Intermezzo
La producción de
subjetividad y sus espectros: esbozo de una teoría del personaje subjetípico
Este texto, contiene el sustento teórico para aportar a
la filosofía un nuevo término, el de Personaje Subjetípico, creado por Emilio
J. García Cuevas.
Según la teoría
desarrollada por Deleuze y Guattari en su clásico Capitalismo y Esquizofrenia,
las sociedades -la máquina territorial primitiva y la máquina despótica
bárbara- funcionan por el principio de codificación
Definición. El personaje subjetípico es un
prototipo de subjetividad que capta y fija flujos axiológicos, tanto morales
como estéticos, y que se actualiza en figuras semióticas antropomorfas de
consumo.
Tesis apofática. El
personaje subjetípico es una figura cercana a lo heroico pero no es un héroe;
no es un tipo social ni un rol.
Tesis 1. El personaje subjetípico resquebraja
la división marxista típica entre base y superestructura, haciendo evidente la
mercantilización de elementos sociales como la llamada “ideología”. El
personaje subjetípico es la figura heroica de la ciudad-fábrica.
Tesis 2. Lo personajes subjetípicos explicitan
el absolutismo capitalista: un personaje subjetípico A puede anteponerse
no sólo a otros personajes subjetípicos, sino también al sistema que le da
sentido.
Tesis 3. El personaje
subjetípico es un producto cuya una materia prima estrictamente cultural; en
este sentido, un personaje subjetípico es un espejo magnificado de los valores
que imperan en una sociedad.
Una figura central de
la mercadotecnia contemporánea es el coolhunter, personaje encargado de
detectar las “tendencias”.
Antes que se nos
acuse de no observar los principios establecidos por la Navaja de Ockham: ¿Por
qué hacer una distinción entre personaje subjetípico y su actualización? ¿Y si la
actualización nada actualiza sino que es signo en sí misma?
Ello
nos exigirá a hacer un análisis a profundidad –análisis a desarrollar en el
doctorado- de cómo se lleva a cabo la semiosis
Para comprender los
fenómenos socioculturales, es urgente que los filósofos sociales volteen la
mirada hacia la mercadotecnia y la publicidad. Un gran avance hacia estos
terrenos es la fundación de la colección Diseño y comunicación de Siglo XXI
Editores.
Durante más de un
siglo, la investigación en torno a la servidumbre voluntaria se ha centrado en
las nociones de “ideología” y de “enajenación”, ambas encuadradas en la teoría
marxista; por ello, antes de dar cualquier paso, es necesario someterlas a
crítica. Según el marxismo tradicional, la estructura social puede describirse
como una base material, integrada por el modo y las relaciones de producción, y
una superestructura, la cual subsume al Estado, las leyes y la ideología; ésta
última, así, es consecuencia de las peculiaridades económicas, las cuales ayuda
a reproducir por medio de la naturalización del sistema, naturalización que
forja en los gobernados una “falsa conciencia”. Como intentaremos mostrar, por
su carácter mismo de “filosofía de la praxis”, de pensamiento actuante, de un
filosofar que se entrelaza a la acción social al punto que se borran los
límites entre una práctica y otra, el marxismo concibe a la ideología no sólo
como un concepto sociológico sino, a la vez, epistemológico: la ideología
explica los discursos mistificadores, sí, pero también y en un mismo
movimiento, dota de cientificidad al materialismo dialéctico. Los movimientos
liberadores serían, de esta forma, movimientos racionalizadores: la liberación
presupone una toma de conciencia –de conciencia del error cometido al suponer
verdadero lo que no lo es. Sobre esta base, el partido y el intelectual
revolucionario cobran una importancia central: son ellos quienes saben, quienes
detentan la verdad, y, por tanto, tienen la “misión histórica” de instruir a la
masa enajenada. Bajo esta óptica, los problemas surgen a la luz: para el
marxismo, el proletariado es el sujeto de emancipación y la clase
revolucionaria; sin embargo, su condición bajo el capitalismo sólo puede ser
anulada si acepta someterse a un nuevo guía –y ya conocemos las consecuencias
hacia las cuales pueden conducirnos estos paternalismos: hay una fractura
profunda entre los discursos teóricos y las prácticas políticas efectivas,
entre los afanes de liberación marxistas y los 1.8 millones de camboyanos
asesinados entre 1975 y 1979 por Pol Pot y sus jemeres rojos. Y los problemas
no cesan ahí: si el factor determinante son las ideas, el conocimiento de una
condición específica y de un futuro de emancipación, ¿hasta qué punto podemos
afirmar que el marxismo es materialista? En las versiones estructuralistas,
como la elaborada por el filósofo francés Louis Althusser, los problemas
resultan aún más evidentes. Althusser, al pretender afirmar el materialismo de
la visión social marxista y eludir así el problema anterior, propone la noción
de “aparato ideológico de Estado”. Según éste, la ideología no es una entidad
fantasmal sino que se encuentra “encarnada” en instituciones específicas, tales
como la iglesia, los medios de comunicación o la escuela. Al instante, surgen
dos cuestionamientos: por principio, si la cohesión de la sociedad como
institución exige la presencia de estos aparatos, ¿cómo es que éstos, a su vez,
pueden mantenerse unidos y reproducirse? El argumento corre el peligro de
prolongarse ad infinitum (Zizek). Por otra parte, Althusser sugiere que la
ideología es inconsciente; si esto es así, ¿cómo es posible su tematización?
Más aún, ¿cómo podríamos afirmar que el intelectual revolucionario y el líder
del partido occidentales –miembros, ambos, de una sociedad capitalista- se
encuentran libres de todo rastro ideológico? Bajo la premisa dada, ¿no
sería el marxismo una expresión que presupone la ideologización capitalista?
¿Habría espacio para la posibilidad de libertad?
