engels, 1975, pág. 731).
La primacía de lo económico debe mantenerse pues, de echarla por tierra, las nociones de relaciones de producción como ordenadoras de la sociedad y de lucha de clases como motor de la historia, se vendrían abajo. Sin embargo, una breve ojeada a nuestro entorno social es suficiente para afirmar la primacía de lo económico; primacía que, sin embargo, no excluye el resto de elementos de la superestructura. Dada la visión histórica de Marx, podemos constatar que el cambio de un tipo de sociedad a otra se da en función de los modos de producción, los cuales se reafirman y son sensibles a los cambios derivados en la superestructura; así, si los elementos superestructurales repercuten por sí mismos en la estructura, es porque en cierta manera se “independizan” y no pueden reducirse a la economía.
A partir de lo anterior, ¿cómo entender los sucesos históricos acaecidos en Ciudad Juárez y de qué manera se relacionan con los feminicidios y las desapariciones de mujeres? ¿Qué variables integran el mosaico social del Paso del Norte? Siguiendo a Marx, entendemos que el ahora juarense es complejo y, por ello, las contradicciones se cuentan a mares, se traslapan e, incluso, se confunden unas con otras. Lo que llama la atención de la historia de Juárez es que los sucesos y su forma contradictoria se superan, sí, pero, en un mismo movimiento, siguen presentes de manera efectiva. Expliquemos
En este sentido, podemos comprender la historia juarense como un encadenamiento de contradicciones, cada una de las cuales produce una serie de elementos superestructurales, los cuales son incorporados en tanto la contradicción correspondiente se perpetúa.
La literatura especializada suele fijar 1993 como el inicio de los feminicidios perpetrados de manera sistemática en Ciudad Juárez, año en el cual se encontró el cuerpo sin vida d.
La maquila,
En el breve apartado “Apropiación de fuerzas de trabajo subsidiarias por el capital. Trabajo femenino y trabajo infantil”, Marx (2013: 480-490) estudia los problemas enfrentados por mujeres y niños en las fábricas inglesas del siglo XIX. Para Marx, el trabajo de “obreros con escaza fuerza física” (480) es consecuencia del desarrollo tecnológico aplicado a la producción; la nueva maquinaria requiere de un menor esfuerzo para echarse a andar y, por tanto, no es necesaria la musculatura de un obrero adulto para su operación. A partir de lo anterior, el trabajo del obrero se desvaloriza; si su salario estaba pensado para la manutención de su familia, al integrarse ésta al proceso productivo, el salario se distribuye entre los miembros que la integran. A lo anterior se añade un problema de índole moral: el obrero ahora se asemejará al “tratante de esclavos” (482) pues no sólo venderá libremente su fuerza de trabajo sino que, además, obligará a los miembros de su familia a hacerlo; según Marx, esto tiene consecuencias negativas:
El trabajo forzoso en beneficio del capitalista no sólo usurpó el lugar de los juegos infantiles, sino también el del trabajo libre en la esfera doméstica, ejecutado dentro de los límites decentes y para la familia misma (481).
Para Marx, el trabajo femenino provoca la “degradación moral” (487) de las mujeres, quienes, al integrarse a las masas trabajadoras, experimentan un “antinatural desapego […] por sus hijos, lo que tiene por consecuencia casos de privación alimentaria y envenenamiento intencionales” (485). En pocas palabras: la mujer debería permanecer en casa para ocuparse de los hijos y de las labores domésticas.
“El deseo, en el terreno social, rechaza dejarse circunscribir en zonas de consenso, en áreas de legitimación ideológica” (Guattari y Negri, 1999: 63).
En una charla sostenida por redes sociales, Mayra puntualizó:
Siempre hubo un problema cuando se usó la palabra reproducción, la gente a veces entendía que yo reproducía los espacios como una manera de imitar los espacios y fotografiarlos, no sé por qué surgió, pero desde ahí tuve mucho cuidado con la palabra reproducir, entonces uso más la palabra registrar, el documento a modo de registro de los espacios (25 de enero de 2016).
La puntualización de la artista juarense es fundamental.
