sábado, 20 de febrero de 2021

Despedida del curso

 

Centro Universitario Emmanuel Kant

Licenciatura en Psicología

Pensamiento y lenguaje

 

Últimas palabras

 

Emilio García Cuevas

 

El tiempo es la esencia de lo real; tan es así que la finitud se patenta en cualquier suceso, por insignificante que éste sea. Pues bien: nuestro curso ha concluido. Es posible que esta clase te haya resultado difícil y tediosa –allende los temas, sé que no es fácil tener por compañero de viaje a un profesor de filosofía, más aún si sus preferencias teóricas median entre la fenomenología trascendental y el marxismo. Si los juegos de palabras fueron muchos y yo no fui el camarada ideal, te pido me disculpes; bien decía un amigo muy querido: la formación profesional es, en realidad, “deformación” profesional; la educación superior –siempre tan limitada, siempre tan específica- modifica nuestro acercamiento a la realidad, dotándonos de un modo peculiar de racionalizar y de categorizar los hechos.

   Para concluir con esta masa discursiva que sufriste durante los últimos meses, me gustaría regalarte algunas reflexiones en torno a cuanto se expuso y, por medio de ellas, resaltar aquello que me gustaría se quedase en ti, una suerte de “principios” que pueden desprenderse de los diversos temas revisados. Sé que no es un gran regalo pero, a decir verdad, no tengo otra cosa que ofrecer más que esto: así como Celia Cruz daba las gracias cantando, yo lo hago por medio de la escritura. Espero que resulte lo suficientemente valioso para ti como para que, por lo menos, su destino no sea el cesto de basura.

   La filosofía es uno de los terrenos más recriminados y, a la vez, menos conocidos. Nuestra cultura suele reducir la labor del filósofo a la verborrea de un vicioso. Te contaré una anécdota bastante fresca: hace un par de semanas, mis antiguos compañeros de preparatoria comenzaron a organizar una reunión que se celebrará este sábado. Pues bien, mientras nos organizábamos, salió a colación la pregunta por nuestros respectivos trabajos. Un par de horas después, uno de mis amigos –ahora médico- me llamó para pedirme que mis exalumnos, mis excompañeros de filosofía y yo participásemos en un experimento que está llevando a cabo: pruebas toxicológicas para determinar los efectos de la marihuana en un cierto lapso de tiempo. ¿Su argumento para solicitar algo semejante? “Ustedes los de filosofía tienen un perfil que los hace excelentes candidatos para mis investigaciones”. Esta penosa anécdota resume bien la opinión general que se tiene con respecto a la filosofía; sin embargo, créeme, la realidad es mucho más amplia que una sandez semejante.

   El filosofar acompaña al ser humano por el simple hecho de ser tal; por ello, Heidegger atinadamente afirmó que “ser hombre es ya filosofar” (Heidegger, 2001, pág. 17). En este sentido, no es necesario introducirnos al mundo de la filosofía: no nos encontramos fuera de ésta sino que, por el contrario, la filosofía ya forma parte de nosotros mismos, es un elemento constitutivo de nuestra ontología.  De lo que se trata es, claro, de ponerla en marcha, de arrancar el filosofar.

   Ahora bien, ¿en qué consiste hacer filosofía? La pregunta es difícil; sin embargo, si una respuesta fuese exigida, por deficiente que ésta fuese, podría decirse que la filosofía es una reflexión sistemática, metódica y de naturaleza netamente abstracta, en torno a problemas fundamentales y con fines tanto críticos, como constructivos. En este sentido, la filosofía se distingue claramente de la ciencia.

   Hace algunos años, el politólogo francés Lucien Sfez (2005) lanzó una afirmación sorprendente: la ciencia y la tecnología son, en realidad, instrumentos de poder; si esto es así, buena parte de su discurso y de los discursos que las erigen son, todos ellos, de carácter ideológico. Una idea semejante resulta chocante porque se enfrenta de manera frontal con la concepción moderna de la tecnociencia –para utilizar la expresión de Bruno Latour-, según la cual ésta constituye un conocimiento y una práctica objetivas, verdaderas, inmaculadas y limpias de cualquier traza política.