Sin embargo, podemos
entender las cosas de otra manera: es urgente repensar los rasgos
epistemológicos del concepto de ideología y abandonar el dualismo, fundamento
de las discusiones entre materialismo e idealismo. ¿Cómo llevar a cabo la
primera tarea? Franco Berardi define la ideología como “una tecnología teórica
cuyo propósito es dar soporte a objetivos sociales y políticos específicos”
(2014: 98); esto es: una ideología es un régimen de verdad articulado a manera
de teoría y que brinda contenido e impulso a objetivos ajenos al puro
conocimiento. Una definición semejante presenta diversas peculiaridades: así,
tal y como está enunciada, anula toda negatividad y coloca las diversas
producciones de verdad en relación horizontal –este movimiento lo encontramos,
por ejemplo, en Lenin, quien, en su clásico ¿Qué hacer?, antepone la “ideología
socialista” a la “ideología burguesa” (1979:18). Por otra parte, conviene
cuestionar el uso extraepistemológico que, según Berardi, posee la ideología
pues, ¿acaso ha existido una tecnología teórica que no posea “objetivos
sociales y políticos”? Bajo esta visión, “ideológica” sería no sólo la
“economía burguesa”, foco de estudio de Berardi en el ensayo citado:
ideológicas serían también las ingenierías y la teoría marxista, guiada, ésta
última, por el principio de “cambiar el mundo”. Pues bien: esta horizontalidad
es un comienzo; sin embargo, podemos avanzar aún más allá.
La noción de “verdad”
es lo suficientemente amplia como para limitarse al estrecho marco de las
disciplinas académicas; una delimitación semejante es consecuencia de una
visión platonizante y casi mística de lo verdadero: lo verdadero como aquello
que está allí, que ha de descubrirse y que existen caminos específicos
–métodos- para develarla. En la modernidad, estos caminos no son más los del
rezo o la reflexión, estadios superados por la humanidad, según Comte, sino los
de las ciencias y sus diversas parcelas, cada vez más estrechas y
diferenciadas.
De esta manera, el nexo relevante de la
ideología no es aquel que establece con las ciencias sino con la cultura –tal
sería el “concepto total” de ideología esbozado por Karl Mannheim (2012). La
verdad, según su imagen platónico-cientificista, no tendría por qué ser
criterio alguno para la identificación de lo ideológico: lo ideológico sería,
más bien, aquello que desvía los deseos hacia la anulación de la potencia de la
multitud; aquello que agota el deseo en lo dado y lo fugaz.
En las sociedades contemporáneas,
parece que los elementos que usualmente podríamos calificar de “ideológicos” no
son creaciones concebidas por los estrategas reclutados por las altas esferas
del poder; figuras como la del cool hunter dejan entrever que eso que podríamos
llamar “ideología” se encuentra íntimamente ligado a la cultura; y más aún:
¿cómo podemos entender lo verdadero? El problema de la noción de ideología es
su aspecto epistemológico, un aspecto que se ata a una tradición de pensamiento
antiquísima: la dicotomía falsa superficie / contenido verdadero. Necesitamos
una teoría alternativa al marxismo tanto tradicional, como estructuralista,
pues la ideología parece adecuarse más a un régimen totalmente diferente que el
planteado por estas líneas de pensamiento: el de producir a partir de la
producción; el deseo que produce agenciamientos, los cuales, a su vez, son
captados y sobrecodificados por los nodos de poder, y vueltos hacia la masa.
Pensemos en un ejemplo claro: el punk. El punk nace a finales de los años
setenta como una forma de reacción juvenil contra la crisis económica y los
valores imperantes en la sociedad inglesa; la música, la vestimenta y la
actitud ante los otros codifican, a la vez, el descontento con un estado dado y
una subjetividad alternativa. Y he aquí lo sorprendente de la máquina
capitalista: capta estos códigos negativos e invierte su polaridad, sobrecodificándolos
por medio del valor de cambio.
Lo característico de la alienación es
su perspectiva temporal
Lo
anterior, claro, es sólo una parte del complejo problema de las drogas; tal y
como Marx nos ha enseñado, las funciones sociales implicadas en la producción
están siempre definidas por las relaciones; así, si existen productores y
mercancías, es porque existen consumidores. Según la Encuesta de Cohesión
Social para la Prevención de la Violencia y la Delicuencia (ECOPRED) realizada
por el INEGI en 2014, el 22.2% de los jóvenes mexicanos entre 15 y 29 años
manifestaron tener amigos involucrados en la venta o en el consumo de
sustancias ilegales, siendo la ciudad de León, en Guanajuato, la que posee el
índice más alto, con 31.7%. El 9.7% afirmó haber consumido drogas ilegales –una
vez más, con León a la cabeza, con 15.1%.
La
sociedad, sin embargo, es siempre una paradoja que parece eludir todo intento
de racionalización. Si, tal y como hace el discurso filosófico liberal, se
parte de un atomismo que entiende a la sociedad como un todo integrado por
unidades cerradas y racionales –individuos/personas-, podría intentarse una
inferencia: si X sabe que las drogas y sus prácticas asociadas provocan
muertes violentas en la comunidad, y X sabe que, como miembro de la
comunidad, él mismo puede sufrir una muerte violenta, entonces, ceteris
paribus, X evitará las drogas y sus prácticas asociadas. Pues bien:
las cifras muestran que esta inferencia no podría ser cuantificada
universalmente; antes bien, el índice del consumo de drogas aumenta en la
población joven de nuestro país. ¿Cómo es esto posible? ¿Es que nuestros jóvenes
se han insensibilizado ante el sufrimiento de los otros y poco les importan los
peligros que puedan sufrir ellos mismos? ¿O, como afirmaron los discursos de
los años noventa estudiados por Rossana Reguillo (2012: 20), los jóvenes son
perversos por naturaleza? El desconocimiento no puede ser base argumental
alguna: la información no está oculta; por el contrario, se encuentra ahí,
frente a nuestros ojos, al punto que se ha instaurado como parte del imaginario
social. La treta, entonces, no consiste en velar nada: de lo que se trata es,
más bien, de restarle importancia o, mejor aún, de mostrar que, lejos de las
consecuencias negativas, las drogas poseen una fuerte impronta de éxito y, así,
cuentan con elementos que las colocan en un nivel axiológicamente elevado. De
esta manera, las drogas no son sólo un problema de seguridad y de salud: son,
además, un problema de manipulación.
Desde
sus inicios, la filosofía no ha cesado de sorprenderse ante el sometimiento
psíquico de los habitantes de la polis –a Heráclito le escandalizaba el
gusto de la población por los misterios dionisiacos y Jenófanes afirmaba que,
si los bueyes tuviesen dioses, los representarían con rabo y astas. En el siglo
XVI, justo al inicio de la Modernidad, la sorpresa tomó un cariz específicamente
político en la obra de Etienne de la Boétie, quien, en su breve Discurso de
la servidumbre voluntaria –título por sí mismo fascinante- intentó
comprender “cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas
naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el
que se le otorga” (De la Boétie, 2009, pág. 45). Un cuestionamiento semejante
–replanteado una y otra vez por diversos pensadores, desde Spinoza hasta
Zizek-, llevado hasta sus últimas consecuencias, nos marca una doble
línea de investigación: interroga, sí, por la tendencia subjetiva a validar un
orden institucional específico pero, a la vez, se pregunta por cuáles son los
mecanismos que permiten a ese orden subsistir durante un determinado periodo
histórico por medio del apoyo –explícito o implícito- de la población –aquello
que, varios siglos después, Louis Althusser (2002), Pierre Bordieu y
Jean-Claude Passeron (1995) plantearán como el problema de la reproducción.
