jueves, 18 de febrero de 2021

Epimeleia heautou

 



Los miembros de Urkreis, a Mía:

Antes que cualquier cosa, has de notar que conocerte y crearte son dos aspectos de un mismo movimiento: develándote, apareciendo ante ti misma, das forma a tus propios bordes y te coloreas; si consigues existir es gracias a tu mirada, que vuelve desde el espectro que eres para darte carne. Sólo ese –y no otro- es el punto de partida. El ejercicio sólo puede ser practicado una vez que te has iluminado.

   Ya estás aquí, así que cierra los ojos, no te mires más. Comenzarás por una premisa que has de abrazar como si fuese el último madero en medio del tifón: el automatismo es hijo del silencio. Si el lenguaje se deshace, te volverás de piedra y no habrá más movimiento: sólo tus pupilas incrustadas en la suciedad del techo y tu cuerpo empapado de recuerdos insulsos que te obligarán a responder como un engranaje. El automatismo es hijo del silencio, no lo olvides, ¿de acuerdo?

   Los labios de Mía Flor de Fuego se abrían y se cerraban, sus mejillas se contraían, la lengua viajó del paladar a los a los dientes, y de los dientes al paladar, todo como una danza incontenible, frenética y sin sentido, una fuente que chisporroteaba sonidos a una velocidad que le impedía comprender qué decía –o siquiera si decía algo. Y entonces, en medio del vendaval de palabras, logró captar un nombre -¿lo era?- que se retuvo en su conciencia: Brisset. Su aparato fonador seguía traqueteando pero a ella no le importó más: tomó el nombre con dedo índice y pulgar, y lo retuvo frente a sí: lo examinó por la base, por los costados y a contraluz; lo olisqueó, dio algunos golpecillos con la uña sobre su superficie sonora y lo aprisionó contra su pecho. B-R-I-SS-E-T. BBBRRRIIISSSEEETTT. Prestó atención: contra su pecho, el teléfono celular que olvidó colocar sobre el buró, el revés rojizo de los párpados y el sabor ácido en la boca. Había despertado.

   La escena se detiene. Mía Flor de Fuego queda en suspenso, borrosa, difuminada en el espacio donde habitan los personajes. Un peldaño debajo de ella, dándole la espalda, el oficiante observa el islote de hombres encapuchados y dice: Hermanos, ¿por qué es imprescindible no olvidar que el automatismo es hijo del silencio? ¿Qué se esconde bajo esa sagrada forma?     




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  Emilio, a través de tu mamá conocí de tus talentos como escritor y tu gran calidad humana.                                              ...