   La psicología, tal y como la aprenderás a lo largo de tu carrera, no es ajena a las pretensiones anteriores; los conocimientos que recibirás te serán presentados como verdaderos e inamovibles. Piensa, por ejemplo, en el concepto de “inconsciente” –que en realidad no es sino eso: un concepto. El inconsciente carece de realidad fáctica, de peso ontológico; es un vocablo asociado a un contenido ideal que juega un papel determinado dentro de una teoría específica. Sin embargo, cuando aprendiste este concepto en tus clases de psicoanálisis, ¿acaso no te fue presentado como algo efectivamente existente y cuya realidad es casi obvia? Otro ejemplo más: cuando aprendiste las áreas del cerebro, ¿se te dijo que éstas son puestas en duda por los enfoques conectivistas? No lo olvides, la ideología así funciona: naturaliza y petrifica. Los discursos ideológicos, al institucionalizarse, se presentan como explicaciones verdaderas, únicas y definitivas de una realidad que, de esta manera, se revela como dada.

   Si algo caracterizó a la clase que ahora termina fue la profusión teórica; juntos revisamos una buena cantidad de propuestas –fenomenología, teoría histórico-cultural, gramática generativa, atomismo informacional, holismo semántico, inferencialismo, teoría-teoría, teoría de prototipos, lingüística cognitiva-, cada una de las cuales ofrece una interpretación distinta de un mismo fenómeno: la relación entre pensamiento y lenguaje. Con este alud teórico, pretendí que cayeses en cuenta de algunas características propias del conocimiento que conviene revisar detenidamente:

 

1. La realidad es compleja y es sensible a nuestras teorías. Los fenómenos están siempre situados en un contexto único y su acaecer, inherentemente marcado por la temporalidad, establece una red de relaciones necesarias con otros fenómenos; si esto es así, entonces el aislamiento de todo fenómeno es un proceder artificial. A ello se aúna que, al explicar un fenómeno, lo hacemos por medio de una teoría; de esta manera, imponemos al suceder natural de algo una red de conceptos articulados entre sí. De ello, podemos concluir que la objetividad positivista y el “a las cosas mismas” fenomenológico no son sino sueños de una epistemología que ahora comienza a declinar.   

 

2. Los conocimientos no están –y nunca estarán- acabados. De nuestras conclusiones, este punto es, me parece, el más emocionante y alentador. Cualquier revisión de la historia del conocimiento nos hará constatar que la verdad no es trascendente ni universal; los criterios de validez cambian a lo largo del tiempo y, por ello, los saberes son indexicales, es decir, se los señala como tales sólo desde el contexto que permea al sujeto cognoscente. Esto no es todo: tal y como pudiste darte cuenta, los diversos abordajes en torno a la relación entre pensamiento y lenguaje son netamente hipotéticos, por ello, no hay algo así como una conclusión definitiva con respecto al problema –a cualquier problema- en un mismo corte sincrónico. 

 

A partir de lo anterior, recuerda: tu labor como futuro psicólogo no tendría por qué limitarse a la clínica o a la labor en RH; la teoría psicológica es un campo abierto para que propongas nuevas soluciones y generes conocimientos originales. ¿Quién podría saberlo? Tal vez, cuando ya sea un “viejito triste y entontecido”, según la expresión de Macedonio Fernández, tenga el gusto de exponer tus teorías a mis, para entonces, alumnos-cyborg.      

 

***

Gérard Petitjean, reportero del Nouvel Observateur, describió con parquedad el final de una clase cualquiera impartida por Michel Foucault: “No hay preguntas. En el tropel, Foucault está solo” (Foucault, 2006, pág. 8). Ser profesor es un ejercicio de soledad, un ejercicio que consiste en hacer del interior un exterior, en volcar el pensamiento en palabras para construir con ellas un mensaje que, las más de las veces, termina por ser un monólogo del cual el único escucha es uno mismo. Ahora, dar clases en nuestros tiempos resulta aún más difícil pues, ¿qué puede hacer un pobre profesor de filosofía frente al milagro de la tecnología comunicacional, materializada en redes sociales accesibles desde el salón de clases? ¿Qué impacto pueden tener los contenidos de una disciplina árida y netamente conceptual –la más vieja de la historia- si sus competidores son la sensualidad efímera del mundo contemporáneo, las insulsas figuras mediáticas y la charla cotidiana? Es claro que la derrota está dada de antemano. Sin embargo, soy reacio ante la adversidad propia de la academia contemporánea, y estoy convencido de la necesidad y de la urgencia que el pensamiento filosófico manifiesta para el entorno actual –y qué mejor ocasión que una clase de Pensamiento y lenguaje para echarla a andar. 

