viernes, 19 de marzo de 2021

Hacia una ética de la subversión

 

 



Que mil flores, que mil máquinas de lucha y de vida broten.

 

   Antonio Negri y Félix Guattari, Las verdades nómadas

 

Hemos llegado a la parte propositiva de este trabajo y arriesgaré un atrevimiento: dejaré atrás la primera persona del plural y el impersonal –siempre tan correctos, siempre tan académicos; manifestación gramatical de la supuesta objetividad que debe imperar en el trabajo intelectual.

   El apartado que a continuación presento, sintetiza el carácter propositivo de la tesis. En su elaboración, me serviré de dos de las obras que más me han hecho amar la filosofía: la fenomenología de Edmund Husserl y el reciente desarrollo del postoperaísmo italiano. Además, en las ideas que a continuación presento se hará patente la influencia de Félix Guattari y la reciente lectura dos obras bellísima y de una profundidad inusitada: Cambiar el mundo sin tomar el poder, de John Holloway, y el Breve tratado para atacar la realidad, de Santiago López Petit.

   A continuación, presentaré los lineamientos generales de un análisis fenomenológico del sujeto subversivo que de alguna manera siente las bases para la formulación de una ética. Para dar con este fin, explotaré una triada de nociones –eros pathetikos, cupiditas y variación eidética- que darán cuerpo a aquello que llamaré “estrategias contrafácticas”. Hacia el final del capítulo, echaré un vistazo a la educación y a las prácticas artísticas, ámbitos en los cuales se desarrollan las estrategias contrafácticas. 

   Además de la primera persona del singular, me tomaré un segundo atrevimiento de carácter expositivo: la exposición lineal, arborescente, cederá ante el rizoma. Lo anterior me permitirá Además –y este es un capricho personal-, podré dar rienda suelta a mi gusto por la literatura. Cuando concluí la preparatoria, estaba decidido a hacerme poeta; por ello, ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde, por algunos semestres, cursé la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas. ¿Y dónde, si no es mi tesis de maestría, puedo desatar mis pasiones más vivas? En alguna canción, Alberto Cortés dice que el amor de mi vida es aquella que ahora amo: creo que lo mismo vale para una tesis. 

   Antes de comenzar, me gustaría dedicar algunas palabras –pocas en realidad- a mi disciplina, la filosofía, y a la línea de pensamiento bajo la cual pretendo inscribirme, el criticismo. No puedo aceptar la insulsa afirmación según la cual la filosofía no resuelve –o no intenta resolver- nada pues su límite es la interrogación; los vedetismos de pierna cruzada y dedos en la barbilla resultan escandalosos en una sociedad que se encuentra a la deriva.

  Ahora, la necesidad de hacer de la filosofía una herramienta no implica que ésta posea una posición privilegiada con respecto al resto de saberes y prácticas dirigidas a la transformación social; afirmaciones como  “el filósofo lleva la bandera del cambio” –alguna vez escuchada en una charla de pasillo- resultan no sólo inocentes y románticas: son, además, de una vanidad ciega y vetusta, anclada en el mismo gesto que caracterizó a los partidos comunistas del siglo XX y que ya hemos criticado en los primeros apartados. He tenido la suerte de vivir en un medio social verdaderamente plural; mi constelación familiar y afectiva está integrada por profesores de primaria, periodistas, economistas, psicólogos –y, tal vez más importante aún, meseros, obreros y oficinistas sin profesión alguna. Todos y cada uno de ellos, maestros de primer orden, me han enseñado que no existe centralidad disciplinar alguna: rizoma disciplinar, sí, rizoma. 