En
su opúsculo, Etienne de la Boétie cuenta que Ciro se hizo de Sardes, en Lidia,
por medio de una hábil estratagema: “montó burdeles, tabernas y juegos
públicos, y ordenó que los ciudadanos […] hicieran uso libremente de ellos” (La
Boétie, 2009: 62); así, perdidos en los placeres, a los lidios poco les importó
la conquista y el sometimiento. A partir de este suceso, La Boétie responde:
“el pueblo siempre ha sido así. Se muestra dispuesto y disoluto para el placer
que se le brinda en forma deshonesta, e insensible al daño y el dolor que
padece honestamente” (La Boétie, 2009: 63).
En
nuestros días y en nuestro país, un país abarcado en toda su extensión
territorial por el doble del Jalostotitlán que imaginó Agustín Yáñez, aquel
“pueblo de mujeres [y hombres] enlutad[o]s”, la pregunta de La Boetié sigue en
pie, y la línea de investigación que abre puede ser un terreno fértil para la
comprensión del problema de las drogas. El discurso institucional reduce las
drogas a un problema de seguridad; de esta manera se asume su negatividad no
sólo con respecto a la población sino también frente al Estado y el orden
económico; sin embargo, una posición semejante no sólo es altamente ideológica
sino que, además, parece enraizarse en una idea del Estado que poco tiene que
ver con su realidad actual: el ocaso del Estado de bienestar va emparejado con
la entronización del Estado mínimo. En cambio, si entendemos las drogas como un
problema de manipulación, el carácter negativo sólo subsiste de cara a
los gobernados, no así frente a los gobiernos y la economía; entonces será
posible dotar de sentido a diversas fenómenos sociopolíticos efectivos, tales
como los narcogobiernos, la fuerte presencia de capital obtenido por medio del
tráfico de drogas en la economía global “legal”, la apología al consumo de
narcóticos que se hace en muchos medios masivos de comunicación y, claro, el
aumento en el consumo de drogas. Entonces, pregunta a resolver es: ¿Qué
modelo teórico nos permite comprender la manipulación a la cual está sometido
el individuo con respecto a las drogas, modelo que respete la doble línea de
investigación que exige el estudio de la servidumbre voluntaria? Este será
el problema a abordar en el primer capítulo del trabajo.
En
el marco de la teoría marxista, la servidumbre voluntaria
.
La
investigación que aquí presentamos se cimentará en las bases teóricas que
brinda el marxismo autónomo, línea de pensamiento desarrollada en los últimos
decenios y en diversas latitudes. En nuestros días, son bien conocidas las ideas
del postoperaísmo, nacido de los movimientos de la izquierda extraparlamentaria
italiana durante las décadas del sesenta y el setenta –el llamado
“obrerismo” defendido por el Potere operaio, “poder obrero”, y Lotta
continua, “lucha continua”, a finales de los sesentas, y por la Autonomia
operaia, “autonomía obrera” hacia los setentas. Los pensadores
postoperaístas se caracterizan por desarrollar una teoría marxista heterodoxa,
la cual, a diferencia de buena parte de la tradición, toma por eje los Grundrisse
y dos de sus conceptos centrales: el de subsunción real y el de General
Intellect. Además, el postoperaísmo está altamente influido por la
filosofía francesa de la segunda mitad del siglo XX –en especial por las obras
de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari.
Los
filósofos, economistas y sociólogos postoperaístas se han dado a la tarea de
investigar las condiciones del capitalismo contemporáneo bajo sus formas de
capitalismo cognitivo y semiocapitalismo, así como las figuras subjetivas que
emergen de su nuevo ordenamiento, tales como el endeudado y el proletariado
cognitivo.
En
España, una de las puntas de lanza del marxismo autónomo es Santiago López
Petit, antiguo militante de la Autonomía Obrera catalana. En su Breve
tratado para atacar la realidad (2009), López Petit muestra cómo es que
realidad y capitalismo se han traslapado al punto de fusionarse; en este marco,
el malestar se ha convertido en una categoría central.
En
nuestro contexto nacional, el gran representante del autonomismo es John
Holloway, investigador social de la BUAP cercano a la experiencia neozapatista.
En su obra más renombrada, Cambiar al mundo sin tomar el poder (2010),
Holloway investiga las vías autonomistas de subversión, esto es, aquellas que
no tienen por objetivo la toma del poder sino el desarrollo de prácticas
inmediatas que sean ajenas al capitalismo. Así, la obra de Holloway descansa en
dos supuestos fundamentales del marxismo autonomista: una visión de lo político
totalmente ajena al institucionalismo y cimentada, antes bien, en el trato
directo y cotidiano entre los individuos; y, por otra parte, la relevancia
central de los sentimientos, los deseos y las pasiones para la práctica
política.
Hacia
la última parte de nuestro trabajo, examinaremos algunas de las consecuencias
de la alienación contemporánea –la pérdida de valor de la categoría de “vida”,
la despolitización y la pérdida de libertad-, así como algunas posibles vías de
subversión.