I.2. La mujer cuatro veces despersonalizada
En su análisis de los procesos asociados al llamado posthumanismo, Rosi Braidotti afirma que “los cuerpos de los sujetos empíricos que denotan diferencia (mujeres/ nativos/ tierra y otros naturales) se han convertido en cuerpos de usar y tirar en la economía global” (2015: 134); el cuerpo femenino, el cuerpo de los habitantes del Tercer mundo, tanto como los suelos y las aguas del planeta, han devenido objetos de consumo que pueden ser desechados sin el menor empacho: tal es la lógica de las prácticas económicas contemporáneas, patentes en la comercialización sexual, en los subempleos ofrecidos por las transnacionales y la maquila, en el abuso indiscriminado de las materias primas y en las toneladas de desechos vertidos en mares y lagos. Marx lo había anunciado: el capitalismo y sus abstracciones hacen de los hombres meros objetos, y de la naturaleza, un gran basurero.
La concepción de las vidas humanas como objetos de consumo se hace patente en los feminicidios y desapariciones cometidos en Ciudad Juárez, en los cuales podemos reconocer cuatro formas de deshumanización: económica, sexual, vital y metodológica.
Buena parte de la literatura dedicada al tema de los feminicidios en Juárez insiste en señalar el trabajo en las maquiladoras como uno de los principales detonantes de la violencia tanto clasista, como de género.
La deshumanización sexual comprende dos rubros íntimamente asociados: uno, propio de la cultura de nuestro país, ve a la mujer como un ser humano de segunda categoría al cual le corresponden ciertos papeles en tanto actor social; otro, disparado a partir del auge los medios de comunicación, hace de ella un objeto erotizante de consumo que genera ganancias altísimas y distiende los límites del deseo; llamemos a la primera categoría “deshumanización de género” y, a la segunda “deshumanización pornográfica”.
La deshumanización de género forma parte de los contenidos sedimentados en nuestra cultura nacional. Si bien entre los años cincuenta y los noventa del siglo pasado, el machismo pareció disminuir (Díaz-Guerrero, 1994, 2008), su presencia es notable.
A lo anterior se suma la deshumanización vital, la cual se patenta en el asesinato de la mujer como tal. En su Ética, Max Scheler
En un revelador análisis simbólico de los feminicidios cometidos en Ciudad Juárez, la antropóloga Rita Laura Segato afirma
En este sentido, los crímenes afirman la mutua inscripción de globalización y cuerpo señalada por David Harvey; así, “una comprensión del contexto económico en gran escala nos ayuda a iluminar los acontecimientos de Ciudad Juárez” y, a la vez, “las humildes muertas de Juárez […] nos despiertan y nos conducen a una relectura más lúcida de las transformaciones que atraviesa el mundo en nuestros días” (Segato, 2012: 44).
Por último, la deshumanización metodológica echa raíces en la epistemología propia de las ciencias sociales y transita desde ésta hasta la administración pública y los medios informativos, y consiste en la reducción de los fenómenos sociales a meros datos numéricos, esto es, a la entronización de los métodos cuantitativos.
La matematización de las ciencias es uno de los fenómenos que han caracterizado a la modernidad
I.3. Ensayo de identidad, de Mayra Martell: etnografía y arte, más allá de la propaganda y el adoctrinamiento.
Tres voces fenomenológicas exigen: frente a “todo capitalismo […], toda acumulación de haberes y correlativamente […] todas las depreciaciones egoístas de la persona” (Husserl, 2002: XV), la actitud radical que caracteriza a la fenomenología. Frente a la supresión de “las cualidades sensibles de la naturaleza” y la deshumanización, propias de la ciencia galileana, el arte, “actividad de la sensibilidad, la realización de sus poderes” (Henry, 1996: 39). Frente a la neutralidad de una filosofía que ha disuelto a los entes en la anterioridad del ser, el rostro, “fuente en que aparece todo sentido”, y el deseo, “deseo de una persona” (Levinas, 2012: 337).
Mayra Martell (Ciudad Juárez, 1979)
Conclusión. Arte político.
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