martes, 2 de marzo de 2021

La eternidad en el sofá


 


La eternidad en el sofá

 

Emilio García Cuevas

 

Justo ahora,

en la soledad del sofá,

al cenit de la convulsión

haces falta como espejo

 –¿A quién más si no a ti,

toda ojos y labios clandestinos,

brazos y lengua a la sombra,

a quién si no a ti

he de relatarme

para que hagas con mis huesos

abalorios de letras?

 

Podría contarte de

la bruma de mis olvidos,

la nube gris del miedo y de la tristeza

sin imagen que las ate.

 

Podría contarte

cómo conocí a mi padre

 –de la ceguera de mi madre

  y del monstruo que la habita.

 

Podría contarte

del amor por los hilos lunares

que escupen su paraíso

en los caudales de la sangre.

 

Podría contarte

del horror de mi desnudez,

con toda su miseria trazada

sobre el espejo.

 

Podría contarte

cómo los años gritan

que la soledad no es un estado

sino una cualidad de los seres.

 

Podría contarte

de mis transmutaciones

de cómo la carne se me ha hecho tierra

hasta convertirme en isla

–isla en medio de las carcajadas químicas

isla que mira a los lejos los brazos agitarse

y recibe el murmullo de las voces lejanas

siempre apaciguadas por los vientos salados. 

 

Debería contarte

Debería hacer el intento

por darle sonido a los rostros

que he abandonado aquí y allá

retazos de mí

olvidados en alguna habitación

desperdigados por las banquetas

clavados sobre los muros

de esta memoria que palidece con los años,

que se desmorona en pedazos

de días y perfiles y cuerpos hechos polvo.

 

Recuerdo:

Llega la mañana.

El cuarto de hotel amanece.

Afuera: el frío y la gasolinera.

Aquí: tú, que duermes 

el silencio,

la primer bocanada de humo,

la resaca.

 

El mar, al retirarse, deja olvidados sobre la playa

los despojos de su vientre:

conchas, algunos peces muertos, líquenes,

la tristeza de una medusa que perdió el volumen

Así,

con la luz descubro los indicios del sueño

en la humedad de las sábanas

y en el aroma de tu cabello incrustado sobre mis labios.

 

Después:

El ejercicio alquímico de cruzar tiempos,

caminando contigo por las calles de mi infancia

para pintarlas con tus pasos,

el café

y tu partida.

 

Ahora,

tirado sobre el sofá

mientras la tarde se diluye sobre el cristal

pienso que debería contarte cómo mi vida

condujo hasta este momento.

 

Pero no:

Prefiero aguzar el olfato,

cerrar los ojos,

y reconstruir, sobre el rojo de los párpados,

la afluente nocturna

y rumorosa con que tu cabello 

te empapa los hombros,

el llano de tu vientre,

los resquicios de tu cuerpo,

para asirlos en la eternidad del presente,

antes que el olvido me oxide

antes que el olvido

que devora divinidades e imperios

me robe para siempre

esta ciudad que te sabe

       y este sofá que te piensa.

 

  

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