Resultaría
risible que pretendiésemos formular una solución a un problema tan complejo y
tan firmemente enraizado en la cultura como es el de la enajenación, en
general, y el de las drogas, en particular; sin embargo,
podemos
¿De
qué manera los pensadores anteriores nos permiten eludir los problemas que
enfrenta el concepto clásico de ideología? El término clave para esta
superación es el de “producción de subjetividad”, íntimamente ligado a la
noción marxiana de “individualización”. Como podemos inferir del planteamiento
de La Boétie, la servidumbre voluntaria no es consecuencia de errores de
racionalización y ni de ignorancia sino de algo ajeno a los esquemas
epistemológicos occidentales: el deseo. En el marco del llamado
“esquizoanálisis” propuesto por Gilles Deleuze y Félix Guattari en su clásico Capitalismo
y esquizofrenia, los autores construyen una teoría social entrelazada por
diversos conceptos –máquinas, flujos, codificación/descodificación,
agenciamiento- que permiten abordar este terreno. Sobre esta base, en su obra
en solitario, Guattari estudia la manera en que la subjetividad capitalística
–según sus términos- es modelada por las sociedades contemporáneas:
subjetividad codificada, prototipos que esbozan “maneras de ser”, fabricación
del sujeto. En este marco, afirma Guattari: “aún en las inmensas villas
miseria del tercer mundo, las representaciones capitalísticas encuentran el
medio de infiltrarse por el sesgo de las televisiones, los aparatos
electrónicos y las drogas” (Guattari, 2015: 34-34). La afirmación es
clara: las drogas forman parte del ejercicio del biopoder, de las
representaciones-flujos por medio de las cuales el capitalismo se impone al
deseo y, así, da forma a las subjetividades. De aquí a pregunta central de
nuestro trabajo:
¿Qué dispositivo permite la conexión
entre las instituciones manipuladoras y los sujetos manipulables, y que fomente
el consumo de drogas?
La idea es muy simple
y podemos esbozarla sin necesidad de recurrir al vocabulario técnico que
utilizaremos más adelante: si las drogas tienen un éxito considerable en
nuestros días es porque se amoldan a la metafísica y a la ontología social que
dan cuerpo a la modernidad y, por ello, poseen un valor positivo en el marco de
la axiología contemporánea. En una sociedad que asume –por lo menos en la
práctica- un dualismo psicológico íntimamente relacionado con los bienes (yo
poseo mi ropa, mi coche, mi cuerpo) y cuyos valores principales son la
proyección de la imagen como principio de identidad, el gasto lúdico y la
novedad, es perfectamente comprensible la oferta y la demanda de
estupefacientes.
Ahora
bien, estos valores, tanto morales como estéticos, no existen como entidades
objetivas y subsistentes por sí; antes bien, son aspectos esenciales de la
forma-hombre que impera en una nuestra sociedad y que forma parte de la
producción de subjetividad. En el marco de la investigación a desarrollar, a
esta forma-hombre y a sus aspectos axiológicos esenciales los hemos de llamar
“personaje subjetípico”; este concepto será expuesto a cabalidad en el cuerpo
del trabajo; por el momento, nos contentaremos con hacer un breve esbozo.
Por
“personaje subjetípico” entiendo un prototipo de subjetividad que capta y
fija flujos axiológicos, tanto morales como estéticos, y que se actualiza en
figuras semióticas antropomorfas de consumo. “Personaje” nos permite
afirmar su carácter imaginario, netamente ideal, pero con un papel
importantísimo en las relaciones sociales: es un elemento imaginario, sí, pero
que habilita para la socialización por medio de la creación de identidades. “Subjetípico”,
por su parte, se refiere al carácter fabricante de subjetividades que poseen
estos personajes, los cuales sirven como prototipos a partir de los cuales los
individuos se insertan en el socius. Ahora, ¿por qué no hablar de
héroes? A primera vista, el personaje subjetípico parecería ser un sinónimo;
sin embargo, no es así: el héroe presupone un personaje subjetípico en tanto
lo actualiza por medio de la semiosis. El héroe da forma icónica o
discursiva a ese personaje subjetípico implícito en la cultura –he aquí una
diferencia fundamental entre el héroe y el personaje subjetípico: el primero
tiene nombre en tanto el segundo no hace sino atar valores; si hemos de ponerlo
desde ya en términos esquizoanalíticos: el personaje subjetípico es un cuerpo lleno
que conecta máquinas axiológicas. En este punto, es necesario hacer dos
anotaciones: por principio, las máquinas descritas por Deleuze y Guattari
actúan tanto en el socius como en el inconsciente. En su crítica al
psicoanálisis lacaniano, los filósofos franceses muestran de qué manera el
inconsciente no obedece a esquemas sexuales universales sino a relaciones
sociopolíticas; de esta manera, si comprendemos al personaje subjetípico como
un conjunto de máquinas axiológicas, estaremos en posibilidades de comprender
la doble línea de investigación que la investigación sobre la servidumbre
voluntaria nos exige. Por otra parte, es importante notar que todos estos
elementos son de carácter netamente semiológico: en ellos no hay materialidad
alguna sino pura abstracción: personajes subjetípicos actualizados en héroes
que, a su vez, pueden prescindir del sustrato material. En este sentido, el
personaje subjetípico y su actualización en héroe son casos específicos de la
radicalización del carácter fetichista del capitalismo estudiado por Marx. Lo
que debemos comprender, entonces, son las características generales de esta
forma de capitalismo ultra-fetchista y los elementos culturales que la
caracterizan, así como las peculiaridades que ésta adopta en nuestro país: tal
será el objeto del segundo capítulo de nuestro trabajo.
Franco
Berardi se ha dado a la tarea de reemprender –tal y como en su momento hicieron
Freud y Marcuse- un estudio del “malestar en la cultura”, de las patologías
ligadas al modo de producción contemporáneo y a su cultura. Para ello, Berardi
toma como punto de partida un diagnóstico característico del postoperaísmo: el
capitalismo contemporáneo es un semiocapitalismo y su motor es el proletariado
cognitivo. Según esta hipótesis, la producción contemporánea se encuentra
íntimamente ligada a la información y a los signos, al punto que la industria
como tal ocupa un lugar secundario –en este sentido, podríamos entender el
semiocapitalismo como la radicalización de una sociedad marcada por el fetichismo
de la mercancía, sociedad en la cual la abstracción y la objetividad de lo
ideal se hacen patentes.
Por
otra parte, el semiocapitalismo no es más un capitalismo local sino mundial y
está íntimamente ligado a la transformación de los Estados nacionales en
Estados mínimos, los cuales se han despojado de atribuciones para permitir el
libre flujo de capital. En este marco, a decir de Antonio Negri, el poder se
vuelve ubicuo y no se le puede localizar en un punto específico.
México,
por su parte, es un país que, en términos económicos, se inscribe en las
economías dependientes estudiadas por diversos científicos sociales en los años
setenta (Bambirra, 2011; Cardoso y Faletto, 2007; Dos Santos, 2011; Marini,
1973); esto, a su vez, se encuentra entrelazado a aspectos culturales e
ideológicos.
