sábado, 20 de marzo de 2021

Qué harás?

 

Como de costumbre, llegaste temprano a la preparatoria. Esta es la hora en la cual el frío invernal se hace sentir como nunca, por ello, la llama que arde en tu interior se manifiesta en el vapor que acompaña cada una de tus exhalaciones. Alguien grita tu nombre: es Daniel, tu amigo más cercano desde los últimos dos años y medio. Llega hasta ti, se estrechan la mano y la charla comienza; nada inusual, claro: ¿Qué hiciste ayer en la tarde? ¿Cómo te fue con la tarea de Cálculo? ¿Viste el nuevo video de fantasmas? Sí -responde alguien más-, ¡estuvo de miedo! Es la voz de Diana, quien, tras el beso en la mejilla que marca los buenos días, se une a ustedes. Después, se suman Sandra y Erasmo. Ríen, comparten opiniones y se deleitan escuchándose unos a otros. Sí: nada inusual hasta que ella aparece. Ella, con el cabello que se desparrama desde el centro de la cabeza hasta los hombros, en un cauce que los empapa y los tiñe de castaño; ella, Sofía, toda sonrisas de cereza y ojos tan negros, que, al mirarlos, te sientes a punto de despeñarte hacia su interior. La miras cruzar el patio de la escuela y el espacio cambia de un extremo a otro: el viento se agita con cada uno se sus pasos y el frío se endulza porque ahora sabe a la vainilla de su aroma. El silencio de tus amigos te trae de regreso a la tierra. Vuelves la vista hacia ellos y todos están atentos a tu reacción. Una carcajada en coro y comienzan las bromas: ¡Cómo te pones rojo! Ya, ¿por qué no le hablas? Sí, ¿qué puedes perder? Qué puedo perder, piensas…

   Y la verdad está ahí, aunque aún no te atrevas a resumirla en una palabra. A oscuras, antes de dormir y con la música encendida en un volumen bajísimo, te gusta pensar en el rostro de Sofía, en esa voz casi infantil que escapa de sus labios de cereza y en su figura menuda y de piernas largas. Te imaginas charlando con ella, tomando su mano y sintiendo la tibieza de la palma adherida a tu nuca. La verdad está ahí y sabes que existe un vocablo claro, luminoso, que ataría en sus letras cada una de tus reacciones cuando Sofía se hace presente -en incluso en su ausencia: estás enamorado. Tu madre dice que, a tu edad, es imposible enamorarse; te puede gustar una chica pero eso es todo: el amor es algo más, algo que exige madurez y que se cultiva con el trato… Pero no te preocupes: en realidad, tu madre habla del amor entre adultos -y en efecto, eso es algo más: lo que te quema es amor, sí, pero el amor de un joven que pierde la cabeza por dos ojos negros, una marejada de cabello castaño, esa voz delgada y su marco de labios rojos. ¿Y si hablaras con Sofía? Sabes que hay una verdad con nombre -y confesar es, al fin y al cabo, exponer una verdad ante alguien a quien esa verdad, de una u otra forma, implica.

   Hoy, como de costumbre, llegaste temprano a la preparatoria. Caminas por la acera contigua, doblas la esquina y avanzas hasta el portón de entrada. Para tu sorpresa, alguien rompió con su horario y tu corazón da un vuelco: Sofía está allí, recargada contra la pared. Mira al frente, con los audífonos cubriendo sus orejas mientras tararea una canción por lo bajo. Nota tu llegada y sus ojos se incrustan en ti. Ahí están esos dos pozos negros, oscuridad tan profunda que -lo has pensado- tal vez podrías dar con una luna habitando su circunferencia, superficie de obsidiana, espejo ahumado para mirar tu reflejo trazado sobre ellos. Sofía te mira y su mano asciende hasta su cabeza; sus dedos toman la diadema de los audífonos y la echan hacia atrás. Entonces, ocurre uno de esos poquísimos acontecimientos en los cuales no es claro si efectivamente estás ahí o si, al parpadear, mirarás el techo de tu habitación y te sabrás de vuelta a la vigilia: ella sonríe y dice “hola”. Es tu turno. ¿Qué harás?

 

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