 

Conocemos la cantaleta: bajo los escombros de una racionalidad que se creyó capaz de liberarse a sí misma, entre los restos resquebrajados de los dos o tres navíos de utopía que soñaron con el instante en el cual sus predicciones científicas se harían realidad, yace la bandera de la objetividad. La premisa epistémica de nuestros tiempos afirma que conocer es una forma específica de actuar sobre el entorno, actuar siempre sobre la base de un sinfín de condicionales ineludibles extendidos desde la cultura y la armazón teórica, hasta los intereses y las preferencias del autor; según lo anterior, la verdad no es más la alétheia objetiva y autónoma, develada por el filósofo o el científico, quienes hacen las veces de médiums en una suerte de sesión espiritista.

   El pensamiento crítico y las epistemologías relativistas han mostrado hasta el cansancio el carácter histórico y social del conocimiento –sin embargo, ¿qué decir de su dimensión afectiva?

   Diversas líneas de pensamiento insisten en que el punto de partida del filosofar posee siempre una dimensión anímica y afectiva específica: el asombro. La anécdota atribuida a Leibniz quien, de niño, se cuestionó con asombro “¿Por qué el ser y no más bien la nada?” es paradigmática para Heidegger: ese y no otro es el arranque del filosofar. 

   La filosofía social y política, sin embargo, y en específico el pensamiento marxista, parecen catapultarse a partir de algo totalmente distinto al romántico sobresalto ante el ser, y es el economista liberal Robert L. Heilbroner, en su clásica libro de divulgación The Wordly Philosophers, quien lo señala: el Manifiesto del Partido Comunista, de Karl Marx y Friedrich Engels, fue “un grito nacido sólo de la frustración y la desesperanza” (pág. 134) –y, claro, la rabia, siempre presente en la escritura marxiana que, en una buena cantidad de pasajes, se desliza con bilis sobre la cuartilla. De ahí la pregunta: ¿es posible pensar desde el sentimiento pero, más aún, desde el sentimiento negativo? Y pensar no sólo como un acto que explique un fenómeno específico sino, más aún, pensar como parte integral de un proceder conducente a alguna forma de saber práctico, o mejor: a una filosofía de la praxis, una reflexión entrelazada a la acción, un movimiento que borre los límites entre lo epistemológico y lo social. En este sentido, ¿qué papel jugarían los sentimientos negativos en el marco de un pensamiento liberador?

   Como argumentaremos en el presente trabajo, la naturaleza negativa de sentimientos como la frustración, la desesperanza o la rabia implican la búsqueda de su anulación. Cuando el sentimiento negativo nace del estado de otro, presuponen una ética implícita al sujeto que los experimenta a buscar su anulación, y buscar su anulación conlleva la aparición de una perspectiva temporal que se extiende desde el presente vivido, hasta un futuro posible: y ese es el reino del pensamiento liberador, el reino de los contrafácticos.

   Lo que aquí se argumentará es que racionalizar consiste en dar cuenta de los procesos generales que condicionan la situación particular de individuos efectivos, la cual, en un primer acercamiento, apela a la empatía del observador . La tesis, antes que fenomenológica o ética, pretende ser directamente metodológica: el estudio pleno, cabal, de un fenómeno social determinado debería comenzar, invariablemente, por la empatía entre el estudioso y su noema , empatía que debe superarse mediante la racionalización pero no suprimirse: superarse, sí, pero en el sentido derrideano de Aufheben como la reléve (Derrida, 1983, n. 23, págs. 19-20).

   Apostamos por un marxismo diferente al anquilosado y cientificista que caracterizó a los partidos comunistas, el diamat casi bíblico.

 

Lo que hemos de presentar aquí es un análisis epistemológico del pensamiento marxista que se mueva a partir de dos ejes: los sentimientos y la imaginación.

En la entrevista concedida por Sandro Mezzadra a la Editorial Tinta Limón, el filósofo italiano afirma: “Marx estaba obsesionado –y con razón- por el tema de la abstracción. Lo afectaba mucho el hecho de que en el capitalismo lo que arma y manda sobre las relaciones sociales son las abstracciones” (Mezzadra, 2014: 153).




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

ASÍ TE IMAGINO