Un
viaje por el metro de la Ciudad de México o el trabajo directo con jóvenes de
clases muy bajas –como ha sido mi caso- nos permitirá
El
personaje subjetípico ata axiologías pero él mismo no es sujeto de axiología
alguna; esto es: la axiología es inmanente al personaje subjetípico. De esta
manera, los personajes subjetípicos establecen relaciones horizontales entre sí
pero nunca escalares y, por ello, unos y otros sirven para la construcción de
héroes que muchas veces pueden resultar antagónicos en términos lógicos, no así
de mercado. Lo anterior nos sitúa ante un aspecto fundamental de la sociedad
contemporánea: en ésta, las figuras ideológicas no se distinguen en términos
cuantitativos de la producción porque ellas mismas son mercancía; esto es: las
figuras y los discursos que permiten la reproducción del sistema forman parte,
ellos mismos, del ciclo de la producción y, como toda mercancía, se muestran
ante el consumidor con el doble aspecto de valor de uso/valor de cambio.
Expliquemos.
Comencemos
por preguntar: ¿cuál es la materia prima para la creación de figuras
ideológicas, de héroes? La respuesta: los personajes subjetípicos. ¿Y cuál es
su valor de uso?
En este marco, podemos
preguntarnos: ¿cuáles son esos personajes subjetípicos contemporáneos que dan
sentido al consumo de drogas?
En la primera mitad
del siglo XX, Mijail Bajtín vio en el carnaval un principio de subversión:
durante la celebración carnavalesca, las clases sociales se anulaban, las
jerarquías se invertían y el rey cedía su lugar al tonto; el carnaval era el
espacio en el cual la población ridiculizaba a las instituciones. En nuestros
días, sin embargo, las cosas resultan distintas; el carnaval es, más bien,
Debemos
colocar bajo la lupa al concepto de “liberación” por una razón de peso:
presupone siempre un estado primigenio ideal, una plenitud originaria que es
coaccionada por una fuerza externa –y este es precisamente uno de los puntos en
los cuales Marx pretendió tomar distancia de los economistas y filósofos que le
precedieron, aquellos cuyo punto de partida fue el “hombre en estado de
naturaleza”, pretensión que, sin embargo, no fue más que eso. Cuando el joven
Marx –y aún el Marx del tomo 3 de El capital- hablan de “potencialidades
humanas” en todo caso, parece más interesante hablar de “formas de libertad”.
Además
del problema lógico, la negatividad presenta dificultades de cara a la práctica
política como tal pues constituye una forma de reacción; así, la construcción
de una posición política y, con ello, la definición de un tipo de identidad de
carácter apofático, negativo, puede tener consecuencias nefastas. Morris
Berman, por ejemplo, identifica esta negatividad en los orígenes y la política
exterior de los Estados Unidos en su breve ensayo “Localizando al enemigo”
(2011: 47-68). Repetimos con Félix Guattari y Antonio Negri: “[…]
queremos retornar a las fuentes de la esperanza, es decir, a un <<ser
para>>, a una intencionalidad colectiva al hacer más que un <<ser
contra>> estancado en las salmodias impotentes del resentimiento”
(Guattari y Negri, 1999: 73). Los movimientos autónomos han de ser
propositivos y moleculares, infecciosos. Expresiones tan disímiles entre sí
como la poesía de vanguardia, la gramática generativa y la fenomenología
francesa nos han enseñado que no es necesario apelar a instancias trascendentes
para recrearnos sino que es posible hacer lo nuevo con lo viejo. A partir de
este convencimiento, la última parte de nuestro trabajo explorará algunas
estrategias de subversión el estado de cosas a partir de la
redirección
Este
trabajo nace de la experiencia directa
Por
ello, cuanto aquí se escribe será una reflexión filosófica sobre uno de los
tantos aspectos que conforman el complejo de las drogas, en términos
específicos, y de la servidumbre voluntaria –pero no sólo eso: será también una
reflexión acerca de la militancia y la acción, de las formas de organización y
de las prácticas para hacer el común; una reflexión –y ésta en sentido
aperceptivo- acerca de los jóvenes mexicanos contemporáneos y del papel que
juega el profesor en su relación con ellos.
Es
importante dejara algo en claro: el trabajo es ajeno a cualquier evaluación
ética de las drogas y su consumo –si las drogas son buenas o malas, y si
consumirlas es bueno o malo-, así como a las discusiones a favor o en contra de
su legalización. Eso no me interesa, no me interesa porque las alternativas
binarias prohibición-legalización presuponen un republicanismo.
La
filosofía es un juego pero un juego de resonancias únicas. Se insiste en el
carácter inquisitivo del filosofar, preguntas cuyas respuestas son secundarias
–incluso innecesarias. Sin embargo, si es así como comprendemos nuestra labor,
entonces nos sucederá aquello que Zubiri lamentó del trascendentalismo: se
estaciona en las condiciones que permiten el movimiento de la mano al abrir la
puerta –el problema es que nunca llega a abrir la puerta. Pensar, soñar, actuar
Inventa mundos nuevos y cuida tu
palabra […]
Vicente Huidobro, Arte poética
¡Vaya error! ¡Vaya ceguera de los
pensadores posmodernos! Los héroes narrativos no sólo no han muerto: proliferan
como nunca, nos sonríen desde cada esquina y están ahí para que nos
construyamos a su imagen y semejanza –ya como el hermoso Justin Bieber, o
el inteligente y rebeldísimo Slavoj Zizek.
¿Qué es un personaje
prototípico y cuál es su papel? ¿Tiene alguna utilidad? Los personajes
prototípicos siempre han existido: Aquiles para los jóvenes griegos, Jesús para
la grey cristiana, Amadís de Gaula para el conquistador español.
La ideología es un concepto no
sólo de carácter social sino, más aún, epistemológico: la ideología permite al
marxismo afirmarse como ciencia, como vía única de tránsito hacia la plenitud
humana y la verdad –en ese sentido, el ideólogo juega el mismo papel que el
sofista para Platón.
Triángulo instituciones-sujeto-signo
Base-superestructura; entre ambos
términos, un nexo causal. Los problemas manifiestos en la vida cotidiana y la
ceguera ante ellos se explican, así, porque “en última instancia”, según la
fórmula de Engels, la economía
Esto es algo que nuestra vida cotidiana
corrobora:
Debemos pensar el tiempo de otra forma
y, al hacerlo, tomarnos muy en serio al emisor: ¿Quién habla? ¿Desde dónde lo
hace?