   Si hay algo esencial –verdadera y radicalmente esencial- de cuanto tuve el placer de exponer para ti, es aquello que me gustaría llamar “el principio de alteración-reconstrucción”, principio que, espero, haya sustancializado mis presentaciones. Basado en las conclusiones que se enumeraron arriba, en algunos de los contenidos que revisamos en clase y en lecturas e ideas propias, me gustaría explicar el mencionado principio por medio de algunas máximas que, espero, te resulten relevantes: tómalas sólo como simples sugerencias.

 

Cuestiona los discursos institucionalizados. Nadie tiene por qué decirte cómo deben ser las cosas. Cuando la verdad se presenta como absoluta, no nos encontramos frente a la ciencia o el conocimiento sino ante el dogma. Evita a toda costa volverte un creyente, con fe ciega en una biblia académica revelada por un santón; dice Karel Kosik: “quien se apunta a una tendencia y se considera tomista, husserliano, heideggeriano, se expone al riesgo de ponerse en manos de una doctrina y perder la capacidad de pensar” (Kosik, 2012, pág. 21). Lee, lee lo más que puedas y por pasión, por amor a la desbordante cantidad de explicaciones que hay sobre ti mism@ y saca conclusiones propias. No importa que sea Freud, Lacan, Marx o Husserl: en cada uno de esos grandes nombres podemos encontrar intuiciones brillantes pero también desaciertos y parcialidades. Sólo tú y tu inteligencia pueden saber cuáles conclusiones pueden integrarse a tu bagaje y cuáles no.

 

Haz del lenguaje algo más que una herramienta. En las discusiones metafísicas contemporáneas se enfrentan dos tipos de posiciones: una, de raíces fenomenológicas, afirma que las relaciones son parte constitutiva del sujeto; otra, contraria a la anterior y de inspiración pragmatista, entiende que las relaciones son accidentales y, por ello, ajenas a la ontología de la subjetividad. Ambas posiciones tienen –como todo en filosofía- sus pros y sus contras: la primera entiende al sujeto en términos de sujeto relacional y, por ello, ético; sin embargo, no puede dar cabida a la temporalidad y a la apertura sistémica. La segunda, por su parte, si bien da cuenta del dinamismo, del acontecimiento, de lo imprevisible de lo abierto, se enmarca de manera directa en el discurso liberal que no hace sino instrumentalizar las relaciones entre los individuos. ¿Cuál sería la posición del lenguaje con respecto a esta disyuntiva? Bajo el primero de los enfoques mencionados, el lenguaje y sus construcciones estarían ya dados –y, en este sentido, la creatividad sería pura actualización; desde la perspectiva del segundo, el lenguaje, en tanto medio relacional, jugaría un papel secundario con respecto a la ontología del sujeto, papel limitado al uso. El lenguaje, sin embargo, es de una vastedad tal que rompe las dos camisas de fuerza anteriores: eroticemos y poeticemos el mundo por medio de la palabra.

   La lengua es un puente tendido entre el individuo y el entorno social; mi lengua no es mía en sentido estricto y, sin embargo, sólo por ella es que puedo tener algo más –mucho más- que una simple y caótica experiencia sensible: una lengua nos pertenece a todos sus hablantes; la lengua es el medio por el cual recibimos una identidad de grupo y, a la vez y sólo por ella, es que me puedo llamar a mí mismo “yo”; por su puesta en práctica puedo objetivar mis sentimientos y mis ideas no sólo para compartirlos con los otros sino, más aún, para explicitarlos ante mí mismo. Así, debemos entender que las diversas teorías en torno al lenguaje no es que sean incorrectas sino que son reduccionistas y, por ello, parciales.     

   Más allá de los aspectos sociales e individuales del lenguaje –mejor: en el corazón mismo de éstos-, el lenguaje tiene dos propiedades centrales: permite la apertura al otro y del otro; sólo por la palabra y por los actos cargados de sentido es que puedo conocer y hacer mío aquello que me muestras; además, el lenguaje abre el horizonte: crea mundo. 