En el exceso está la libertad
revolucionaria, en esa parte del sujeto que se niega a ser
Y que esto nunca fue la cursilería
izquierdosa del señoritingo. Crecer en Nezahualcóyotl; crecer entre futbol “de
reta”, la admiración por las bandas y sus héroes, aprender cómo es que la noche
se hace larga entre rock y cerveza –ahora me recuerdo, doce años, atravesando
Ciudad Lago con mi carnal el Chema, el olor del pulque que inundaba la calle
toda, los borrachos de rostro abotagado y los drogadictos sentados en la
banqueta; me recuerdo caminando sobre las vías del tren, entre las charlas, las
risas y las casas de cartón que crecían a un costado, recogiendo puños de
piedritas rojas para arrojarlas hacia donde fuese y saboreando el gusto de ser
un chamaco libre. Me acuerdo de las fiestas de mi amiga Angélica en la
Chacalera, o de la madrugada, caminando entre el pastizal que rodea las casas
desperdigadas atrás de Santa Martha. Aquí nadie piensa a la barriada desde la
comodidad del intelectual que se acaricia las barbas y musita juicios graves
sobre lo que nunca ha vivido, no es lástima articulada en notas sensiblonas,
no: es la ofensa y la rabia del hijo de quinceañeros, de quien se disuelve en
la multitud del metro y, tarde a tarde, se forma en la cola para recoger a su
hijo de la preprimaria pública, que vive en la unidad habitacional, entre
taxistas, vendedores ambulantes y desempleados, y hace lo que puede para
concluir una maestría de la mejor manera posible.
Algunas palabras sobre la filosofía,
hoy
Conocemos la cantaleta: bajo los
escombros de una racionalidad que se creyó capaz de liberarse a sí misma, entre
los restos resquebrajados de los dos o tres navíos de utopía que soñaron con el
instante en el cual sus predicciones científicas se harían realidad, yace la
bandera de la objetividad. La premisa epistémica de nuestros tiempos afirma que
conocer es una forma específica de actuar sobre el entorno, actuar siempre
sobre la base de un sinfín de condicionales ineludibles extendidos desde la
cultura y la armazón teórica, hasta los intereses y las preferencias del autor;
según lo anterior, la verdad no es más la alétheia objetiva y autónoma,
develada por el filósofo o el científico, quienes hacen las veces de médiums en
una suerte de sesión espiritista.
El pensamiento
crítico y las epistemologías relativistas han mostrado hasta el cansancio el
carácter histórico y social del conocimiento
Este trabajo
comienza
De ahí, la pregunta: ¿es posible pensar
desde la rabia? Y pensar no sólo como un acto que explique un fenómeno
específico sino, más aún, pensar como parte integral de un proceder
metodológico y conducente a alguna forma de saber.
La pluma marxiana no sólo derrama
tinta: también boceta, con marejadas de bilis, la asepsia de los jóvenes
hegelianos, el vampirismo del capital y los mitos cosmogónicos de los Defoe.
La situación desde la cual se piensa
resulta ineludible, más aún: es constitutiva del pensamiento mismo, lo aguijona
desde el interior; determina su arranque, su despliegue y su meta. Aristóteles
afirmaba que sólo es posible filosofar cuando no existen preocupaciones
materiales –sin embargo, si así fuese, los trabajos filosóficos se contarían
con los dedos. El filosofar es pensar con asombro ante la maravilla del mundo,
sí, pero también frente al horror de los actos humanos, con urgencia,
desesperación y con la firme convicción de que el pensamiento es capaz de abrir
puertas a otro mundo.
La filosofía analítica condena la
disolución de los sanos límites que deberían escindir
Una filosofía como la
marxista debería ser ajena a la falacia ad hominem; para un pensamiento que
exige disolver los límites entre la teoría y la praxis, los discursos
académicos son tan importantes como las acciones de quien los emite. ¿Qué
pensar, entonces, de las ventas millonarias de Zizek y de su pasión por el
exhibicionismo de sí como un personaje caricaturesco? ¿Cómo sentirse ante Toni
Negri, padre de una directora de cine que luce sus implantes sobre las
alfombras rojas?
Decimos que el
marxismo vive una vez más; que, después de años en silencio, cobró nuevos bríos
y su voz se ha vuelto audible una vez más. Sí, es verdad, pero el renacer rojo
se ha suscitado en un espacio en donde poco importa si los afanes liberadores
existen o no Y, cuando el pensamiento de izquierda ha salido a la calle, poco
ha conseguido: Venezuela atraviesa una crisis gravísima, crisis económica y,
peor aún, en derechos humanos ; en Grecia, Tsipras dimitió del cargo de Primer
Ministro,
Alguna vez,
discutiendo con un exquisito doctor en letras hispánicas, él argumentó que
Zizek es tan importante para el mundo actual, que se le está leyendo con mucho
cuidado en Grecia. Bien: he ahí el resultado de pensar en el “sujeto espinozo”,
la “visión de paralaje”, el “objeto a” y la “fantasía” para dirigir el destino
de un país. Esto es lo que sucede cuando el hombre que se piensa no es sino
mera abstracción –y abstracción que, por cierto, alcanza niveles inusitados de
complejidad y parloteo. Si bien invocar a la Pacha mama no parece la mejor
opción,
Desde dónde se
escribe:
De entre la amplia gama de conceptos
desarrollados por el aparato teórico marxista, pocos han sido tan estudiados
como el de ideología; este abordaje masivo ha tenido como consecuencia la
polisemia del concepto, al punto que Terry Eagleton enumera dieciséis
acepciones al término (Eagleton, 2005: 19-20); sin embargo, de entre sus
diversos usos, es posible distinguir elementos comunes: el primero de éstos, el
de “falsa consciencia”.
El vocablo
“ideología” fue elaborado hacia finales del siglo XVIII por Destutt de Tracy.
La intención original era crear una ciencia abocada al estudio de las ideas,
estudio libre de toda metafísica y, por tanto, supeditado a una ciencia
empírica como la zoología; así, según la cita que Raymond Williams (2009: 77)
hace de Destutt (1801):
Tenemos sólo un conocimiento incompleto
de un animal si ignoramos sus facultades intelectuales. La ideología es parte
de la zoología y es especialmente en el hombre donde esta parte resulta
importante y merece ser comprendida más profundamente.
A partir de la obra Karl Marx y
Friedrich Engels, el término dio un vuelco radical: no sólo perdió su carácter
disciplinar sino que, más aún, adquirió tintes negativos. En La ideología
alemana, primera obra escrita en conjunto por ambos filósofos, se encuentra un
claro esbozo de aquello que Marx y Engels entendieron por “ideología”:
Las ideas de la clase dominante son en
cada época las ideas dominantes; o sea, la clase que posee el poder material
dominante de la sociedad posee, al mismo tiempo, su poder intelectual
dominante, La clase que tiene a su disposición los medios para la producción
material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción
intelectual; de esta manera, están sometidas, al mismo tiempo, por término
medio, las ideas de quienes carecen de los medios para la producción
intelectual. Las ideas dominantes no son sino la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes (Marx y Engels, 2013: 69).
Expliquemos. En el esquema marxista
clásico, las clases sociales se definen a partir de la función que los
individuos desempeñan en el proceso productivo. De esta manera, la burguesía
está conformada por los dueños de los medios de producción; el proletariado, en
cambio, reúne a todos aquellos que sólo poseen su fuerza de trabajo, la cual se
ven obligados a vender como si de mercancía se tratase –en este sentido, la
fuerza de trabajo se integra a los medios de producción y, al hacerlo, pasa a
formar parte de las posesiones del burgués. Según el párrafo citado, la
burguesía no sólo detenta el control de los medios de producción; además,
ejerce su poder en el ámbito intelectual a partir de la posesión de los medios
para su producción. Lo anterior nos sitúa ante una primera interrogante: ¿Qué
se está mentando con los términos “idea” e “intelectual”? La pregunta está
íntimamente ligada a aquello que se entienda por “cultura”, y su importancia
radica en los alcances de la crítica marxiana: de su respuesta depende el
ámbito de acción del argumento. Según el estudio de Raymond Williams en su
clásico Marxismo y literatura, el concepto de “cultura” se desarrolló de manera
tal, que terminó por adquirir un doble significado: “cultura” como “un proceso
‘interior’, especializado en sus presuntos medios de acción en la ‘vida
intelectual’ y en las ‘artes”, y, a la vez, como “un proceso general
especializado en las presuntas configuraciones de la ‘totalidad de las formas
de vida’” (Williams, 2009: 26), esto es: “cultura” como artes, filosofía y
ciencia –lo que algunos llaman “alta cultura”, característica de individuos
“cultos”- y “cultura” como conjunto de valores, creencias y prácticas, propios
de un determinado grupo social –la cultura mexicana, por ejemplo . En este
marco, ¿qué son las ideas? ¿Son, acaso, los diversos esquemas explicativos
propios de la filosofía o las ciencias –y, en este sentido, “intelectual” se refiere
al desarrollo estrictamente académico? ¿O bien son elementos
civilizatorios, constitutivos del imaginario propio de una sociedad determinada
que los asume a nivel “intelectual”, psicológico? Así, ¿es la ideología una
categoría epistemológica o sociológica? O incluso, ¿es posible que, en el
esquema marxiano, la distancia entre ambos terrenos –epistemología y
sociología- se disuelva?
En el texto original, Marx y Engels
recurren al sustantivo plural Gedanken y a la expresión geistige Macht (1962:
46) para referirse a aquello que, en el párrafo citado, aparece como “las
ideas” y el “poder intelectual”.
La mistificación es
una constante en la obra marxiana y su presencia discursiva es capital para la
exposición pues en ella se manifiesta tanto la “metafísica”, como la intención
que sustenta y guía el trabajo de Marx: una metafísica según la cual hay una
diferencia y una conexión íntima entre apariencia y realidad, entre fenómeno y
esencia , y una firme intención de exponer los procesos efectivos que subyacen
a estas apariencias.
Piénsese, por
ejemplo, en el estudio del fetichismo de la mercancía
En 1970, Louis
Althusser reprochó a La ideología alemana su carácter especulativo: el libro
“nos propone […] una teoría explícita de la ideología, pero… no es marxista”
(Althusser, 2002:128) –curiosamente, en uno de sus primeros trabajos, Pour Marx
de 1965, el filósofo francés afirmó justo lo contrario: que “La ideología
alemana es el primer texto que marca la ruptura consciente y definitiva con la
filosofía y la influencia de Feuerbach” (2011: 25). Allende las contradicciones
hermenéuticas, Althusser decidió sortear las carencias manifiestas en la obra
marxiana y desarrollar una potente teoría de la ideología expuesta en su
clásico “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”, referencia obligada para
todo interesado en el tema.
“Ideología y aparatos
ideológicos de Estado” no se presenta como una teoría acabada sino, según reza
el subtítulo, como un cúmulo de “Notas para una investigación”; esto, claro, no
resta poder y creatividad al opúsculo, por el contrario: permite la
flexibilidad y la apertura del texto. Para Althusser, la ideología se inscribe
en el marco de la problemática estatal, en concreto, con respecto al papel
desempeñado por el Estado con respecto a la reproducción de las condiciones de
producción.
El problema para Althusser, sin
embargo, no es de carácter epistemológico: es más bien metafísico. La
ideología, al ser entendida como “nada”, se manifiesta como un concepto ideal;
de esta manera, el abordaje marxiano presupone un dualismo inadmisible para
cualquiera que haga del materialismo su principio.
Para Althusser, la
ideología posee una base material, manifiesta en los “aparatos ideológicos de
Estado”, los cuales tienen la función de naturalizar las relaciones de
producción.
Si la ideología resulta axiológicamente
negativa es porque resulta ser un engaño, pero un tipo de engaño específico: un
engaño que forma parte del ejercicio del poder con miras a la reproducción del
sistema de relaciones de producción.
¿En qué consiste un
engaño? ¿Qué elementos le componen? Engañar involucra, por lo menos (a) un
emisor que engaña, (b) el contenido del engaño pero, sobre todo, (d) una
estrategia y (e) un receptor que es engañado. Una mentira consiste
sencillamente en decir algo que no es real, es una mera emisión lingüística; el
engaño, en cambio, implica el diseño meditado de una serie de pasos y el uso de
medios, materiales y lingüísticos, para conseguir el fin deseado. Cuando
decimos que X le mintió al juez, hacemos referencia a que X afirmó cosas que
son falsas; por el contrario, que X engañe al juez quiere decir que X planeó
cada uno de sus movimientos, generó expectativas con respecto a las reacciones
del juez y actuó en consecuencia. Además, el engaño involucra de manera cabal
al receptor; la mentira se agota en el emisor y el falso contenido emitido; el
engaño va más allá: contiene, a la vez, la falsa creencia por parte del
receptor.
I.3. Cientificismo, idealismo y
economicismo.
Siglo XVI: De la
Boetie. Siglo XVII: Spinoza. Los anarquistas: Bakunin, Kropotkin, Flores Magón.