   En uno de los libros filosóficos más hermosos del siglo XX, Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes escribe: “El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras” (Barthes, 1996, pág. 82). Entonces, que el lenguaje no sea mero parloteo o herramienta para lo cotidiano; que sea, antes bien, el medio para revelar y ocultar a medias, para entregarse y aprehender al otro: erotiza el lenguaje, conviértelo en un medio para alcanzar las profundidades espirituales de quienes te rodean; haz que el encadenamiento de fonemas no sólo “sirvan” para algo (la utilidad es una de las tantas obsesiones sin sentido de nuestra época): que las palabras sean motivo de alegría y pasión, de sorpresa y de milagro –de creación.     Y la poesía no es sino eso: el acto de rebeldía por excelencia. No se trata de una colección de cantos insulsos y sentimentales; poesía es, por el contrario, la afirmación de eso que soy en lo más íntimo, es la exposición ante los otros de cuanto ocurre en la oscuridad de ese “espacio” al cual sólo yo tengo acceso; poesía es, antes que cualquier cosa y por encima de todo, creación de mundo. Nuestra realidad es una amalgama nunca acabada de sentimientos, creencias y hechos mediados por el lenguaje; por ello, es posible hacer mundo por medio de la lírica: rompe los discursos tradicionales, inventa nuevas formas de expresión, dota de nuevos sentidos a cada una de tus experiencias. Franco Berardi señala:

 

La poesía abre las puertas a la percepción de la singularidad […] La poesía es el exceso del lenguaje: la poesía es aquello en el lenguaje que no puede reducirse a información, que no es intercambiable sino que da paso a un nuevo terreno común de entendimiento y significación compartida: crea un nuevo mundo […] La poesía es la vibración singular de la voz. Esta vibración puede crear resonancias, que a su vez pueden producir un espacio común (Berardi, 2014, pág. 182).

 

 Ama. El amor es una alteración, un desequilibrio en el orden del mundo: ¿cómo es que una entidad, enfrentada a otras entidades sin más cualidades básicas que la materia, elige a una de ellas y le dice “te amo”? Amar es una disposición y un acto de carácter axiológico; esto es: amar es decir “para mí, tú vales más que el resto de entidades que pueblan el mundo”. Wittgenstein nos enseña que, en ese mundo que solemos adjetivar como “objetivo”, “todo es como es y sucede como sucede; en él no hay valor alguno” (Pr. 6.3751, Wittgenstein, 2009, pág. 129); así:

 

Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder y ser-así son casuales […] Lo que los hace no-casuales no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su vez […] Ha de residir fuera del mundo (Ídem).

 

 El amor destroza la homogeneidad del mundo, quiebra el espacio y, con sus fragmentos, construye la mitología que nos acompaña a cada uno de nosotros; de esta manera, la experiencia cotidiana –incluso la del hombre profano- se torna mística: 

 

[…] el paisaje natal, el paraje de los primeros amores […] son los ‘lugares santos’ del universo privado [del profano], tal como si este ser no religioso hubiera tenido la revelación de otra realidad distinta de la que participa en su existencia cotidiana (Eliade, 1998, pág. 23).

 

Amar es, pues, romper con la monotonía y la simpleza de la vida cotidiana: es descubrir la maravilla en el otro y la maravilla del otro. Amar, sin embargo, nos exige ir más allá de la mera empatía; las palabras de Husserl son explícitas al respecto: 

 

La actividad realizante del amor consiste en […] el contacto personal con el ser amado hacia la comunión de vida en la misma tendencia, de manera tal que su vida sea recibida en mi vida, es decir, su tender en mi tender, hasta el punto que mi querer y mi tender se realizan en su querer y en hacer que éste se realice, como el suyo en el mío […] entonces, vivo como si fuera yo en él y él en mí […] Podemos decir entonces: los que se aman no viven el uno junto al otro o con el otro, sino el uno en el otro potencial y actualmente (Husserl, 1973, págs. 172-174).