Castoriadis y Castres. Los marxistas: el mismo Marx y el sinfín de corrientes
que emergieron de su pensamiento. A todos los discursos modernos que hicieron
de la liberación y la libertad su núcleo y su fin les es común un principio
negativo de corte epistemológico: el engaño y la ignorancia. La libertad no es
efectiva –una libertad sana, constructiva, real- porque los hombres están
engañados e ignoran los verdaderos mecanismos del poder.
A lo lejos, en el
origen del tiempo humano y hacia el final de la historia, antes de la
contradicción y cuando la negatividad sea suprimida y la dialéctica cese, el
hombre fue y será libre; mejor: fue y será hombre. Antes, después, ahora no: el
instante vivido es pura experiencia de opresión, de miseria, de cadenas que
niegan a la idea de libertad su carácter empírico; se la añora, se la anhela
pero no encuentra contrastación con experiencia alguna; cosmogonía y
escatología atadas por el mesianismo doliente que hace del marxista –por
creyentes- desterrados de la experiencia libertaria efectiva.
Carl
Schmitt afirmó que la política –sus prácticas, sus discursos, su filosofía-
posee raíces mítico-teológicas –y ahora podemos verlo: una tesis semejante no
sólo da cuenta del mesianismo nazi que Schmitt defendió, también se patenta en
las izquierdas liberadoras, detrás de las cuales –debajo, dentro- podría
articularse una armazón antropológico-temporal de aritmética simple:
Hombre + coacción =
Enajenado, alienado, ideologizado (ahora)
Enajenado, alienado,
ideologizado (ahora) – coacción = Hombre
Pero, en realidad, el
proceso es un poco más complejo. La mitología político-antropológica entiende
que ser hombre consiste en la posesión y el desarrollo de una serie de
facultades, las cuales, bajo ciertas condiciones, son contenidas, disminuidas
por coacciones externas; de esta manera, la coacción no añade nada, nada suma,
por el contrario: disminuye la plenitud del hombre, hace de él un ser a medias,
incompleto, despojo convertido en mero engrane. En este marco, la liberación
tiene el significado preciso de supresión de la sustracción, destrucción de las
fuerzas externas que anulan la
potencia humana. La
libertad, de esta manera, es plenitud alcanzada por medio de una sustracción de
la sustracción, negatividad que anula el sustraendo y permite que el minuendo
sea pura cifra con propiedades de capital –y si esto es así, la liberación
carece de determinaciones positivas y sólo es en función de aquello que niega;
por ello, la libertad y su anulación de las contradicciones resultaría
imposible: exigiría siempre de nuevas cadenas que la potenciaran.
A
la vez, el movimiento de liberación resulta en una curiosa paradoja de simetría
temporal: liberar implica desandar el camino que condujo al hombre hacia su
disminución, avanzar hacia un futuro en el cual se restituya la plenitud
perdida.
Sin
embargo, hay un concepto fundamental en el discurso marxiano, un concepto que
permite a Marx salir del atolladero en el cual se estancan los filósofos del
hombre en estado de naturaleza y algunos anarquistas, como Bakunin: el concepto
de potencial humano. Así, no es que el hombre sea menos hombre o, aún más, no
lo sea en absoluto: la posibilidad de desarrollarse plenamente está ahí y es
sólo por medio de la conciencia de clase –de hacer presentes su sufrimiento y
las causas de éste- y de la praxis que el hombre puede liberarse haciendo uso,
desde ese momento, del potencial que le es propio.
Bajo la óptica marxista, la liberación
comienza por el saber: sólo la comprensión de los mecanismos que subyacen bajo
la ideología capitalista, sólo la visión de un futuro prístino permitirá al
sojuzgado liberarse de sus cadenas. El conocimiento es un medio de
emancipación; mejor: es el medio de emancipación por excelencia.
En una de sus obras
de mayor renombre, El espectador emancipado, Jacques Ranciére afirmó que la
crítica teatral se cimienta en una paradoja, “la paradoja del espectador”, la
cual se articula por dos premisas: (a) Sin espectador no existe el teatro, y
(b) Ser espectador es malo por partida doble pues exige credulidad y pasividad.
De esta manera, el teatro es una “máquina de ignorancia […] máquina óptica que
forma las miradas en las miradas y en la pasividad” (Ranciére, 2010: 11).
Gramsci y el
intelectual, Lenin y el líder del partido: tales son las figuras de la
emancipación, figuras que, si poseen tal función, es porque detentan el saber
que ha de transmitirse a la masa trabajadora ignorante –curiosamente, ese
proletariado es el sujeto revolucionario.
De esta forma, el
concepto de ideología es algo más que una categoría sociológico: es, a la vez y
de manera imprescindible, un concepto epistemológico que permite afirmar el
carácter científico de la teoría marxista y de brindarle a sus defensores una
posición privilegiada al interior de la organización obrera.
Los problemas
aparecen al instante y conviene revisarlos uno a uno:
En conclusión, podemos repetir con
Alain Badiou y Étienne Balibar: el marxismo es radicalmente idealista. Tan es
así que buena parte de las divisiones partidistas en el marxismo obedecen a la
hermenéutica del texto: Kautsky contra Lenin, Trotski contra todos y, a sobre
la base de los escritos trotskistas, Mandel, y contra Mandel,
Moreno.
Como argumentará, la naturaleza
negativa de sentimientos como la frustración, la desesperanza o la rabia
implican la búsqueda de su anulación.
Cuando el sentimiento negativo nace del
estado de otro, presuponen una ética implícita al sujeto que los experimenta a
buscar su anulación, y buscar su anulación conlleva la aparición de una
perspectiva temporal que se extiende desde el presente vivido, hasta un futuro
posible: y ese es el reino del pensamiento liberador, el reino de los
contrafácticos.
Lo que aquí se
argumentará es que racionalizar consiste en dar cuenta de los procesos
generales que condicionan la situación particular de individuos efectivos, la
cual, en un primer acercamiento, apela a la empatía del observador. La tesis,
antes que fenomenológica o ética, pretende ser directamente metodológica: el
estudio pleno, cabal, de un fenómeno social determinado debería comenzar,
invariablemente, por la empatía entre el estudioso y su noema, empatía que debe
superarse mediante la racionalización pero no suprimirse: superarse, sí, pero
en el sentido derrideano del Aufheben de Hegel como la reléve (Derrida, 1983:
n. 23, 19-20).
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