 

Amar es hacerme cargo de mí y del otro, y constatar que el otro, a su vez, se hace cargo de sí mismo y de mí: amar es, pues, la forma más dura y exigente de la responsabilidad. Sé que es difícil lidiar con los lastres generacionales –éstos, al fin y al cabo, se adquieren sin tematización, por el simple hecho de formar parte de una comunidad. Según Franco Berardi, la generación actual, post-alfabética y celular-conectiva, ha perdido la capacidad crítica; esta alteración cognitiva, a decir del marxista italiano, es producto de la simultaneidad y la sobreabundancia de la información. La generación post-alfabética se caracteriza por su capacidad mitológica, por su credulidad; así, muestra “signos de una impermeabilidad a los valores de la política y de la crítica que habían sido fundamentales para las generaciones anteriores” (Berardi, 2010, pág. 78). Por “política” no debemos entender votaciones, partidos, marchas, ni tantas otras cosas que sólo provocan bostezos: política es, sencillamente, el desenvolvimiento de la vida individual y colectiva dentro del contexto social inmediato, dentro de la polis. La política está en juego al charlar con mi madre, cuando saludo a mi vecino, al momento de abordar el metro. No eches en saco roto una de las ideas más hermosas que Husserl formuló: el simple cruce de miradas, las manos que se estrechan, el roce de los labios, el intercambio de palabras: todas estas formas de interacción manifiestan el milagro de poner en plenitud cuanto los individuos han sido. Aquí, en este momento, al encontrarnos casualmente y por un instante efímero, mi historia toda está mentada para ti; todas mis alegrías y mis tristezas, mis estupideces y mis aciertos actúan de manera efectiva en el presente en que nos encontramos.

   Antonin Artaud afirmó que la única revolución que merece tal nombre es aquella que se verifica en el individuo y constituye la respuesta a una pregunta radical: ¿Cómo puedo hacer que mi vida se impregne de magia? Cuestiona, piensa, actúa pero, sobre todas las cosas, vive. Rescatemos la máxima que guio al romanticismo alemán: has de tu existencia una obra de arte.

   No tengo nada más que agregar; sólo espero que, de alguna manera, el curso o alguno de sus contenidos te hayan resultado de interés; por mi parte y haciendo a un lado los clichés, créeme que he aprendido muchísimo de tu atención, de tus distracciones y de tu falta de interés; de tus palabras, de tus silencios y de tus gestos; de tu escritura y de tus dudas. Te agradezco que me hayas permitido ser tu compañero durante este tiempo y te hago saber que cuentas con mi amistad. Es posible que no nos encontremos más por los pasillos del colegio; nosotros, los profesores asalariados, solemos tener algo de Ulises y de Ahab: difícilmente pasamos más de un año en un mismo puerto y, como alguna vez escribió Don Alfonso Reyes con respecto al hijo de Laertes: “hombre que ha perdido su centro casi nunca vuelve a encontrarlo” (2002: 62).  Libo la copa, derramo el contenido en tierra y ruego que los vientos vuelvan a enfrentar nuestras embarcaciones: que los Dioses sean propicios. Así como André Bretón concluyó su misiva para Aumé, así, “te deseo que seas locamente amad@” (Bretón).

 

                                                                                                               Emilio

 

Bibliografía

 

Barthes, Roland (1996), Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI Editores, México, 254 p.p.

 

Berardi, Franco “Bifo” (2010), Generación post-alfa: Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires, 258 p.p.

 

Berardi, Franco “Bifo” (2014), La sublevación, Surplus, México, 209 p.p.

 

Breton, André, El amor loco, Alianza Editorial, Madrid

 

Eliade, Mircea (1998), Lo sagrado y lo profano, Paidós, Barcelona,191 p.p.

 

Foucault, Michel (2006), La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collége de France (1981-1982), Fondo de Cultura Económica, México, 531 p.p.

 

Heidegger, Martin (2001), Introducción a la filosofía, Cátedra/ Universitat de Valéncia, Madrid, 469 p.p. 

 

Husserl, Edmund (1973), Zur Phenomenologie der Intersubjetivität, II, Texte aus dem Nachlass. Erster Teil, 1921-1928, Martinus Nijhoff, Hague, 172-175 p.

 

Kosik, Karel (2012), Reflexiones antediluvianas, Ítaca, México, 248 p.p.

 

Reyes, Alfonso (2002), Algunos ensayos, UNAM, México, 321 p.p.

 

Sfez, Lucien (2005), Técnica e ideología: un juego de poder, Siglo XXI Editores, México, 291 p.p.


Wittgenstein, Ludwig (2009), Tractatus logico-philosophicus, Alianza Editorial, Madrid, 173 p.p.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

HIJO MÍO

  Emilio, a través de tu mamá conocí de tus talentos como escritor y tu gran calidad humana.                                              ...